Quiero un presidente listo. Porque, como dice Mariano Rajoy en declaraciones exclusivas, y asombrosas, a “El Matí i la mare que el va parir”, esto no es serio.
No, no lo es: porque ¿cómo es posible que le tomen el pelo al presidente del Gobierno de un modo tan simplón, tan burdo, con semejante facilidad? Sería divertido si no fuera mucho más patético aun que gracioso.

Una de las características más brillantes de las personas inteligentes es que se rodean de individuos más brillantes que ellas mismas. Es evidente que si a Rajoy uno de sus colaboradores le dice que al otro lado del teléfono está Carles Puigdemont, el presidente de Cataluña, debe de creérselo.

Porque se le supone, a él, que aún preside aunque en funciones el Gobierno, un equipo, un conjunto de medidas seguras y de personas solventes ejecutándolas para que no le tomen por idiota. Pero no, está visto que no lo tiene.

Y yo quiero un presidente del Gobierno capaz; uno que tenga la agenda no libre, como la tiene Rajoy en este momento de máxima dificultad política, sino repleta de encuentros inteligentes; de citas importantes; de almuerzos interesantes; de trabajo, en suma, que sirva para mejorar la delicada situación de este país.

Un presidente que reconozca que se ha equivocado cuando lo hace, y que no tarde años en admitirlo, como pasó con Bárcenas. Un presidente que nombre a personas de una significativa estatura política a su alrededor; más eficaces que él si puede ser, porque eso, al final, lo hará a él aún mejor.

Un presidente que se retire si fracasa, pero que luche por la victoria. La de las urnas, la de sus políticas, la de todos los ciudadanos. Uno que no necesite la política para vivir, pero que la política lo necesite a él porque eso que ofrece resulte único y valioso. 

Uno que sea brillante, que se comunique bien, que sienta empatía, que tenga las mejores relaciones con el entorno internacional. Que se entienda con los sindicatos y con los bancos; con los empresarios que generan riqueza y con los trabajadores que la expanden.

Rajoy no es el único presidente al que han timado. A José María Aznar le engañaron cuando le aseguraron, y él nos aseveró a los demás, que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva: no, no las tenía.

A Rodríguez Zapatero le engañaron, y nos engañó él, cuando dijo que no había crisis, la que engulló el país poco después; o cuando afirmó que había prácticamente acabado con ETA, y solo horas después la organización terrorista voló una parte de la T4 madrileña matando a dos personas.

A Felipe González le engañaron cuando, delante suyo, o quizá detrás, sabiéndolo o no, se formó el siniestro GAL que asesinó haciendo algo parecido a un terrorismo de Estado que nunca debió producirse.

Todo esto es pasado. Para el futuro, yo quiero otra cosa. Otro presidente. Uno cercano, pero rodeado de un muro inexpugnable donde debe de haberlo, ese que impide que lo asalte y lo ridiculice cualquier bromista. Un líder del Ejecutivo que se exponga, pero que no le engañen.

Quiero, en definitiva, otro presidente.