Al margen de cuál sea el desenlace del debate de investidura de Pedro Sánchez -aún hay que esperar a la segunda votación del viernes- ya ha tenido una virtud indudable: ha conseguido que el Congreso de los Diputados vuelva a ser el centro de la vida española como no ocurría seguramente desde la Transición. La incertidumbre que vive España, la excepcionalidad del momento y el estreno de nuevas fuerzas en el Hemiciclo que pone fin al bipartidismo, habían generado una gran expectación. Si a ello añadimos la intensidad dialéctica de los intervinientes, sus apelaciones retóricas a la Historia, el Arte o la Literatura y sus choques personales, justo es decir que la jornada parlamentaria de este miércoles será inolvidable. No faltó ni el beso en la boca de un eufórico Iglesias al diputado Xavier Domènech.

Es muy probable que Pedro Sánchez, el aspirante a la Presidencia del Gobierno, no logre su propósito. Pero como ha ocurrido otras veces en el Congreso, una derrota parlamentaria, aritméticamente hablando, no tiene por qué significar una derrota política. Al contrario, es muy posible que el líder socialista salga reforzado de este debate. Enfrente, el teórico vencedor, Mariano Rajoy, es el gran derrotado. Ahora se ve, en toda su magnitud, el error de rechazar la invitación del Rey para acudir al Parlamento. Al hacerlo, cedió la iniciativa y todo el protagonismo a Sánchez, que ha sabido aprovecharlo.

Rajoy, a la desesperada

Rajoy tuvo una primera intervención vibrante, bien armada, plena de ingenio y sarcasmo en la que denunció algunas contradicciones del líder del PSOE, como hablar de "mano tendida" a la vez que rehuía cualquier diálogo con él, o acabar pactando con Ciudadanos después de haber "descubierto" Portugal como modelo para alcanzar una gran alianza de izquierdas.

El líder del PP acusó también a Sánchez de haber "engañado" a Felipe VI al decirle que podía formar una mayoría de la que carece; calificó de "vodevil", "bluf" y "rigodón con cambio de pareja" sus negociaciones con otras fuerzas parlamentarias; y desacreditó el programa económico con el que se presenta a la investidura, calificándolo de "contrarreforma". "Usted llama progreso al retroceso", le dijo, para recordar que las políticas del PSOE habían creado paro y pobreza.

Pero a partir de ese primer discurso Rajoy fue empequeñeciéndose hasta acabar, desesperado, pidiendo la palabra por alusiones para contestar a Albert Rivera cuando no le correspondía. Al final, salió del Hemiciclo durante el turno de réplica del líder de Ciudadanos, lo que permitió a éste afearle, con elegancia, su ausencia.

Sánchez, en plan institucional

Sánchez estuvo mejor que en su discurso de investidura y respondió de forma convincente y con serenidad tanto a las duras palabras de Rajoy como a las provocaciones de Pablo Iglesias. Al tono agresivo del líder de Podemos respondió ofreciéndole acuerdos puntuales al margen del programa pactado con Rivera, y durante toda la sesión supo mantener el temple y el tono institucional que le correspondía como aspirante a la Moncloa.

A Rajoy le recordó que era él quien debía estar defendiendo en el Hemiciclo su investidura y que, al no hacerlo, había "faltado al respeto a los siete millones" de españoles que votaron al PP el 20-D. Los mayores aplausos se los llevó al reprocharle que criticase el pacto del PSOE y Ciudadanos cuando "su única tabla de salvación" pasa ahora por votar junto a Podemos.

Pero sin duda, lo más esperado era el estreno en la tribuna de Iglesias y de Albert Rivera. El líder de Podemos convirtió su discurso en un mitin ardoroso y demagógico en el que arremetió contra el PP, contra Ciudadanos y, sobre todo, contra el PSOE. "Yo no traiciono a mi gente", le dijo a Sánchez por su pacto con Ciudadanos, a la vez que elogiaba al PSOE anterior al franquismo y acusaba al actual de haber copado los consejos de "las grandes empresas". En su acometida contra Rivera no dudó en calificarlo de "líder del komsomol" y "jefe de escuadra en nuestra posguerra".

Muere el pacto de izquierdas

Iglesias protagonizó el momento más tenso del día cuando definió al PSOE como el partido del "crimen de Estado", para asegurar enseguida que Felipe González está "manchado de cal viva", en alusión a los crímenes de los GAL. Eso equivale a dinamitar cualquier puente con el PSOE, cuyos dirigentes saben, a partir de ahora, que no van a encontrar precisamente un colaborador en Podemos. Bien harían en replantear su estrategia en aquellas instituciones en las que ahora colaboran, porque la hipótesis del pacto de izquierdas murió este miércoles.

Y es que la posición de Iglesias ha cambiado el tablero con el que comenzó esta partida. De las tres posibilidades iniciales ya sólo quedan la gran coalición en torno al centro y la convocatoria de elecciones. Ciertamente, que el PP se sume al pacto también se antoja imposible, salvo que Rajoy diera un paso atrás, lo cual no parece factible hoy por hoy. Sin embargo esa fue la vía que exploró Albert Rivera en su intervención al lanzar una OPA sobre los populares contra Rajoy.

El líder de Ciudadanos defendió el acuerdo con el PSOE con una intervención de altura, asegurando que, en el caso de prosperar, "no habrá vencedores y vencidos, sino una democracia mejor". Reivindicó la Transición y la figura de Adolfo Suárez, habló en catalán para evitar que esa lengua sea patrimonializada por los nacionalistas y tendió la mano al PP, eso sí, sin su presidente: "Usted no es creíble para encabezar una nueva etapa política porque desprecia que España tenga que ser reformada", aseguró. Su intervención  le valió gritos de "traidor" desde la bancada popular.

Mayor enconamiento

Es obvio que los parlamentarios se dirigieron a la Cámara con un ojo puesto en la cada vez más probable convocatoria de elecciones. Rajoy trató de explotar la idea de que Rivera se ha echado en brazos de los socialistas. "Si Ciudadanos quiere votar al PSOE...", manifestó al término de la sesión, en un intento por vacunar a los votantes conservadores contra Rivera. Y queda claro también que Iglesias, con sus dentelladas a Sánchez, está decidido a arrebatarle al PSOE la hegemonía de la izquierda. Sin embargo, al hacerlo con un discurso tan extremo, podría ahuyentar a muchos votantes de izquierda moderada. Sánchez y Rivera intentaron, por su parte, presentarse como el centro y la izquierda tolerante y prudente que necesita España.

De esta forma, los contendientes de los dos frentes de batalla que había al principio del debate de investidura salen, concluida la primera votación, más enconados. Es cierto que el Pacto de El Abrazo no ha llegado a buen puerto, pero queda la impresión de que sus impulsores, lejos de perder apoyos en la ciudadanía, han podido incrementarlos. Y al contrario, Rajoy e Iglesias, los causantes de torpedear la formación de gobierno, han acabado naufragando.