El presidente Trump, durante la rueda de prensa de ayer en Washington.

El presidente Trump, durante la rueda de prensa de ayer en Washington. Nathan Howard Reuters

EEUU

Ni aranceles a China, ni tregua en Ucrania, ni rendición de Hamás: la realidad desmonta la revolución de Trump

Tras un fin de semana de intensas negociaciones en Ginebra, China y Estados Unidos han decidido pausar su guerra de aranceles y reducirlos a niveles semejantes a los de la Administración Biden.

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Hay algo especialmente curioso acerca del “revolucionario” Donald Trump y es el hecho de que ya fue presidente de los Estados Unidos durante cuatro años. En otras palabras, no es un idealista que viene de un cierto activismo y choca con una realidad que desconocía. La realidad, de hecho, en gran parte, la ha construido él mismo, aunque siempre intente distanciarse de su propia herencia y se presente como el eterno outsider contra las fuerzas establecidas del sistema.

En su discurso de investidura, Trump dejó varios eslóganes que intentaban transmitir seguridad y firmeza. Por ejemplo, “paz a través de la fuerza”, a diferencia de la continua timidez de la Administración Biden, que tanto costó al ejército estadounidense en Afganistán y que imposibilitó cualquier tipo de acuerdo con Rusia, Irán o el propio Israel. La “paz a través de la fuerza” —Trump indicó que le gustaría ser recordado por la Historia como un “pacificador”— requería de una posición dominadora de Estados Unidos sobre sus aliados y sus enemigos. Exigía de una preponderancia que puede que tuviera en los años noventa o en los primeros 2000, pero que Trump sabía de primera mano que ya no le pertenecía.

De hecho, toda su propaganda parte de una contradicción de entrada entre la apelación constante a una “América” pasada, imposible de fechar, y por ello mismo gloriosa, en supuesta decadencia… y el empeño a la vez en imponer a todo el mundo la voluntad de los norteamericanos apelando a su fortaleza. O estás en decadencia o eres imperio, habrá que decidirse. O, como poco, habrá que buscar los términos medios que, hay que insistir, Trump conoce al dedillo.

Así, la resolución de la guerra de Ucrania “en 24 horas” se ha convertido en un dar palos de ciego durante cuatro meses para acabar donde nunca debió moverse Estados Unidos: en el compromiso con Kiev y sus aliados, aunque sea mediante un acuerdo comercial. Del mismo modo, el “histórico” acuerdo de alto el fuego entre Israel y Hamás duró lo que le dio la gana a Benjamin Netanyahu y no precisamente a Steve Witkoff. Decenas de rehenes no solo siguen en la Franja, sino que su situación es aún si cabe más compleja, como hicieron saber las propias FDI al primer ministro israelí.

Los problemas del Liberation Day

Con todo, no hay mayor reflejo de la incapacidad de Trump para imponer sus deseos sobre la realidad del mundo que la guerra de aranceles que él mismo anunció en campaña electoral y a la que se lanzó casi desde el día uno de su mandato. Pese a los avisos de economistas de todo tipo de que dichos aranceles acabarían repercutiendo en el consumidor y en las empresas estadounidenses y por lo tanto impedirían el objetivo declarado de acabar con la inflación que tanto perjudicó a Joe Biden, Trump se lanzó sin meditación alguna a subir porcentajes como si aquello fuera una subasta.

Especialmente desde el llamado Liberation Day, la fuerza de Estados Unidos ha quedado en evidencia también en el terreno económico. Trump presentó a bombo y platillo, con una escenificación propia de un acontecimiento histórico, una lista de países y aranceles que incluía islas despobladas y seguía una fórmula matemática incorrecta. A continuación, prometió que no habría rebajas por mucho que le “suplicaran” los líderes mundiales y, cuando quiso apretar las clavijas a su gran rival, China, se encontró con que Xi Jinping no se achantaba —algo que él mismo debería haber previsto— y entraba gustoso en la guerra, llegando a porcentajes absurdos que ponían en jaque el comercio mundial.

Ante el riesgo de una recesión mundial y tras el desplome de los mercados, especialmente los estadounidenses, Trump reculó. Anunció unos acuerdos que a día de hoy aún no se han hecho públicos —ni se harán porque no existen— para justificar la reducción de los aranceles a prácticamente todos sus aliados y cesó ligeramente su batalla abierta con la Unión Europea, aunque mantuvo el 10% de arancel base sobre sus productos. Eso estabilizó más o menos las bolsas mundiales, aunque el miedo a la recesión siguiera activo.

Lo que implica el acuerdo con China

La idea detrás de estos aranceles era crear trabajos en Estados Unidos y no comprar los productos hechos en el extranjero. El problema era que, más que trabajos, el país necesitaba crear industrias que no existían. ¿Qué hacer mientras tanto? Empresarios de todo tipo, pero especialmente de la pequeña y mediana empresa, pasaron por la Casa Blanca para explicarles a Trump y a su secretario del Tesoro, Scott Bessent, su problemática: en un mundo tan especializado, no había manera de conseguir determinados productos sin recurrir al mercado chino.

Podría ser que, algún día, en Estados Unidos volviera a haber el grado de inversión y de especialización que hiciera resurgir determinadas industrias abandonadas, pero, de momento, había que sobrevivir… y muchas de estas empresas estaban condenadas a la quiebra porque, o compraban a China y se hacían cargo de los aranceles impuestos por su propio gobierno, o simplemente no tenían dónde encontrar las mercancías que hacían viables sus negocios. Desde la informática hasta la peletería.

En ese contexto hay que entender las negociaciones de este fin de semana en Ginebra entre ambos países, que han acabado con un acuerdo que baja los aranceles estadounidenses del 145% al 30% —más altos, en cualquier caso, que al inicio de la legislatura— y los aranceles chinos del 125% al 10%. Se ve que la liberación ha durado poco o que aún no es completamente posible. Estados Unidos pretendía someter a China con la idea de que tenía el poder para ello y que sus aliados obedecerían sin rechistar. Es exactamente, por cierto, el mismo enfoque que ha mantenido hasta hace nada con Ucrania.

El resultado de este acuerdo no se ha hecho esperar: las bolsas se han disparado y el optimismo ha vuelto a los mercados y las industrias. Por supuesto, sigue presente cierta incertidumbre porque es difícil invertir sin conocer las reglas del juego o cuando esas reglas van cambiando según avanza la partida, pero eso no es precisamente una señal de fuerza, sino de debilidad. Trump era consciente de ello y aun así quiso arriesgarse a la batalla. Si eso le hace un valiente o un temerario lo tendrán que juzgar sus votantes.