Parece que aún quedan españoles en España que creen que la mejor manera de desalojar al PP del poder es votar al PSOE el 20-N. Es un fenomenal error. El idioma hebreo tiene una expresión para este tipo de castigos que el condenado acepta con el mismo estrés con el que ve secarse la pintura de la pared. "No se puede intimidar a una prostituta con una polla". Ya me perdonarán la literalidad de la metáfora, pero la frase es la que es y tampoco me la he inventado yo.

Votar a Pedro Sánchez para hundir al PP es como votar a la CUP para conseguir la independencia de Cataluña: un acto tan intrépido como contraproducente. Un rebeldía de saldo, propia de adolescentes y de ancianos, que acaba produciendo el efecto contrario al deseado. Si Mariano Rajoy ha aceptado debatir a solas con Sánchez no es porque el líder del PSOE sea el jefe de la oposición o porque siempre se haya hecho así, sino porque el Partido Socialista es la zona de confort del PP.

Y ahí andaban el lunes los dos candidatos a destronar a Rajoy y un tercero que solo podría haber estado más fuera de lugar en la puerta de la tienda Apple y disfrazado de swagger. Casi sentí pena viendo como Pedro Sánchez, un hombre que quizá hubiera tenido su espacio como comercial inmobiliario de ciudad mediana en los primeros años noventa, defendía su territorio de las dentelladas de dos machos más jóvenes, más agresivos, más ágiles, más inteligentes y con una idea mucho más clara de por dónde van los tiros de la comunicación política contemporánea. Y eso que Rivera metió el autobús en la portería para no correr riesgos innecesarios: si llega a salir a matar se lo come vivo ahí mismo.

Sánchez pretendió parecer agresivo pero benigno y se le vio faltón y maleducado a destiempo. Intentó transmitir aroma de presidente y yo me preguntaba por las tenazas de titanio que harían falta para desfruncirle el ceño tras el debate. Defendió los logros y el legado de su partido a lo largo de los últimos treinta y siete años pero olvidó que para un español del siglo XXI la sanidad y la educación pública, la ley del aborto, el estatuto de los trabajadores autónomos y demás obviedades se dan tan por descontadas en democracia como el voto de las mujeres o la prohibición de la esclavitud. ¿Que las trajo el PSOE? Solo faltaría: estamos a 2015. ¡Aún habrá que darles las gracias!

El sofá orejero de Rajoy no está en la Moncloa. Está en Ferraz.