Claro que existe algo más cansino que la campaña electoral que se nos viene encima: el coro de quejicosos que se pasará dicha campaña exhibiendo su hastío. El coro denostará los carteles electorales, por horteras; se reirá de la escenografía vulgar de los mítines y ya sabe, porque lo lleva aprendido de otros años, que el debate entre los líderes será decepcionante. Ya le pareció decepcionante el Debate sobre el estado de la Nación, la entrevista en Televisión Española y lo de Pedro Sánchez contestando a unos individuos en La Sexta. Éste es el nivel, exclama.

El coro de aprendices de cínico estalló en carcajada caballuna cuando Rivera reconoció que no había leído a Kant. Por Dios, Kant, ¿quién no?. Se desternilla cuando ve a nuestros líderes incomunicados en las reuniones del G-20 y considera que la colleja de Rajoy a su hijo es un nefasto ejemplo para una ciudadanía huérfana de referentes.

Los aprendices de cínico se sienten insultados cuando un político les interpela desde El Hormiguero o la casa de Bertín Osborne. Es la misma gente que de sobremesa da un codazo y, entre risitas sarcásticas, dice que el verdadero problema se llama sufragio universal y juas juas en Twitter y LOL en Facebook.

-Qué envidia las elecciones de Estados Unidos.

-¿Te ha tocado mesa electoral? ¡Qué putadón!

-Yo si ganan estos me exilio.

-Viendo la precampaña no sé si seremos capaces de soportar la campaña.

Ay, si nuestros cínicos hubieran visto a Hillary Clinton poniendo copas en Saturday Night Live, las katiuskas con las que Schröeder ganó las elecciones o los sofocos de Ségolène Royal en la TF1. No hay nada tan confortable como ese discurso que dice que España es una eterna anomalía.

En España, precisamente, hubo campañas heroicas. Y ojalá que no vuelvan. Aquellos espectáculos eran, por cierto, un fracaso en taquilla. Leo en Alternativa Naranja -la magnífica crónica de Iñaki Ellakuría y José María Albert de Paco- cómo eran aquellos tiempos en los que no estábamos empachados de Albert Rivera. Una cata: "Albert Boadella (…) se ve obligado a pasar entre el grupúsculo para acceder al salón y uno de los maulets, que llama la atención por su aspecto aniñado, lo rocía con spray maloliente. "¡Payaso!", le espeta otro. La dotación de los Mossos d’Esquadra (…) opta por la pasividad, pretextando que reprimir a los boicoteadores "tan solo complicaría las cosas".

Todo lo demás, incluido el hastío de los que se creen mejores que su clase política, es tan viejo como el tipo que aparece en los billetes de un dólar.