La actitud de Mariano Rajoy ante el imitador que le hizo creer por teléfono que hablaba con Carles Puigdemont pone en evidencia la falta de convicciones del presidente del Gobierno ante el problema separatista. Resulta descorazonador que un primer ministro responda de forma tan solícita a quien se ha propuesto como objetivo primordial destruir su país. Desde luego es impensable algo así en figuras como Merkel, Hollande o Cameron, por poner por caso.

Lo que ha descubierto la broma del programa de radio catalana es la verdadera cara de Rajoy. Tras la imagen pública de hombre de Estado que pretendió dar en vísperas del 20-D con las consultas en Moncloa a los principales líderes políticos con aquella aparente firmeza ante el desafío independentista, nos encontramos ahora al verdadero Rajoy retratado en privado: un hombre blando y condescendiente, dispuesto a agradar al presidente de la Generalitat.

Aun desaprobando la forma en la que se han obtenido sus manifestaciones, esa circunstancia queda reducida a anécdota ante la trascendencia política de la reacción del embaucado. Abochorna oír al presidente del Gobierno tratar de hacerse el simpático con Puigdemont, recordándole amistosamente cómo se conocieron y asegurándole que tiene su "agenda vacía" y abierta para él: "en 24 o 48 horas", le anuncia, podrían reunirse. Claro está, se entiende, a espaldas de la opinión pública.

Sorprende que Rajoy disponga de una "agenda vacía" en un momento en el que, como líder de la lista más votada, debería estar llevando la iniciativa en las negociaciones para tratar de evitar meter al país en nuevas elecciones o que caiga en brazos de una inquietante alianza de las izquierdas con el separatismo.

El episodio demuestra la falta de envergadura de Rajoy, su ausencia de criterio y de planes para enfrentarse al órdago separatista. Esa falta de proyecto le lleva a intentar flotar como el corcho, a esperar que los problemas se vayan resolviendo, a aceptar reuniones pese a que, como le dice su interlocutor en este caso, "ya sabemos lo que vamos a decirnos".

Al final, al verse descubierto, Rajoy acertó a aseverar: "Esto no es serio, esto no es serio". Pero, si algo ha quedado patente, es que lo que no es serio es tener un presidente así.