Una vez tuve (sin comerlo ni beberlo demasiado…) una bronca con Hermann Tertsch porque, en un programa de televisión en el que coincidíamos, él sostuvo que el objetivo último de toda esta movida independentista era blindar judicialmente a los hipercorruptos hipercatalanes y yo le dije que no, que no iba por ahí. “¡¿Qué pasa, que sólo los nacidos en Cataluña podéis opinar y los que no somos de allí no podemos ni abrir la boca?!”, se reviró Hermann, de todos conocido por su carácter harto apacible.

Que no, Hermann, que simplemente es que yo no estoy de acuerdo… Tampoco coincido en este punto con la por demás muy por mí admirada Inés Arrimadas, protagonista de un firme y emocionante discurso ayer en el Parlament. Habló en castellano, lo cual, créanme, tiene hermosos bemoles hic et nunc. Encarnó Inés la ilusión, el honor, la fuerza. ¿Saben que ella aprendió catalán cuando vivía en Jerez, y lo aprendió porque le dio la gana, porque sí, por curiosidad por la cultura de una ciudad, Barcelona, donde sus padres (salmantinos ambos) habían vivido antes de que ella naciera y donde nada indicaba que ella acabaría regresando y siendo un día briosa jefa de la oposición?…Gente así es la que nos hace falta. En Cataluña y en Madagascar.

Volviendo al tema: yo discrepo de Inés Arrimadas, de Hermann Tertsch y de otros tantos en la verosímil, pero para mí errónea idea, de que todo esto del prusés es para hurtar el cuerpo del 3 per cent a los tribunales españoles. ¿Por qué iba a ser así, décadas y décadas y décadas después de que los tribunales españoles no hayan dado a esta gente ningún disgusto serio?

No, no va por ahí. Créanme: es peor. Mucho peor. Para muestra, un botón. Corría el año 2003, a Jordi Pujol le quedaban dos telediarios en la Generalitat que había gobernado con puño férreo (y cerrado…) durante 23 años. Fui a hacerle la última entrevista. Va y me suelta que él no quiere escribir sus memorias “pero temo tener que hacerlo porque, sabe, yo no voy a tener mucho dinero en mi vejez”...

A los pocos años, viviendo yo en Nueva York, empezaron a aparecer tocho tras tocho las memorias de Pujol. Y yo en mi inocencia pensé: pues será verdad que el molt honorable no llega a final de mes… Y me dio hasta pena. Hasta hoy.

De verdad que es peor, mucho peor, que haberse inventado un país para zafarse de que les pidieran cuentas… Es que ni se les pasaba por la cabeza que se las pudieran llegar a pedir. Ellos creían que se limitaban a coger lo que era suyo, y de nadie más.

Lo siguen creyendo.