El tiempo nuevo de la XI legislatura. Este teatrillo en el que Celia Villalobos se arremanga la faja verdulera de siempre y grita cuatro frescas, y Carolina Bescansa se lleva al ‘niño llavero’ a darle, si se tercia, de mamar o de pulsar. En el Congreso hay una guardería con dinero público, pero al niño que lo acurruque Iglesias en el escaño, pues Podemos es transversal; da lo mismo una ‘marea’ gallega, un batasuno de Levante o un bebé de teta al que le encasquetan -nada más nacer- un carnet del Partido y talco en el ‘culete’.

El miércoles la Historia pasó por las Cortes revestida de charanga, con una maruja – Celia Villalobos- en representación de lo mismo, y un bebé como símbolo de la nueva sociedad matriarcal. Ya está aquí el tiempo nuevo, la reformulación de la democracia y la regeneración de la vida política. Claro. Esto se ha visto clarísimo en el primer pleno de la legislatura. Es ver repetir a Villalobos de vice del Congreso y entender que sí, que hay un español que quiere vivir y a vivir tropieza. Celia Villalobos es el manual perfecto y resumido de política para dummies, lo que ocurre es que ese manual tiene el aval indiscutible del sociólogo de cabecera y de cabezada. Villalobos adecua la palabra de Bertín Osborne a las clases populares cuando en el PP hay otra prioridad vital: la ocultación de hombres y nombres.

El miércoles fue un hito del parlamentarismo español que quedará en la memoria por dos detalles. Por el lechoncillo de Bescansa y por Celia Villalobos exultante, defendiendo toda una forma de ser y estar en la política: “tan mal no lo habré hecho”, alega. Las dos Españas inmortalizadas un miércoles 13 cuando este país aprendió, finalmente, que en el Congreso de los Diputados la criatura más normal es el ujier que ve, oye, y olvida.

Fue miércoles y cayó en 13. Poco se habló después de ese Patxi López revivido con la magia del consenso, del resurgir postulante de Pepe Bono. De esos diputados nacionalistas que chupan cuanto acatan, que se ciscan de cuanto chupan; de eso, amigo, nada. El miércoles era día de paseo por las Cortes, de que los viejos se compadreasen con ‘la casta’. La ingobernabilidad les da a todos un colocón simpático que durará lo que dure. Los elefantes del Senado, mientras, iban muriendo con cierta elegancia y un protocolo ya de otros tiempos. Algo muere: Celia permanece.