Cada mañana, lo primero que todo aspirante a gobernar España debería hacer antes de sentarse a desayunar es ver el vídeo grabado en octubre de 2012 que muestra a niños de diez y once años de un colegio de Deltebre, en Tarragona, exponiendo como trabajo escolar sus argumentos en favor de la independencia de Cataluña.

Mientras los chicos de esa edad de otros puntos de España estudiaban las comunidades autónomas y los ríos que las atraviesan, los de Deltebre exponían lo buena que sería la Sanidad "si el dinero se quedara en Cataluña", y expresaban sus temores a una "guerra" como único reparo a la secesión. 

Si antes hubo idiotas -principalmente de derechas- que creyeron que la deriva del nacionalismo catalán era una cuestión que se arreglaría en última instancia con más dinero para la Generalitat y que CiU daría marcha atrás antes de llegar al precipicio, hoy hay idiotas -principalmente de izquierdas- que están convencidos de que, cuando baje la fiebre, habrá que atraer a quienes han votado por las fuerzas independentistas con nuevos reconocimientos a la singularidad catalana y mayores cotas de autogobierno.

Esa solución, que supondría bendecir para siempre el adoctrinamiento de menores como el inmortalizado en Deltebre, significaría algo todavía peor: pisotear al 51,7% de catalanes que votaron en contra de la independencia en las elecciones plebiscitarias de septiembre y que se han sentido desamparados durante demasiados años por el Gobierno de su país.

Una diferencia fundamental entre los políticos que aspiran a conseguir una Cataluña independiente y los que defienden la legalidad es que en el primer pelotón hay aspirantes a inmolarse para ingresar en el santoral de mártires del catalanismo, mientras que en el segundo resulta difícil encontrar a alguien dispuesto a arriesgar la pensión parlamentaria.

Hay otra. Los separatistas vienen trabajando desde hace mucho y sin descanso en ajustar al milímetro su programa para la independencia. Nada dejan al azar ni a a la improvisación, como tampoco escatiman un euro. Han hecho de ese trabajo su vida. Incluso su medio de vida. Es lo que les llena el alma y los bolsillos.

El vídeo de la escuela de Deltebre es de 2012, así es que en 2020 sus protagonistas tendrán 18 años y podrán ejercer el derecho al voto. Pero ha habido antes y después otros Deltebre. La fábrica de independentistas no estaba en Madrid.