Aung San Suu Kyi.

Aung San Suu Kyi. Reuters

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Myanmar al borde de la guerra civil mientras los militares deciden qué hacer con Suu Kyi

A la Premio Nobel se la acusa de corrupción, nepotismo, quiebra de la constitución y colaboración con agentes externos. 

4 diciembre, 2021 02:34

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En abril de 1947, el general Aung San, fundador en la práctica de las Fuerzas Armadas de Burma, ganó de forma aplastante las primeras elecciones generales del aún por entonces protectorado británico. Aung San, líder marxista desde antes de la II Guerra Mundial, había sido la gran figura nacional en la lucha contra la ocupación británica y después contra la invasión japonesa. Nadie dudaba de que sería el encargado de liderar al nuevo país (Myanmar) hacia la democracia, convirtiéndose en la cabeza visible de la independencia.

Sin embargo, menos de un año después, antes incluso de que dicha independencia se formalizara, altos mandos del ejército se rebelaron contra su líder y le asesinaron junto a ocho miembros de su nuevo gabinete. Su esposa tuvo que huir del país, como también tuvo que hacerlo su hija, Daw Aung San Suu Kyi, de apenas tres años de edad.

Se puede decir que, desde entonces, Myanmar no ha conseguido algo parecido a la estabilidad. Con la amenaza siempre presente del gigante chino en la frontera oriental, distintos acercamientos al socialismo, generalmente controlados por las Fuerzas Armadas se han sucedido durante décadas en un clima de represión constante.

En 1988, las protestas callejeras, que adelantaban quizá lo que sucedería el año siguiente en Pekín y otras ciudades de China, provocaron una reacción tan desproporcionada por parte del ejército que la comunidad internacional se volcó para exigir la convocatoria de elecciones. Dichos comicios se celebraron en 1990 y los ganó la Liga Nacional por la Democracia. Sus líderes, Tin Oo y Daw Aung San Suu Kyi fueron inmediatamente encarcelados por el ejército. Al menos, esta vez, no los mataron.

Del Premio Nobel a matanzas

No deja de ser triste y curioso que la historia se haya repetido treinta y un años después. Myanmar es un país que sigue controlado por el ejército… pero en 2015 se abrió la puerta a algo parecido a la democracia. Suu Kyi y la LND volvieron a presentarse a las elecciones y volvieron a ganarlas. A sus setenta años, la que fuera galardonada con el Premio Nobel de la Paz en 1991 por su resistencia pacífica a la dictadura, tenía por fin la oportunidad de dirigir el destino del país, acabar el trabajo empezado por su padre y dejar de lado setenta años de dominio militar.

Sus primeros pasos fueron en ese sentido: se nombró a sí misma consejera especial de Myanmar, un cargo por encima del poder del Ejército, y asumió la representación del país en el extranjero. Obviamente, eso no gustó, pero el ejército estaba por entonces en otras cosas: por ejemplo, en continuar la limpieza étnica de Rohingya, una pequeña región del país, de mayoría musulmana.

Solo entre agosto y septiembre de 2017, los militares acabaron con la vida de 6.700 civiles, incluidos 730 niños. Suu Kyi no solo no se opuso a las matanzas, sino que las justificó. Millones de voces pidieron que se le retirara el Nobel, pero eso es imposible de hacer, no es un premio reversible.

Aung San Suu Kyi.

Aung San Suu Kyi. Reuters

Suu Kyi llegó a defender a su ejército incluso frente al Tribunal Penal Internacional de La Haya. Los musulmanes de Rohingya eran terroristas y las acciones habían sido proporcionadas. Todo se trataba de un gran malentendido. Como se ve, la relación entre el poder civil y el militar no parecía ir del todo mal. Por qué empezó a torcerse a lo largo de 2020 es difícil de saber, un problema de poder y ego, se supone.

La figura de Suu Kyi empezó a ser demasiado grande y los militares tuvieron miedo. En las elecciones generales del 8 de noviembre, la LND volvió a arrasar. Cuando, en febrero del año siguiente, sus dirigentes se disponían a jurar sus cargos en el Parlamento, fueron arrestados por la policía. No hay nada más peligroso en Myanmar que ganar unas elecciones.

¿Y ahora?

