Qué miedo así de repente con Cataluña… Se comprende: tanto tiempo en Babia y en la inopia se pagan con una encarnizada incomprensión de lo que realmente ocurre, cuando ocurre. Toda la vida pasteleando y cuando por fin llega la hora, o aunque sea el minuto, de la verdad, Moncloa, Génova y Ferraz con estos pelos. Verdes y de punta.

Vamos por partes. Estos de la CUP fueron a las elecciones llevando en el programa la DIU (no dispositivo intrauterino, no: declaración unilateral de independencia). Eso, en cristiano, significa llegar y besar el santo. Que según entras en el Parlamento catalán, vas y te vas de España. Y a quien le pique, que se rasque. Por una línea muy paralela, tan paralela que llegaba a lo tangencial, discurrían los de Junts pel Sí con el exinternacionalista progre Raül Romeva al frente.

En resumiendas: que estos que parece que ahora se han puesto de acuerdo para liarla no parda, sino pardísima, en realidad, y aunque pueda dar otra impresión, lo que se están es bajando con sigilo los tirantes, paso previo a despojarse de los pantalones.

La independencia, señores, digan lo que digan las nórdicas estupendas y algún despistado eslovaco, que no balcánico (aprovecho para recomendar la inefable, maravillosa, imprescindible última película de Fernando León de Aranoa, Un día perfecto…), pues eso: que la independencia, cuando va en serio, cuando de verdad se tiene mayoría, fuerza y redaños para proclamarla, no es algo que se conecta o se desconecta a dieciocho meses vista. No es un “vale por un Estado el año que viene”. Un niño no anuncia a su madre que de aquí a doce meses va a tirar al suelo el bote de la mermelada. No se le comunica a nadie que se le va a violar a noventa días. 

Menos aún cuando todo intento de violación se salda con un paradójico gatillazo… Con un amago de lo que demasiado bien se sabe que no hay capacidad de dar… Y no porque lo vaya a impedir Rajoy (¡menudo!) sino porque la misma realidad catalana social, política, demográfica, democrática, etc, es tozuda y no admite según qué saltos en el vacío. De ahí que la única esperanza de los aparentes ganadores del aparente plebiscito del aparente 27-S sea que su aparente amenaza de liarla surta tal efecto, que de verdad parezca que la hayan liado. Y a partir de ahí, a ver qué pasa.

¿Y qué se hace entonces? Buena pregunta. Una pista: cumplir la ley nunca está de más. Y aguardar pacientemente a que alguien la incumpla de veras, no que meramente amenace con ello, antes de perder los papeles y los nervios. Ya que no se supo poner política antes de la fractura, no regalemos ahora la herida a quien vive de poner la venda…