Una bandera con la imagen de Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, en la Plaza de los Rehenes, en Tel Aviv.

Una bandera con la imagen de Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, en la Plaza de los Rehenes, en Tel Aviv. Reuters

Oriente Próximo

Israel prepara protocolos y terapias para acoger a los rehenes: heridas psicológicas y puentes rotos

Los 20 rehenes vivos pueden sufrir problemas cardíacos, neurológicos y respiratorios,  por el llamado síndrome de realimentación.

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Fethiye
Publicada

Son 20 vivos y 48 muertos, todos hombres, menos el cadáver de una mujer, Inbar Heiman, voluntaria de 27 años en el concierto de música y asesinada por sus captores después del 7 de octubre de 2023.

Para los vivos, el Ministerio de Sanidad de Israel ha pedido a la Cruz Roja que evite que Hamás los sobrealimente de golpe para ocultar el hambre extrema a la que han sido sometidos durante dos años de cautiverio. Si se les da mucha comida de golpe, pueden sufrir consecuencias graves, como problemas cardíacos, neurológicos y respiratorios. El término clínico es refeeding síndrome (síndrome de realimentación).

Con los últimos liberados, en febrero de 2024, cuenta la jefa de enfermería del hospital Beilinson, Michal Steinman, tuvieron que hacer de detectives: “Fuimos sistema por sistema, oídos, ojos, boca, cabello, piel, riñones, orina, lo que fuera, músculos, para pensar qué le está pasando a una persona que se encuentra en esas condiciones de cautiverio”, señala Steinman.

Pero lo peor está oculto: los traumas psicológicos y las secuelas que dejan 734 días de secuestro y de torturas. En los hospitales que los acogerán, Sheva, Ichilov, Sourasky y el propio Beilinson, el ministerio ha anunciado que se realizará una evaluación psiquiátrica. Los centros de Soroka y Barzilai quedarán para las urgencias por su proximidad a Gaza.

Es un cautiverio demasiado prolongado, tanto, cuentan los equipos médicos, que no tenían protocolo ni había guías en la literatura médica. Las autoridades han ordenado áreas separadas para los rehenes, con habitaciones privadas con un familiar o persona de confianza, un doble examen (el primero inmediato y el segundo tras la reunificación), y la evaluación psiquiátrica en menos de 24 horas. Y a partir de ahí se asignarán equipos estables con médico, enfermería, trabajo social, psiquiatría, psicología, dietista y forense.

Los traumas que traerán

El abanico de síntomas que anticipan los clínicos es el propio del estrés postraumático (TEPT) complejo: insomnio, hipervigilancia, pesadillas, disociación, depresión y pérdida de la confianza básica. Han regresado, pero ya no son los mismos. La exposición prolongada al peligro y a la amenaza de muerte constantes no les dejará vivir con normalidad.

Irit Aloni, directora de la unidad clínica de NATAL (Israel Trauma & Resilience Center), subraya que la cautividad prolongada y la violencia interpersonal, el “encuentro con la crueldad” de otro ser humano, elevan la carga traumática por encima de desastres naturales o accidentes: “El trauma de la cautividad es el peor que hay. Conocemos los nombres, los rostros, las historias y sus vidas anteriores. Pero durante el proceso de retorno, necesitarán privacidad para volver a la vida y recuperar poco a poco el control sobre sus vidas”, explica Aloni.

Desde el Centro Nacional para el Post-Trauma y la Resiliencia (TAU) añaden dos ideas clave: sí hay vida después, pero el coste no desaparece: la rehabilitación es sistémica y durará años, con apoyo social y psicoterapia como pilares, y necesitarán fármacos para paliar síntomas como insomnio y ansiedad intensa.

Los supervivientes de largo cautiverio confirman la profundidad del daño. En Hostage, Eli Sharabi narra 491 días secuestrado -440 de ellos en túneles- con hambre extrema (“un pan de pita seco al día”), mientras iba perdiendo las uñas y la vista. Con lucidez y capacidad de observación, describe a sus secuestradores como eufóricos tras el ataque del 7 de octubre, convencidos de haber conquistado su kibutz Be’eri con facilidad y movidos por una mezcla de odio fanático, adoctrinamiento religioso y delirio triunfalista.

Los oye hablar en árabe con resentimiento hacia “los judíos millonarios”, reflejo de un mito conspirativo y revanchista. Los de Hamás alternaron brutalidad y gestos mínimos de compasión -“un gajo de clementina, una palomita de maíz”-, siempre bajo la lógica de una jerarquía que despersonaliza a todos.

Sharabi los ve como guardianes atrapados en la obediencia y la paranoia. Resume su experiencia como un “descenso al fondo de la condición humana”, donde la solidaridad entre prisioneros fue su única forma de resistencia ante un mal estructural que anula al otro como persona. Es un retrato crudo de degradación física y resistencia moral que anticipa procesos de duelo y trauma prolongados.

Cómo se puede tratar ese trauma

La evidencia internacional que los equipos israelíes toman como referencia coincide en una primera línea de psicoterapias focalizadas en trauma: Exposición Prolongada (PE), Terapia Cognitiva de Procesamiento (CPT) y Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares (EMDR).

