Pocas semanas antes de las elecciones catalanas del pasado 27 de septiembre, mi amiga Paula Fdez. de Bobadilla y yo decidimos editar por nuestra cuenta y riesgo un libro sobre el proceso independentista catalán titulado Y si Cataluña rompe España, ¿qué?

Para ello contactamos con más de cien periodistas, políticos, economistas y escritores y les pedimos que respondieran a un cuestionario de veinte preguntas sobre el tema. Cincuenta y cuatro de los invitados contestaron al cuestionario. Entre ellos Arcadi Espada, Elvira Lindo, Cayetana Álvarez de Toledo, Lorenzo Silva, Enric González, Andrés Trapiello, Enrique García-Máiquez, Albert Boadella, Joaquín Leguina, Nicolás Redondo Terreros, José Antonio Montano y Jorge Bustos.

Las veinte preguntas del cuestionario eran deliberadamente maniqueas. ¿Es cierto que España roba a los catalanes? ¿Sería viable una Cataluña independiente? ¿Es España algo más que un ente administrativo? La mayoría de los invitados entraron en el juego, otros contestaron con la mosca detrás de la oreja, pero amablemente, y unos pocos nos enviaron a la mierda.

Nuestro objetivo era que independentismo y constitucionalismo estuvieran representados al 50%. Pero la sorpresa saltó pronto. Mientras el bando constitucionalista respondía largo, tendido y con vehemencia a las preguntas, el independentista rechazaba participar en el debate con las excusas más peregrinas. Casi podíamos intuir su tembleque: independencia sí, pero sin significarse, no sea que duela. La proporción constitucionalistas-independentistas se quedó finalmente en 4 a 1.

En Cataluña muchos ingenuos creen que la independencia se va a conseguir ofreciendo abrazos, diálogo, sollozos y mucho venga-hermanos-que-no-pasa-nada-vamos-a-entendernos. Alguno hasta baja sumisamente el rabo: “No es personal, son mis sentimientos, por favor respétalos”. Me los imagino tecleando la declaración de independencia en sus ordenadores con una pluma untada en mantequilla en vez de con los dedos. Huelga decir que el bando constitucionalista, con un sentido bastante más firme de la realidad que su oponente, ha puesto la bayoneta encima de la mesa desde el día uno. Y no digo los cojones para que no se me tache de carpetovetónico. Pero eso es lo que ha ocurrido. Sangre espesa contra lágrimas de humo: el resultado de la batalla estaba cantado.

Líbreme Dios de decir que el catalanismo político es de natural cobarde. Pero la conclusión es la que es: la independencia de Cataluña jamás se hará realidad si le acarrea a los catalanes un conflicto mayor que el que conlleva colarte en la panadería. A fin de cuentas, ¿qué ha sido lo de la CUP sino el acojone del adolescente castrado que pretende escaparse de casa de sus padres pero que no se atreve a cruzar la calle solo?

Gracias a Dios que soy charnego.