
Vladimir Putin y Xi Jinping, durante la cumbre de Samarcanda de 2022. Sputnik
Xi y Putin ya coordinan su respuesta a la guerra de Israel contra Irán a la espera de que Trump opte por entrar de lleno
China y Rusia aprovechan la crisis para proyectarse como árbitros alternativos al eje occidental. Eso sí, parece poco probable que intervengan militarmente para rescatar a su aliado.
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Al mediodía del jueves en Oriente Medio, el embajador israelí en Japón, Gilad Cohen, respondía a un post en X del cónsul general de China en Osaka, Xue Jian, acusándolo de antisemita, peligroso y un insulto a la memoria del Holocausto. En su tuit, Xue asimilaba Israel al régimen nazi. Es muy probable que el diplomático chino, en un intento por ganar la atención y el beneplácito de su líder, expresara sin tapujos lo que se comenta en los pasillos de Zhongnanhai. Sin embargo, unas horas después, eliminó su comentario público.
El desliz del diplomático chino, que delata la agresividad de la maquinaria propagandística china contra Israel, sucedía casi al mismo tiempo que una declaración conjunta del líder Xi Jinping, y su homólogo ruso, Vladímir Putin, que tras una conversación telefónica condenaban enérgicamente a Israel por sus ataques contra Irán, pedían que se mitigara la escalada y condenaban cualquier solución militar al conflicto y al programa nuclear iraní.
El tono público de Xi busca la neutralidad diplomática.
Sin mencionar a Estados Unidos, Xi señaló que “grandes países” con “una influencia especial” en la región deberían recurrir solamente a herramientas diplomáticas para calmar los ánimos. Casi al mismo tiempo, el embajador israelí en Pekín informaba de que mantiene abiertos los canales de diálogo con China pese a sus críticas.
Este nuevo giro en el tablero internacional plantea una serie de interrogantes, como por ejemplo si Pekín y Moscú llegarían a intervenir militarmente para defender a su protegido, pues Irán vende un 90% de su petróleo a China y Putin mantiene en la base de Bushehr a 200 técnicos nucleares rusos.
Al mismo tiempo, ambos países están aprovechando que Donald Trump está muy ocupado apoyando a su aliado en la región, Benjamin Netanyahu, aunque prometió retirarse de Oriente Medio, lo que desvía el foco de Washington del “Giro hacia Asia”. Es decir, centrarse en el nuevo enemigo: la segunda potencia económica y su principal socio comercial, China.
Un análisis de la declaración ruso-china indica que, salvo catástrofe mayor como ataques a instalaciones nucleares con víctimas chinas o rusas o intervención directa de EEUU, Pekín y Moscú optan por un rol diplomático activo, pero no confrontativo.
El escenario más probable es que, en especial China, impulse una mediación indirecta que busque posicionarlos como potencias estabilizadoras y responsables, sin romper con Israel ni desafiar a Estados Unidos. Esta estrategia no respondería a una convicción pacifista sino a un cálculo de poder en un orden global cada vez más fragmentado, con objetivos como debilitar la hegemonía Occidental y consolidar alianzas en el llamado Sur Global.
Además, China está muy debilitada económicamente y Rusia también militarmente por su invasión de Ucrania.
Más allá del frente diplomático visible, tanto Moscú como Pekín estarían explorando fórmulas de mediación indirecta a través de la Organización de Cooperación de Shanghái o iniciativas conjuntas de paz en un intento de posicionarse como árbitros alternativos al eje occidental.
Otras opciones
Un segundo escenario, menos probable por ahora, sería el apoyo indirecto a Irán, ya sea mediante respaldo económico, político o simbólico, si el régimen iraní se debilita internamente o si EEUU entra militarmente o si Israel ataca instalaciones sensibles como Bushehr.
Las posibilidades de una implicación militar indirecta (como asistencia técnica, refuerzo de defensas antiaéreas o disuasión naval) se reducen porque ni Moscú ni Pekín quieren verse arrastrados a un enfrentamiento abierto que desestabilice el comercio o desvíe recursos.
Según Sanam Vakil, directora de Oriente Medio en Chatham House, Irán también podría intentar implicar a China para forzar una desescalada si se viera acorralado. Además, el orden regional deseado por EEUU e Israel excluye a China como un actor militar o tecnológico, lo que implica que un enfrentamiento directo es poco probable.
Por último, el menos probable de los escenarios es que Rusia y China opten por una neutralidad pragmática, dejando correr el conflicto mientras recogen beneficios diplomáticos.
Entre bambalinas, los acuerdos e intereses entre China, Rusia e Irán van mucho más allá. El analista israelí Tuvia Gering, experto en relaciones entre China e Israel de CTI, INSS y Atlantic Council, explica a EL ESPAÑOL que durante el último año los tres países “han mostrado una coordinación más estrecha que en el pasado, y han ido más allá de la de la asociación trilateral meramente performativa y en gran parte simbólica que definía antes sus vínculos”.