A Suu Kyi se la volvió a confinar en su domicilio, como ya se había hecho -con interrupciones- de 1989 a 2012. El objetivo, ahora mismo, es acabar con su reputación y con cualquier oportunidad de que vuelva a acercarse al poder. Se la acusa de corrupción, nepotismo, quiebra de la constitución (promulgada por el ejército) y colaboración con agentes externos. El juicio secreto lleva meses en proceso y el veredicto debería haberse conocido esta semana, pero los jueces han decidido aplazar su decisión. No saben muy bien qué hacer con ella.

La reacción popular, por supuesto, juega un papel en todo esto. Las fuerzas de la oposición se han unido en torno a la LND, ilegalizada por “actividades terroristas” desde un primer momento. La lucha entre grupos armados y el ejército ha dejado al menos 1.300 muertos y más de 10.000 detenidos. Se dice que varios miembros de las fuerzas armadas están desertando para unirse al Gobierno de Unidad Nacional, una estructura paralela que pretende representar el poder civil de Myanmar ante el golpe de estado del general Min Aun Hlaing.

Un hombre apunta con un cuchillo a manifestantes contra el golpe de Estado en febrero de 2021.

Un hombre apunta con un cuchillo a manifestantes contra el golpe de Estado en febrero de 2021. Reuters

El juicio y su desenlace son obviamente una demostración de fuerza… pero también han podido ser un tremendo error táctico. Día a día, la figura de Suu Kyi crece en el interior y en el exterior, pese a la sombra de Rohingya, que la perseguirá siempre.

El problema es qué hacer ahora: si los jueces -controlados por el ejército, por supuesto- deciden absolverla, ¿cómo se legitima el golpe de estado? Si deciden condenarla, ¿acaso la mística alrededor de su figura, incluso la de su padre, no se disparará? ¿Acaso no crecerán los movimientos rebeldes en el país, poniéndolo al borde de una guerra civil?

Elecciones y vigilancia China

Quedan los términos medios, pero los términos medios no son fáciles en un país que nació de la violencia y ha vivido siempre en ella. ¿Absolverla de algunos cargos y culparla por otros? ¿Culparla por todos y exiliarla o dejarla en casa, sin que tenga que entrar en una prisión a sus setenta y seis años? Suu Kyi ha vuelto a convertirse en un personaje incomodísimo para la Junta en el poder y de cómo consigan gestionar el lío en el que se han metido dependerá la escasa estabilidad del país.

De momento, para contentar a la comunidad internacional y a los opositores dentro del país, Aun Hlaing ha anunciado unas elecciones generales para 2023 a las que podrán presentarse “todos los partidos”. Es de entender que eso no incluye a aquellos partidos que el propio ejército considera organizaciones terroristas.

El primer problema de esta declaración es que alarga en al menos un año lo que iba a ser una breve intervención militar para evitar que la LND siguiera cometiendo delitos desde el gobierno. El segundo es que los ciudadanos de Myanmar ya han oído demasiadas veces a sus militares prometer elecciones y rara vez cumplen.

Lo que nos lleva a su vez a un tercer problema ya mencionado antes: celebrar unas elecciones generales y ganarlas no es sinónimo de nada bueno. Con sus virtudes y sus defectos, que la historia juzgará, el pueblo de Myanmar ya ha dejado claro que quiere a Suu Kyi. Nadie cree en las acusaciones de fraude lanzadas por la Junta. Organizar unas elecciones sin Suu Kyi y su LND es absurdo. Organizarlas con ella como candidata es ahora mismo impensable.

El asunto, en cualquier caso, es que todo el mundo sabe que el ejército solo va a permitir a un ganador afín. De lo contrario, o matarán al elegido o lo detendrán. Es normal que un país situado entre China, Tailandia y Bangla Desh necesite un ejército fuerte. No lo es tanto que ese ejército haga y deshaga durante ya ocho décadas.

En el futuro a corto plazo, influirá mucho lo que pueda decidir China al respecto. Sabemos que a Xi Jinping no le hizo ninguna gracia el golpe de estado y sabemos que ha estado ayudando a los rebeldes, sobre todo en las zonas cercanas a la frontera con la provincia de Yunnan. Ahora bien, si China cree que la Junta puede hacerse con un poder prolongado, no le importará adaptarse siempre que ellos también se adapten.

Los intereses económicos son muchos y no se van a tratar a la ligera. Suu Kyi fue durante su mandato una gran aliada de China. Veremos si China hará algo ahora para rescatarla o si la abandonará a su suerte.