Pablo Iglesias acercó este domingo al PSOE un vaso con cianuro: "Hay dos partidos socialistas, uno que está con el PP y otro que querría avanzar. Nosotros les debemos tender la mano". Esta es una de esas patéticas ocasiones en las que la supervivencia del secretario general depende del suicidio del partido, de ahí que en Ferraz se contemple hoy como una posibilidad lo que no es más que un disparate.

No existe en el PP un solo dirigente que albergue, a partes iguales, tanto odio y desprecio al PSOE como Pablo Iglesias. Y eso lo sabe mejor que nadie Pedro Sánchez. La campaña electoral de Podemos se construyó sobre la idea de que el PSOE es un artefacto sospechoso, al servicio de la oligarquía financiera. Para que la idea calase inventaron puestos en consejos de administración, se mofaron de Felipe González, aludieron a oscuros pactos para perpetuar al establishment... Podemos fue en su origen la carcoma que terminó por devorar a IU -recuerden, nació como una plataforma para forzar un simple proceso de primarias-, su objetivo ahora es mucho más ambicioso: fundar un nuevo bipartidismo sobre un PSOE reducido a serrín.

Iglesias trazó ayer durante su discurso ante el consejo ciudadano de Podemos una línea para dividir a los socialistas. Apeló explícitamente a "los sectores sensatos del PSOE". ¿Quiénes son los socialistas sensatos según la taxonomía podemita? Son aquellos, claro, que sitúan a su partido más cerca de Podemos que del PP o, en el mejor de los casos, en un lugar intermedio, a la misma distancia ideológica. Hagamos un sencillo ejercicio que consiste en enumerar todo aquello en lo que Pedro Sánchez coincide con Mariano Rajoy y difiere de Pablo Iglesias: soberanía nacional, monarquía, política antiterrorista, OTAN, libertad de mercado y política comunitaria. Bien, pues los socialistas sensatos serían los que consideran que estas cuestiones son una minucia, divisas negociables para alcanzar el gobierno, porque hay algo más profundo, no sabemos qué, que une al PSOE con Podemos.

En contraposición a los sensatos estarían los socialistas que llamaremos anacrónicos. Les voy a ayudar a distinguir unos de otros. Los segundos son aquellas antiguallas que se cansaron de encadenar mayorías absolutas durante décadas, justo antes de que los primeros dilapidaran el crédito del partido en coaliciones aberrantes.

Hace unas semanas en el emocionante homenaje que Libres e Iguales rindió a Albert Boadella en el Teatro Muñoz Seca de Madrid pude ver a varios de los socialistas anacrónicos. Ni rastro de los socialistas sensatos. Porque otra cosa que distingue al socialista sensato -siempre según la denominación de Iglesias- del anacrónico es, como dice Savater en un anacrónico artículo, que el sensato "aún se empecina en creer -¡con lo que está a la vista!- que el nacionalismo catalán no es del todo bueno, pero el antinacionalismo es peor". Aparta ese cáliz, Pablo.