JAVIER MUÑOZ

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Mundo Elecciones en Argentina

El peso del apellido Macri

Aunque el linaje multimillonario del alcalde de Buenos Aires lastró su imagen hasta el final de la campaña, logra poner fin a 12 años de kirchnerismo. 

24 octubre, 2015 03:38

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Corría un chiste en el PRO, el partido original de Mauricio Macri, según el cual su padre tenía tan pocas ganas de ver a su hijo presidente de Argentina que prefería morir antes de las elecciones. Franco Macri, el empresario ilustre y amigo personal de los Kirchner, estuvo internado en octubre por una hemorragia interna de la que se recuperó a sus 85 años. La broma alude al peculiar destino del alcalde de Buenos Aires, ya presidente electo de Argentina, cuyo célebre apellido (sin duda un privilegio en su juventud) le ha pesado como una losa a la hora de conectar con un amplio sector del país. Y también a la paradoja de que el intendente porteño suponía la máxima amenaza para un régimen, el kirchnerismo, bajo el cual la empresa de su familia ha obtenido suculentos contratos con el Estado. Ni siquiera haber presidido Boca Juniors (el club popular por antonomasia) durante años triunfales le permitió superar el estigma de su origen privilegiado y su pasado en el mundo financiero. A pesar de todo ello, este domingo cumplió el sueño de su vida: alcanzar la Casa Rosada para que Argentina tenga, como suele repetir, “un Gobierno que escuche, que dialogue, que respete y que rinda cuentas”.

La personalidad algo distante de este ingeniero de 56 años con ascendencia italiana, educado entre la exclusiva élite porteña y que ha sabido aglutinar a una decena de formaciones opositoras en la plataforma Cambiemos, está alejada del vigor entusiasta habitual en los líderes del kirchnerismo y, en general, la gran familia del peronismo. En 1991 Macri estuvo secuestrado doce días por una banda en un zulo; dice que la experiencia le enseñó a elegir los objetivos importantes. Ha presidido durante 13 años uno de los principales clubes de fútbol sudamericanos, pero no se crió en las filas de ninguna formación política tradicional. Creció en el mundo financiero, y el partido que fundó en 2005 para derribar al presidente Néstor Kirchner evitó explícitamente esa denominación, llamándose Propuesta Republicana (PRO) a secas.

ALCALDÍA DE BUENOS AIRES

Su carrera política había comenzado dos años antes, cuando se presentó por primera vez a alcalde de Buenos Aires, con Boca Juniors como única experiencia de gestión (es el presidente de la institución que más títulos futbolísticos ha obtenido) más allá del trabajo en el imperio de su padre. Perdió por poco frente al candidato de su enemigo Kirchner, pero en 2005 logró un escaño en el Congreso argentino. Por aquella época Macri negaba cualquier aspiración a ser presidente. Entre otros motivos no se había sacudido todavía la vitola de político inexperto ‘niño de papá’. Desde 2007 a 2015, sin embargo, gestionó un presupuesto de miles de millones de dólares para una ciudad de tres millones de habitantes (excluye el gigantesco conurbano bonaerense, 13 millones de personas) considerada la tercera administración más importante del país después de la Casa Rosada y la gobernación de la provincia de Buenos Aires, que ejerció desde 2007 su rival electoral, Daniel Scioli. Macri y Scioli, un experimentado ‘animal político’, colaborador necesario del kirchnerismo pero no directamente influido por él, se entendieron bastante bien hasta que comenzaron los golpes de precampaña.

Las pugnas del nuevo alcalde de Buenos Aires con el Gobierno central fueron inmediatas. Su torpeza inicial y un escándalo en el teatro Colón le granjearon alguna humillación pública y numerosas críticas que en los últimos años se han ido templando lentamente ante sus admitidos avances en movilidad urbana (dentro de una ciudad frecuentemente intransitable) y medio ambiente, además de mejoras (discutidas) en el saneamiento de ciertas zonas marginales, considerado muy insuficiente por la mayoría de agentes sociales. La principal crítica en su contra es haber beneficiado presuntamente a los barrios más acomodados y de clase media que le apoyan. Su perfil político se ha ido alejando progresivamente del centro derecha tradicional, hasta el punto de que la insistencia inicial en el cumplimiento de las reglas y la seguridad jurídica ha desaparecido de su discurso, reconoce a EL ESPAÑOL Hernán Iglesias, director de Estrategia de la Fundación Pensar (el think-tank de PRO): “En Latinoamérica eso es sinónimo de derecha, sin más”. En un país que ha reducido la pobreza en la última década kirchnerista pero tiene todavía un 27% de la población en esa condición, Macri ha tratado de parecer un hombre común, que conoce los rigores diarios de la gente normal y anuncia como primera medida un plan de pobreza para el norte argentino.

LIBERALISMO MODERADO

La virtud que más se repite del candidato es que sabe reconocer sus errores. El alcalde porteño es “quizá la combinación más pura del cruce entre política y negocios empresariales, un heredero perfecto de la década de 1990”, afirma a este periódico Ricardo Forster, Secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional y fuerte defensor del kirchnerismo, para quien el candidato de Cambiemos “asumió un perfil claramente liberal, con el mercado como centro, pero aprendió la dimensión de lo político en la sociedad contemporánea. Es el mejor exponente de una nueva estirpe sudamericana, herederos de la derecha enfocados totalmente a la producción pero que han sabido leer algunas transformaciones sociales: son políticamente correctos, ni cavernícolas ni reaccionarios, tienen mucha publicidad detrás, son más cool”.

