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Salud y Bienestar

Sauna, meditación, fibra, brócoli o probióticos: todo lo que nos ayuda a protegernos de las toxinas

Las toxinas pueden provocar dolencias y enfermedades. Cambiando algunos hábitos y la alimentación podemos proteger el cuerpo. 

14 febrero, 2022 16:55

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Vivir en contacto con toxinas nos puede provocar dolencias y enfermedades a largo y a corto plazo.

Aunque parezca que es algo novedoso, hace más de doscientos años ya se conocía que el mercurio afecta al organismo desencadenando patologías mentales. También se sabía que los mineros tenían enfermedades respiratorias por inhalar carbón y, por citar alguna referencia histórica, que el plomo de las tuberías de la antigua Roma provocaba dolencias entre los habitantes de la ciudad. 

Ahora que sabemos que las toxinas perjudican a nuestra salud y nuestro bienestar, ¿cómo afectan a nuestro organismo?

1. Provocan errores metabólicos. Las toxinas dañan las enzimas y, con ello, los procesos metabólicos en las que están implicadas. Generan procesos inadecuados, como la menor formación de hemoglobina, la reducción en la capacidad de prevenir el estrés oxidativo o la disminución de producción energética. Además, todo ello fomenta la aparición de enfermedades crónicas. 

2. Disminuyen la capacidad de retención de los minerales, con la consiguiente reducción de calcio que afecta directamente al contenido óseo. 

3. Perjudican directamente los órganos. Estos pierden su capacidad natural de detoxificarse, como el hígado, los riñones y el sistema digestivo. Por ejemplo, si el hígado entra en contacto con demasiados metales o toxinas pierde la capacidad de producir el glutatión que utiliza para detoxificarse, incrementando el riesgo de sufrir enfermedades crónicas.

4. Menoscabo en el ADN celular. Los pesticidas, los ftalatos, los estrógenos procedentes de animales y otras sustancias que contienen benceno pueden dañar el ADN celular. Esto puede provocar una alteración genética. Las toxinas pueden tener la capacidad de activar o inactivar la expresión genética.

5. Dañan los tejidos y el sistema inmune. Las toxinas microbianas producidas por microorganismos, bacterias y hongos pueden dañar el sistema inmune, debilitando el organismo frente a cualquier infección. 

6. Perjudican a los receptores hormonales. Por ejemplo, el arsénico, hasta en pequeñas dosis, contribuye a bloquear la hormona tiroidea. 

7. Lesionan las membranas celulares. A través de estas pasan las señales nerviosas, los nutrientes y otras sustancias vitales para el metabolismo celular. Si las toxinas dañan estas membranas se pierde esta capacidad de movimiento. A modo de ejemplo, la señal de la insulina no será efectiva, ya que estaríamos creando resistencia a la misma y se podría provocar un aumento de azúcar sanguíneo (provocando diabetes tipo II) o que la musculatura no respondiera a la señal del magnesio.

8. Pueden provocar disrupciones hormonales, tanto en su producción como en su funcionamiento. Las toxinas mimetizan la función hormonal. Así, el arsénico compite con el yodo y evita la llegada del mensaje de la tiroides. Algunas toxinas con capacidad sobre el sistema hormonal son los plásticos, los pesticidas, los esteroides en la carne o el DDT. 

9. La acumulación de toxinas evita que nuestro organismo se pueda detoxificar de forma natural. El problema se agrava cuando hay un alto contenido de toxinas (principalmente minerales) ya que evita que nuestro organismo las pueda eliminar de forma correcta y natural. A veces, se precisa una ayuda extra de forma externa. Algunas sustancias como el plomo, el mercurio, el cadmio, el aluminio y el arsénico están muy presentes en nuestro entorno y se van acumulando en nuestro organismo (el plomo, a modo de ejemplo, puede desplazar el calcio en los huesos).

¿Cómo evitar las toxinas?

En nuestros hábitos

  • Practicar ejercicio ligero, meditación o algún tipo de reflexión para aclarar la mente.
  • La sauna nos ayuda a sudar para eliminar toxinas y producir glutatión de forma natural, siempre seguida de una ducha para despojarnos de los restos.
  • Escoger cosméticos naturales libres de parabenes y colorantes artificiales. 
  • Apagar los dispositivos electrónicos por la noche. 

En nuestra alimentación:

  • Mantenerse hidratadas y beber agua para ayudar a drenar y eliminar las toxinas. El té verde es una buena opción y, por supuesto, no debemos añadir electrolitos o sales al agua que se ingiera. 
  • Aumentar el contenido en fibra. La fibra actúa omo una esponja frente a las toxinas, favoreciendo su eliminación.
  • Consumir probióticos y prebióticos como la fibra, los antibióticos naturales, el ajo, la col, las algas… 
  • Incrementar la ingesta de alimentos detox como el brócoli o aquellos ricos en clorofila, los de hoja verde.
  • Procurar comer alimentos de origen orgánico y no transgénico, libres de pesticidas, hormonas y antibióticos.
  • Evitar barbacoas o alimentos muy quemados, que tienen mucha concentración de aminas y dioxinas. 
  • Elegir pescado salvaje y en los ahumados, evitar los teñidos y los que contengan mercurio. 

En nuestro domicilio:

  • Poner un filtro en los grifos, al menos en el de la cocina. 
  • Evitar los envases de plástico, principalmente los de un solo uso. Intentar usar envases reutilizables de cristal o acero inoxidable. 
  • Evitar las sartenes con materiales no adherentes como el teflón o los PFCs (perfluorocarburos). 
  • Tener plantas en casa que contribuirán a la limpieza del aire de la casa. 
  • Utilizar un purificador de aire en casa. Si no eres fumadora, no permitas que las visitas fumen en tu casa. 
  • Consumir electricidad mejor que gas. Si no es posible elegir, mantener la instalación revisada y en perfecto estado. 
  • Evitar el abuso de detergentes y la lejía en los productos de limpieza doméstica, alternando en la medida de lo posible con bicarbonato o incluso vinagre. 
  • Evitar todas las fuentes de moho en casa.

Suplementos naturales:

  • Glutamina, que protege la pared del intestino. 
  • Cardo mariano o silimarina que ayuda a eliminar las toxinas hepáticas.
  • Citrato potásico que alcaliniza el organismo. 
  • Vitaminas del grupo B como la colina, el acido fólico o la riboflavina. 
  • Aminoácidos, como taurina, glicina, metionina y acetil cisteína. 
  • Antioxidantes.