Zelenski este martes en Bakhmut.

Zelenski este martes en Bakhmut. Reuters

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300 días tras el inicio de la invasión, Zelenski vuelve a poner en ridículo a la inteligencia militar rusa

Estos trescientos días de guerra han sido también trescientos días de un desafío constante del presidente ucraniano a la inteligencia militar rusa.

21 diciembre, 2022 02:38

Bakhmut es una ciudad de tamaño mediano (25.000 habitantes en febrero de 2022) situada en pleno epicentro de la batalla del Donbás. A pocos kilómetros de Donetsk, casi limítrofe con la región de Lugansk y con acceso directo por autopista al núcleo de suministro ucraniano Sloviansk-Kramatorsk, Bakhmut se ha convertido en los últimos seis meses en la gran trituradora de carne de la guerra de Putin. Al principio por motivos estratégicos y, desde finales de verano, por puro empeño político, la conquista de Bakhmut se ha convertido en una obsesión para el alto mando ruso y, sobre todo, para la dirección del Grupo Wagner, personificada en Eugeni Prigozhin.

Durante estos últimos tres meses, casi cada semana, hemos tenido que leer informaciones en medios prorrusos que anunciaban la inmediata toma de la ciudad. La realidad, sin embargo, ha sido más tozuda. Ni los mercenarios de Wagner ni los voluntarios chechenos ni los regulares del ejército ruso han conseguido avanzar en todo este tiempo más allá de unos veinte kilómetros. Aunque la semana pasada llegaron a acercarse a los barrios de las afueras de la ciudad, pronto fueron también repelidos por las defensas locales.

En un momento en el que todas las operaciones parecen congeladas por el barrio, la nieve y la lluvia, la continua ofensiva rusa sobre Bakhmut, que sigue dejando centenares de muertos cada semana, parece el único hilo al que se puede agarrar la propaganda rusa. Un hilo débil y oscilante después de trescientos días de una guerra que iba a durar diez, según la inteligencia militar rusa. Una inteligencia militar que vio este mismo martes como Volodimir Zelenski, el presidente ucraniano, volvía a reírse de ellos.

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El omnipresente Zelenski

Zelenski. El objetivo de esta invasión fue desde el principio Zelenski. Por eso, Putin concentró la mayor parte de sus tropas en la frontera norte de Ucrania y por eso quiso entrar hasta Kiev y estuvo a punto de conseguirlo. Los informes aseguraban que Zelenski era poco más que un hombre de paja, un comediante que al más mínimo problema saldría corriendo del país. Y, si no lo hacía, Rusia había infiltrado varios grupos de paramilitares dispuestos a matarle a él y a su familia.

El convencimiento de que Zelenski sería asesinado por los temidos servicios secretos rusos, los que han sembrado el pánico a lo largo de los años -las familias de Litvinenko, Nemtsov, Politkovskaia, Navalny y tantos otros pueden dar fe de ello- era compartido por la comunidad internacional. Estados Unidos le ofreció en repetidas ocasiones asilo antes de que fuera demasiado tarde. Sin embargo, Zelenski se quedó. No solo se quedó, sino que quiso que todo el mundo supiera que se había quedado: buena parte de la resistencia ucraniana de los primeros días se explica por la resistencia de su presidente, que publicó vídeos en redes sociales desde su búnker, su palacio e incluso desde la calle después de algún ataque salvaje.

Un tanque de soldados ucranianos en la ciudad de Bakhmut.

Un tanque de soldados ucranianos en la ciudad de Bakhmut. Reuters

Zelenski estuvo en Kiev cuando Kiev era el objetivo. Estuvo en Járkov cuando Járkov se vio rodeada. Estuvo en Lisichansk cuando toda la región de Lugansk estaba a punto de caer en manos rusas. Zelenski estuvo en Mikolaiv y en Odesa, condecorando a los que habían defendido ambas ciudades durante las primeras semanas de la invasión. Por último, Zelenski estuvo en Jersón cuando las tropas rusas se vieron obligadas a retirarse de la ciudad. En primera persona, a pocos kilómetros del frente, estos trescientos días de guerra han sido también trescientos días de un desafío constante del presidente ucraniano a la inteligencia militar rusa.

Tú a Bakhmut y yo a Bielorrusia

El último episodio, como decíamos, se vivió este martes, con el anuncio de la visita de Zelenski a Bakhmut. La osadía es asombrosa. Las imágenes que nos llegan de Bakhmut son las de una ciudad arrasada que recuerda inevitablemente a Mariúpol durante la peor parte de su asedio militar. Que Zelenski haya conseguido trasladarse hasta primera línea de combate, haya podido reunirse con sus oficiales y haya vuelto a Kiev sin que Rusia siquiera se percatara supone un nuevo ridículo histórico. No solo demuestra que Bakhmut está lejos de caer, sino que ni siquiera controlan sus accesos por el noroeste, lo que permite a la persona más buscada del planeta entrar y salir sin problema alguno.

Zelenski visita Bakhmut.

Zelenski visita Bakhmut.

La actitud de Zelenski contrasta necesariamente con la de Vladimir Putin. Putin nunca ha destacado por ser el hombre más valiente del mundo, pero tal vez lo sucedido en Izium a principios de mayo, cuando un dron ucraniano acabó con la vida de doce oficiales rusos reunidos en su cuartel móvil fuera la gota que colmó el vaso de sus temores. Desde entonces, los viajes de dirigentes rusos a Ucrania se han limitado al extremo. La agencia estatal TASS anunció este domingo una supuesta visita del ministro de defensa Serguei Shoigú a las tropas, aunque no se especificaba ni dónde se había producido esa visita ni se ofrecía imagen alguna al respecto.

Del mismo modo, TASS aseguraba que Putin había hecho una visita similar el anterior viernes, 16 de diciembre, lo que parece muy improbable teniendo en cuenta que tampoco hay apoyo gráfico de dicha visita y que Putin no es amigo de acercarse tanto al fuego: en estos trescientos días, apenas se le recuerdan visitas al país vecino. El 5 de diciembre estuvo en Crimea inspeccionando los daños producidos en el puente de Kerch, conduciendo un Mercedes y rodeado de prensa afín. Por lo demás, ni estuvo en Mariúpol cuando se consumó la toma de la ciudad, ni celebró en Jersón o Zaporiyia los resultados de sus referéndums-farsa, ni se le recuerdan visitas a los militares desplegados en tierra ajena. De hecho, le costó casi tres meses visitar un hospital de heridos de guerra… en Moscú.

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En cualquier caso, Putin es libre de tomar sus propias decisiones y, si necesita una mesa de varios metros para hablar con sus interlocutores, es normal que necesite centenares de kilómetros de distancia para dirigir una operación militar. Lo que no debe extrañarle es que Ucrania resista teniendo en cuenta que ni siquiera su presidente actúa con temor ante las amenazas. Zelenski sabe que la inteligencia militar rusa lleva casi un año intentando matarle y no lo consigue. Que se les plante directamente en Bakhmut es la enésima muestra de la incapacidad rusa para amedrentar a nadie.