Contra la secesión de un Parlamento aún autonómico –aunque desconectado-, contra el muro etéreo pero real que pretende construir en Days like these una parte de los catalanes –la que manda-, la cadencia armoniosa y seductora de los mejores acordes, que sonarán hoy en Madrid.

Contra la falta de diálogo; contra los portazos unilaterales, la concordia de los genios, sus notas felices que unen melódicamente a quienes buscan paz y la encuentran en la armonía improbable de estos tiempos de sequedad y rupturas.

A veces, cuando surge un Crazy love en sus menos afortunadas claves, como el que enamora antinaturalmente a Mas y a Baños, lo adecuado serían unos buenos Hymns to the Silence.

Pero Van Morrison no puede callarse, España tampoco. A veces sus rugidos en Belfast se oyen en la Avenida de Burgos y, por extensión, en todo el país que aún formamos. Y es que, entre leones, la comunicación siempre es fluida.

El más fiero de los selváticos reyes europeos, más admirado aún que el bravo y desaparecido Cecil, ruge hoy precisamente en un circo, el Price. Pero Morrison tiene muy poco de clown, aunque traiga de Irlanda sus numerosas manías y su electrizante performance. Ya lo dijo Jackie Wilson: apréndanse todos mis temas, que ni yo sé cuáles voy a querer interpretar esta noche.

Forcadell sí sabe qué quiere tocar a los españoles, y por eso nos sumerge en la noche de los tiempos, pero antes nos quiere sumir Into the Mystic sin darse cuenta -o dándose, que es peor-, de que la independencia catalana tiene mucho más de locura, de Gloria –G,L,O,R,I,A- imposible que de mística. Haría mejor en regalarse un Moondance con Romeva mientras vagabundean por la historia de España queriendo arañarla, ambos en plena sintonía, sin apenas pisarse los pies.

Estamos viviendo entre tinieblas este Precious time, malgastándolo terriblemente, cuando sin embargo podríamos estar, ya hace algún tiempo, si en Moncloa hubieran estado atentos, o si la ambición de los soberanistas hubiera sido más sensata que ilimitada, en el Bright side of the Road. Pero no: allí, donde hay claridad y progreso, donde los debates nacionalistas o anticapitalistas ya están obsoletos, que no nos busquen.

And it stoned me. Desde luego, porque de aquí no está nada claro cómo vamos a salir. Algún resquicio habrá, pero será doloroso.

Si sólo aplicamos la legislación constitucionalista estaremos aferrados al 78 sin escuchar a los cientos de miles de catalanes que quieren otra relación con el Estado. Si no lo hacemos, peor.

Ahora, tras este formidable paso sin duda fallido en busca de una quimérica República Catalana, habrá que someterse, si no es demasiado tarde, a The healing game. Van Morrison, Back on top.