Esto se ha visto con claridad en su cooperación sobre el programa nuclear iraní. Han celebrado al menos dos reuniones trilaterales para alinear posturas y respaldar a Irán frente a la presión occidental. Con ello, han acercado aún más a Teherán a la órbita geopolítica oriental, debilitado las sanciones y obtenido el favor de un Irán más asertivo e influyente en la región.
“Dicho esto, su relación tiene límites. No se trata de un ‘eje’, ni de una alianza militar. El apoyo real de China a Irán se limita a tres canales principales: respaldo diplomático, provisión de un salvavidas económico y, probablemente, transferencia encubierta de componentes de doble uso. Este último punto, sin embargo, es cada vez más incierto esta semana, debido al aumento de los riesgos operativos y al escrutinio internacional”, agrega Gering.
Pekín quiere evitar dos escenarios extremos.
Uno es el colapso del régimen iraní, que podría derivar en un “estado títere” prooccidental, como advierte Zhu Zhaoyi, director del Centro Israelí de la UIBE-Pekín.
Otro, más plausible, es una inestabilidad regional generalizada, desatada por que Irán adquiera un arma nuclear, lo que supondría un duro golpe para las normas de no proliferación a nivel regional y global.
“Una guerra regional de mayor alcance provocaría un aumento drástico de los precios del petróleo, lo que agravaría aún más la ya frágil economía china. También pondría en peligro los activos y el personal chinos en todo Oriente Medio y podría desencadenar una intervención militar estadounidense, ampliando así el papel de Washington en cualquier arquitectura de seguridad posterior al conflicto”, aventura Gering.
Al mismo tiempo, un prolongado enredo militar de EEUU en la región podría servir a los intereses estratégicos de Pekín, al agotar los recursos, la sangre, el dinero y el capital político de EEUU, “reorientándolos” desde el Indo-Pacífico hacia el lodazal de Oriente Medio, debilitando su postura global, matiza el analista.
Los matices
Sin embargo, los comunicados de Putin y Xi revelan también notables diferencias. Mientras que la declaración rusa condenó explícitamente a Israel, el comunicado chino omitió ese lenguaje. Las declaraciones de Xi Jinping ayer en la cumbre de Astaná (su primera referencia directa a la guerra) también evitaron condenar a Israel, y ofrecieron en su lugar un tono mucho más equilibrado hacia ambas partes del conflicto.
En contraste con Xi, el canciller chino Wang Yi y el representante chino ante la ONU, Fu Cong, sí han condenado duramente a Israel por violar la soberanía e integridad de Irán.
Pekín, sin embargo, no ha condenado los crímenes de guerra cometidos por Irán, como el ataque a un hospital con más de veinte civiles muertos (el jueves). Frente a otras reacciones chinas —como las críticas tras la masacre de Hamás del 7 de octubre o el asesinato de Haniyeh en Teherán, marcadas por hostilidad e incluso antisemitismo—, el tono más moderado de Xi sugiere cierta neutralidad, según el experto
Este giro refleja una tendencia más amplia que ha emergido en los últimos seis meses.
Por un lado, Pekín está recalibrando claramente su enfoque hacia Israel, intentando reparar una relación que se había deteriorado tras un año de hostilidad abierta y fricciones diplomáticas.
Por otro lado, Irán y su llamado “Eje de la Resistencia” están en su posición estratégica más débil en años tras el ataque israelí de los buscas, el desmantelamiento de Hezbolá y la caída del régimen de Asad.
Dentro de los círculos políticos chinos, está ganando fuerza una corriente creciente de escepticismo: una que cuestiona la utilidad de la rigidez ideológica de Teherán, su empeño en exportar la revolución, su ataque constante a Israel y su papel en provocar las sanciones punitivas de EEUU.
Lo más relevante es que China ha instado a Irán, tanto de manera velada como abiertamente, a que reconsidere su postura tras la negativa del régimen de los ayatolás a reconocer una serie de reveses estratégicos. “El argumento que gana terreno en Pekín es que Irán debe asumir sus pérdidas, moderar sus ambiciones y adoptar un enfoque más pragmático que favorezca la estabilidad regional”, rebela Gering.
El llamamiento de Xi a un alto el fuego es una extensión coherente de la postura pública de China desde el 7 de octubre: cese inmediato de hostilidades y resolución diplomática de los distintos conflictos.
La reacción del resto del Sur Global está siendo negativa para Tel Aviv y Washington. Cuanto más se presenta a Israel como “maligno”, misantrópico y flagrante violador del derecho internacional, peor queda retratado su principal “valedor”: Estados Unidos.
China ha invertido un esfuerzo considerable a través de múltiples canales del Partido-Estado para presentar a EEUU como el verdadero incendiario: apoyando a un agresor beligerante e inflamando una guerra contra un Irán no provocado.
Esta narrativa es, por supuesto, engañosa, pero resuena. Tras año y medio de demonización incesante de Israel en gran parte del mundo —incluidos movimientos progresistas y sectores de extrema derecha antisemita— se ha preparado el terreno para que este tipo de mensajes calen y moldeen la percepción, especialmente en el Sur Global.