Ha ganado. ¡Han ganado! Y en las noticias vociferan sobre una imagen de los mejores goles ralentizados: "¡Qué paliza!". Así, sin anestesia. Como metáfora de barra de bar, carajillo en mano, para destacar el triunfo de nuestro equipo está bien. Como parábola para hacerse eco del triunfo, no. Me niego.

Me niego a que el lenguaje en deportes sea siempre bélico. Me niego a que siempre se hable del contrario como si fuera una batalla carlista. Me niego a que el fuego cruzado sea verbal. Me niego a que los presentadores hablen del rival a batir como si fuera Juego de Tronos, Pearl Harbour o Apocalypse Now. Me niego a que se narre la victoria deportiva como si en el campo hubieran quedado cuerpos destrozados. Me niego a que se pinten la cara como si fuera una batalla tribal de Mel Gibson. Y me niego, sobre todo, a que el eco que quede en nuestro salón de casa sea el de una paliza. ¡Es deporte!

A machacarles. A por ellos. A triturarles. Pulverizarles. Aplastado. Molido. Desintegrado. Masticado. Roto. (Sic). Somos los mismos periodistas los que luego abanderamos campañas contra el maltrato y a favor del juego limpio. Qué cinismo.

El deporte como juego y como diversión ha quedado para las guarderías. En cuanto el niño tiene siete años ya grita como un borrego y lanza improperios bélicos porque los ha escuchado en casa y en las noticias. El árbitro colecciona tacos y el portero, otras tantas humillaciones. No entraré en el lenguaje machista (que lo hay) a la hora de retransmitir un partido cojonudo y una final coñazo. Así es, tal cual. Esto es muy antiguo. Tampoco, en el lenguaje homófobo que surge de las entrañas del más cosmopolita para calificar a un jugador que ha fallado. No me valen las excusas de la pasión desaforada y el fuego de la contienda. No.

Urge una revisión lingüística a la hora de construir un relato. Las batallas que tanto nos espantan en las que hay heridos de verdad no son deportivas, son la cruda realidad. Por eso, escuchar "vaya paliza le hemos dado" cuando estamos relatando un encuentro deportivo es insano. Porque minimizamos la palabra y tres noticias después la volvemos a usar para un drama. Si usamos las palabras con frivolidad, sobre todo las más serias, acabamos vaciándolas del contenido real.

Inmunizados como periodistas y como espectadores.

Pd.: Este artículo está basado en hechos reales.