Fotograma de 'Magnolias de acero', una película sobre la amistad femenina.
El duelo silenciado por la ruptura de una amistad: "El cerebro lo procesa igual que la de una pareja o un familiar"
Los estudios demuestran que más del 30% sufren por perder un amigo y les afecta a la autoestima y la confianza en los demás.
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Las rupturas de amistad se sufren como un duelo, pero nadie te da el pésame. No hay rituales sociales, no hay flores ni condolencias, pero el vacío que dejan puede ser tan profundo como el de una pareja o un familiar.
Esas personas del círculo íntimo sin lazos de sangre son un pilar esencial en la vida de cualquiera y, sin embargo, cuando se quiebra, lo hace en silencio, como si ese dolor no mereciera reconocimiento. Este artículo busca poner palabras a lo innombrable.
Eva, 54 años, comunicadora, lo cuenta así: “Fue una amistad intensamente significativa. Llegó en un momento clave de mi vida y conectamos desde el propósito, la confianza y el trabajo compartido. Le entregué todo: mi energía, mis ideas, mi tiempo, el de mi familia e incluso mi cuidado emocional".
El dolor por la pérdida de una amiga suele ser invisibilizado. iStock
Durante años pensó que esa entrega era mutua, que estaban construyendo algo juntas. "Pero poco a poco empecé a notar un desequilibrio. Me sentía explotada, invisibilizada, cuestionada. Había exigencia, control total y, sobre todo, una falta de reciprocidad emocional que me desgastó profundamente", revela.
Reconoce que el vínculo se fue transformando en algo que ya no le hacía bien, pero le costó mucho soltarlo. "No fue solo una amiga: fue alguien a quien cuidé y protegí como si fuese familia. Y, sin embargo, cuando por fin puse límites, marcada por las acciones y el dolor que arrastraba, lo que recibí no fue comprensión, sino un silencio que dolió más que cualquier palabra", recuerda.
"Me sentí traicionada, dolida y muy sola. Nadie entendía por qué me costaba tanto, pero yo sabía que estaba viviendo un duelo. Uno profundo. El de una amistad que me había marcado… y que también me había roto", finaliza.
El duelo invisible
Decir adiós a quien fue tu amigo no es solo despedirse de una persona: es también renunciar a una parte de ti. Esa relación representaba apoyo, seguridad y compañía. Por eso, cuando se rompe, los recuerdos compartidos pueden sentirse contaminados, como si fuesen “prohibidos”.
La culpa y la traición aparecen casi a partes iguales: decepción hacia el otro y hacia uno mismo. La psicóloga Ana Villarrubia, especialista en vínculos y salud emocional, lo explica con claridad.
“La ruptura de una amistad toca fibras muy profundas de nuestra identidad. El problema es que socialmente no se reconoce como un duelo legítimo. Esto provoca que la persona viva su dolor en silencio, sintiendo que no tiene derecho a sufrir por ello. Sin embargo, el cerebro procesa la pérdida de un amigo con la misma intensidad que la de una pareja o incluso la de un familiar cercano", explica.
Lo que dicen los datos
Los estudios lo confirman. Una investigación de la Universidad de Oxford concluyó que perder un amigo cercano genera niveles de dolor emocional comparables a los de una ruptura amorosa. En términos biológicos, la amistad activa los mismos circuitos de apego que el amor romántico, lo que explica por qué su pérdida duele tanto.
El American Journal of Psychiatry (2023) encontró que la ausencia de apoyo social incrementa en un 30% el riesgo de ansiedad y depresión. Y en España, el Barómetro Juventud y Salud Mental 2024 reveló que el 62% de los jóvenes de entre 18 y 35 años ha sufrido la ruptura de una amistad significativa, y más de la mitad reconoce que ese hecho impactó en su autoestima y en la confianza hacia los demás.
El Harvard Study of Adult Development, uno de los estudios longitudinales más largos del mundo, concluye que la calidad de las relaciones —incluidas las amistades— es el predictor más sólido de salud y longevidad. En otras palabras: perder una amistad importante no solo afecta al corazón, también a la salud física y mental.
En transformación
Las amistades cambian con las etapas vitales. En la adolescencia, son un refugio frente al mundo adulto. En la juventud, funcionan como una extensión de la identidad. En la edad adulta, se convierten en redes de apoyo para sostener proyectos, familias o carreras.
Por eso, cuando se rompen en plena madurez, el impacto puede ser devastador: no solo desaparece una persona, también se tambalea parte de tu sostén vital. Además, las redes sociales han añadido un matiz nuevo: la hiperconexión digital puede amplificar el dolor.
Ver cómo el otro sigue su vida, publica fotos o interactúa con otros amigos, prolonga el duelo e impide el olvido. Las generaciones jóvenes, que gestionan muchas de sus relaciones en el plano online, reconocen más rupturas ligadas a malentendidos digitales o a la exposición excesiva de la intimidad.
El silencio social
El duelo por la pérdida de una amistad es, sobre todo, algo silenciado. No hay rituales que lo legitimen. No hay condolencias, ni acompañamiento social. “¿Cómo voy a contar que estoy rota porque ya no me hablo con una amiga?”, se preguntan muchas personas.
Ese tabú refuerza el aislamiento y multiplica el dolor. Ana Villarrubia lo resume así: “Una de las dificultades es que la persona siente que no puede pedir ayuda porque teme que su sufrimiento sea minimizado. Sin embargo, el duelo por la amistad es real y necesita espacios de validación. Hablarlo, reconocerlo y darle nombre es el primer paso para sanarlo".
El mundo digital y el tabú en este tema provoca aislamiento. iStock
¿Cómo se cura esa herida?
El tiempo ayuda, pero no basta. La psicología clínica habla de duelo ambiguo: cuando no hay un cierre claro, la herida tarda más en cicatrizar. Aquí, la falta de conversación, disculpas o explicaciones deja al doliente atrapado en un bucle de preguntas sin respuesta.
Las estrategias para sanar incluyen aceptar la pérdida, resignificar lo vivido, construir nuevos vínculos y, en algunos casos, acompañarse de terapia psicológica. No se trata de olvidar, sino de darle un lugar a esa amistad en la propia historia personal.
Nuevas relaciones —más sanas, recíprocas y nutritivas— también pueden convertirse en el mejor bálsamo. Y, sobre todo, aprender a poner límites se revela como una de las lecciones más valiosas: entender que cuidar no significa entregarse hasta romperse.
Reconstruirse tras la ruptura
Todo esto nos obliga a repensarnos. Es una herida, sí, pero también puede ser una oportunidad para crecer, redefinir lo que queremos y aprender a protegernos mejor. Porque reconocer el dolor no significa fracaso, sino haber invertido en un lazo que fue importante.
Como concluye Villarrubia: “El dolor no significa que esa amistad no valiera la pena, sino que fue significativa y que su ausencia deja un vacío real. Pero también abre la posibilidad de construir nuevos vínculos, más seguros y más conscientes".
Porque una amistad puede rompernos, pero también puede enseñarnos a reconstruirnos. Y ese es el duelo que nadie ve, pero que todas y todos deberíamos aprender a reconocer.