Quién sabe, hasta es posible que la intervención con la que Pablo Iglesias se estrenó en el Congreso pudiera granjearle simpatías. Preferiría vivir en un país en el que eso no ocurriera.

Iglesias no hizo un discurso, sino un mitin; utilizó la tribuna del Hemiciclo como si fuera la tarima de la plaza de Vistalegre o un plató de televisión; apeló a las entrañas, no a la inteligencia. Pero al Parlamento se va a hablar, no a gritar. Y allí uno se dirige a los representantes de la soberanía nacional, no "a la gente", como adelantó que haría, cumpliendo a rajatabla su amenaza.

Paseó por la Cámara a los muertos del franquismo, a Millán Astray, a Puig Antich, al viejo Pablo Iglesias, a Negrín, a los "oligarcas", a los "hijos políticos del totalitarismo"; sacó a relucir la "cal viva" de los GAL, los "pelotones de fusilamiento", el "crimen de Estado", los fantasmas de la Guerra Civil y el Ibex 35. Tuvo un recuerdo para su "abuelo". Conjuga bien el pretérito. La carta con la que acompañó la propaganda electoral del 20-D fue un homenaje a su abuela.

Pero el siglo XX está muerto. Yo, que soy más viejo que Iglesias, no me reconozco en esa España que dibuja de rabia y rencor. Y puestos a rastrear dictaduras en la bruma del pasado, puede encontrarlas hoy. A tiro de Iberia, como bien sabe. 

De Albert Rivera, otrora el colega al que abrazaba en debates y programas de prime time, dijo que podría haber sido "jefe de escuadra" en nuestra posguerra o "líder del Komsomol". Sin embargo son él y sus camaradas quienes beben en las fuentes del comunismo soviético. Quizás por ello, y pese a detenerse en los años más tristes de España, pasó por alto los 20 millones de muertos que dejaron sus maestros en la URSS.

La mención a los policías y guardias civiles por los chalecos que les regatea el Ministerio del Interior, hecha horas después de haber celebrado la puesta en libertad de su verdugo Otegi, sonó a broma macabra.

A la tribuna del Congreso no subió el tipo luminoso de Sol. Tampoco el profe universitario de la Complu. Nada quedaba del simpático socialdemócrata que tantas inquietudes compartía con el líder de Ciudadanos en Salvados. Todo lo que soltó en el Hemiciclo es lo que a Évole no le contó de la "nueva política".