No comienza la Navidad hasta que no ves a tu hijo sobre el escenario del colegio y compruebas cuánto hemos avanzado en la educación bilingüe en este país: la Navidad comienza el mismo día en el que a ti se te saltan las lágrimas al escuchar en boca de tus vástagos sobre el escenario el Last Christmas del Wham de tu adolescencia.

Este año, en el colegio de Mi Moco (público y bilingüe, of course) los padres no podemos ir al festival de Navidad. Así lo han decidido los profesores, hartos de controlar a la jauría de parientes cámaras en ristre. Recreemos la escena. Madres, padres, abuelos, tíos, cualquiera tenía derecho a ir por mucho que el colegio mandara una circular pidiendo que solo acudieran dos personas por alumno. Todos con móviles, cámaras y hasta iPad para inmortalizar la edición especial del Festival de Navidad. Me recuerdo amenazando a una abuela empeñada en estar de pie sin dejar ver a toda la ristra que estábamos detrás. "¡No veo a mi niña!", gritó moviendo los brazos defendiendo su derecho a estar como le diera la santa gana.

Quise placarla allí mismo para que dejara la vista libre.

La noticia de la ausencia de los padres en el evento provocó conversaciones incendiarias en el grupo de guasap que toda madre tiene en su smartphone y en el que dejamos muy claro quiénes somos cada una. Se esgrimieron argumentos tan contundentes como "después de hacerles el traje ni siquiera vamos a poder verlos" o "yo quiero ver a mi niña y llorar de emoción". Me gustó especialmente "Muchas echamos horas extras cuando se necesitan y sin que te las paguen" cuando especulamos sobre si los profesores se habían negado porque perdían tiempo (y horas lectivas) preparándolo; fue un bulo, se negaban a trabajar de niñeros con cualquiera que no fuera un alumno.

Ninguna pareció caer en la cuenta de los niños que no fueran sus hijos, esos que aparecen con la cabeza gacha en las fotos junto a los nuestros sonrientes, esos a los que sus padres no pueden ir a ver porque no tienen jefes tan majetes. Algunos de nuestros hijos se saben la historia, los han visto llorar en el cuarto de baño en alguna que otra función.

También los han visto los profesores y han hecho su trabajo. Lo han hecho tan bien como para que, con suerte, ésta sea la primera generación al margen de sus padres que no necesite melodramas para ayudar, acoger y salvar a los que no sonríen a cámara.