En un país con una década larga de intervencionismo económico, políticas de fijación de precios y restricciones a la exportación y unos años de ‘cepo’ cambiario (prohibición de comprar dólares), un puntal del discurso macrista ha sido una limitación general del poder público, en línea con el pensamiento liberal que siempre le definió, a pesar de su abandono del discurso de la seguridad jurídica como valor “imprescindible” en un país proverbialmente inestable. Cuando durante sus años de congresista fue criticado por tener uno de los niveles de absentismo parlamentario más altos, respondió que “el Congreso es un lugar donde no existe el debate de ideas”.

En los dos últimos años ha intentado abrirse paso como un líder regenerador, por encima de ideologías y siglas, “un representante de la nueva política, más parecido incluso a Ciudadanos o a Podemos que al PP”, arguye Iglesias. Aunque sea por adhesiones y rivalidades en una clase política muy oscilante, su base de apoyos es notablemente diversa e incluye por ejemplo a Hugo Moyano, secretario general del poderoso sindicato CGT, otrora ultrakirchnerista y azote del empresariado, ahora enfrentado a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Sin embargo, su figura genera un rechazo imponente en amplios sectores sociales. “Ningún gran sector nos ha apoyado, ni siquiera la prensa”, afirma Hernán Iglesias. “Mucha gente piensa que somos el candidatos de los grandes grupos económicos y no es verdad”.

OUTSIDER’ POLÍTICO

“Macri sí ha provocado el entusiasmo en la comunidad agropecuaria y sin duda en el mundo financiero”, opina Ignacio Labaqui, analista y profesor de Ciencias Políticas. “El panorama viró hace unos meses, cuando la presidenta Fernández obligó a Scioli a escoger un vicepresidente ultraortodoxo [Carlos Zanini]”, explica; “desde ese momento se ha notado una corriente favorable a Macri por parte del empresariado local e internacional. Hasta entonces pensaban que, en materia económica, Scioli y Macri no eran tan diferentes”. Labaqui destaca que la percepción que se tiene del alcalde de Buenos Aires “no siempre coincide con la realidad” y que su principal defecto es “dar la imagen de que no tiene suficiente vocación de poder, esa lujuria del político nato: se parece un poco a la diferencia entre Maradona [Scioli], cuya voluntad de ganar es inequívoca, y Messi, que parece tener un conflicto interno y genera dudas”.

Casado en segundas nupcias y con cuatro hijos, millones de argentinos consideran que este aparente ‘outsider’ político tiene capacidad para oxigenar la política nacional con el trío “pobreza cero, derrota del narcotráfico y unión de los argentinos” y el mantra del “diálogo”. En palabras de Ernesto Sanz, presidente radical que acabó cediendo a favor de este el primer puesto de la candidatura, Macri “habla menos que otros gobernantes argentinos pero escucha más y, sobre todo, hace mucho más”. Se reunió en secreto más de una vez con Cristina Kirchner, “pero después nunca hay acuerdo, ella tiene un modelo de país y yo otro”. Hasta ahora, más de la mitad del país le ha aborrecido o ha desconfiado profundamente de él – su intención de voto nunca fue tan alta como ahora a nivel nacional.

Sus 12 años como máximo responsable de Boca Juniors le hicieron muy conocido, pero su pertenencia a uno de los clanes multimillonarios más célebres del país e incluso los jugosos contratos públicos firmados por su familia con la dictadura militar entre 1976 y 1983 han afectado siempre a su imagen. He aquí la gran paradoja de Mauricio, como se presentaba en campaña. Franco Macri, el patriarca, “un contratista del kirchnerismo, típico ejemplo del capitalismo de amigos, como Florentino Pérez” (según otro asesor de Cambiemos) ha dicho varias veces en público que su hijo no tenía corazón para ser presidente y que prefería otro gobernante kirchnerista. Macri hijo lo achaca a la competencia entre ambos y ha hablado del asunto en entrevistas con alguna normalidad.

DESAFÍO IMPONENTE

Con una ventaja de apenas 700.000 votos, y después de dar la sorpresa en la primera vuelta de las elecciones, Macri ha logrado el pequeño milagro de derrotar al peronismo, ese destino aparentemente histórico de los argentinos (hasta el propio Macri defiende “los valores auténticos del justicialismo”), tras unos años de hiperexaltación de la figura de Néstor Kirchner, marido de la actual presidenta, fallecido en 2010. En 2011, cuando Cristina Kirchner revalidó la presidencia con un 54,11% de los votos, el régimen ‘K’ se encontró en una situación de auténtica hegemonía: no sólo en el Congreso, que controlaba con mayoría absoluta, sino también en las provincias (19 Gobiernos regionales de 24) y el debate público.

Ni los múltiples casos de corrupción, ni el cepo cambiario, ni la inflación del 30%, ni siquiera la sospechosa muerte en febrero del fiscal Alberto Nisman lograron unir a una población crecientemente fastidiosa. Había palpables diferencias entre los logros de la “década ganada”, como la llaman los kirchneristas, y la realidad de un país con una necesidad urgente de devaluación. Estancada desde 2012, la economía argentina arrastra una inflación que ya no puede contrarrestarse con los réditos de un crecimiento a tasas chinas, como sucedió durante el ‘boom’ de las materias primas entre 2007 y 2012, y diversas industrias locales están desmontándose, lo que explica también el récord de Cambiemos en algunas provincias del interior. El máximo antagonista del proyecto ‘K’ es el nuevo inquilino de la Casa Rosada y se enfrenta al mayúsculo reto de gobernar un país dividido casi al 50% y una oposición experta en la desestabilización de Ejecutivos no peronistas.