En la PE, el paciente revive de forma controlada y repetida los recuerdos traumáticos hasta que el miedo y la angustia disminuyen. En la CPT el paciente trabaja sobre los pensamientos y creencias distorsionadas que deja el trauma, como sentimientos de culpa o creer que nunca estará a salvo, y son reemplazados por interpretaciones más realistas. El EMDR combina la evocación del trauma con estímulos bilaterales (movimientos oculares, sonidos o toques alternos) para procesar el recuerdo y reducir su carga emocional. Son tratamientos con resultados mesurables y suelen combinarse con intervenciones sobre el sueño y el dolor crónico. En fase aguda se priorizan estabilización, psicoeducación y técnicas de grounding.

A nivel organizativo, el equipo multidisciplinar y las reuniones clínicas conjuntas permiten un plan personalizado que abarque comorbilidades frecuentes del cautiverio: desnutrición, lesiones, infecciones, secuelas de violencia sexual, más frecuente en mujeres, pero puede haberse producido también en hombres (dos adolescentes israelíes fueron obligados a realizar actos sexuales entre sí y sometidos a abusos por sus captores, según The Times of Israel, y la enviada especial de la ONU informó de información clara y convincente de violencia sexual contra algunos rehenes).

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La coordinación con los forenses cubrirá la identificación y cadena de custodia en eventuales delitos, sin interferir en la atención terapéutica. La privacidad no es un capricho, es parte del tratamiento.
Necesitarán espacios protegidos y silenciosos, tiempo y control sobre su propia narrativa. NATAL y el centro de TAU recomiendan limitar la exposición pública, evitar convertir la biografía del retornado en contenido mediático y escalonar la vuelta a roles sociales (familia, trabajo, comunidad). Necesitarán años de seguimiento, con picos en fechas significativas y en momentos de nuevas crisis. Una red de apoyo reducirá las recaídas

Las familias deberán reaccionar con ética de cuidado: proteger la privacidad del retornado, no forzar relatos, evitar “entrevistas” informales o exposición en redes. Los clínicos del centro nacional de TEPT insisten en que las familias aprenderán a identificar desencadenantes (ruidos, encierros, olores), acompañar sin infantilizar y respetar el “si quiere hablar, hablará”. El proceso será desigual: habrá mejorías y retrocesos. La función de la familia no es “sacar información”, sino sostener el control que el cautiverio les arrebató.

¿Qué se siente al regresar a la familia y a la sociedad? No hay dos casos iguales, pero la literatura y los testimonios apuntan a una mezcla de alivio, duelo diferido, culpa del superviviente, rabia y desconfianza. Algunos sentirán extrañeza en espacios abiertos, otros, ansiedad en aglomeraciones o túneles. La reinserción es viable, “se puede vivir, formar una familia, trabajar”, recuerdan los clínicos, pero conviven con cicatrices permanentes.

El trauma también está en Gaza. En paralelo, la población civil palestina arrastra un trauma masivo -desplazamientos, duelo, vidas suspendidas- y, pese a recelos sobre los términos, varias voces en Gaza han pedido a Hamás aceptar el plan para terminar la guerra. Los barómetros independientes ayudan a enmarcar esas voces: las encuestas del PCPSR en 2025 mostraban caída del apoyo a Hamás y al uso de la fuerza, y cambios en preferencias políticas, al tiempo que persistían el rechazo a la desnuclearización de facto de Gaza y la desconfianza en que la liberación de rehenes cerrase la guerra por sí sola. Tienen demandas materiales urgentes y expectativas bajas sobre los líderes.

Los puentes rotos, y cómo reconstruirlos

Eli Sharabi describe a sus secuestradores como hombres eufóricos y fanáticos, cegados por una ideología de odio y saqueo, convencidos de que los israelíes son enemigos existenciales. En paralelo, advierte que sus captores también temían al entorno civil: lo ocultan en casas y túneles para que los propios gazatíes no lo lincharan si lo veían, una frase que resume tanto el aislamiento total del rehén como la descomposición moral del contexto. Su conclusión es que la ideología de Hamás —mezcla de supremacismo religioso, propaganda del martirio y codicia política— deshumaniza tanto al cautivo como al captor. La “crueldad” que menciona no es un exceso puntual, sino un método: el secuestro, el hambre y la humillación como herramientas de poder y relato.

Tras dos años de horror, se ha roto la confianza pública entre los dos pueblos. Recordemos que muchos de los asistentes al concierto y de los residentes de los kibutzin eran propalestinos y partidarios de la paz. Las actitudes de compromiso son frágiles a ambos lados, el escepticismo domina el clima y se habla de una paz nacida de la fatiga. El contacto entre los dos pueblos, de persona a persona, no puede funcionar si no hay simetría ni reconocimiento, como explica el académico Ifat Maoz sobre encuentros judeo-árabes.

Las narrativas socio-psicológicas de Daniel Bar-Tal y Eran Halperin identifican barreras persistentes, como el victimismo exclusivo, la suma cero, la deslegitimación, que se retroalimentan con la violencia. Revertirlas exige beneficios visibles y marcos normativos compartidos.

En la práctica, el diagnóstico clínico y el social están relacionados: la privacidad y el control que piden los profesionales para los rehenes son análogos a lo que piden las comunidades para la paz: seguridad básica, estabilidad y voz propia. El retorno a la vida de los liberados requiere protocolos, terapias y silencio. El retorno a la vida de las sociedades requerirá pasos verificables, movilidad y beneficios tangibles que sustituyan el miedo por expectativas razonables.