La escritora ha hecho esperar una década a su público para volver a las librerías.
El regreso de Cristina Fernández Cubas tras 10 años: "Vamos hacia la censura y esto podría afectar a mis cuentos"
Es Premio Nacional de las Letras y Premio Nacional de Narrativa y vuelve a las librerías con Lo que no se ve después de diez años de silencio literario.
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Cristina Fernández Cubas, una de las voces más destacadas de la narrativa española contemporánea, regresa con su nuevo libro, Lo que no se ve. Ganadora de importantes reconocimientos como el Premio Nacional de las Letras y el Premio Nacional de Narrativa, se ha consolidado como una maestra del cuento, capaz de transformar lo cotidiano en algo inquietante y sugerente.
Sus relatos exploran los grises de la vida, las tensiones entre las personas y los secretos que permanecen en la memoria. Con precisión, humor y ambigüedad, la autora crea mundos donde lo psicológico y lo fantástico conviven, dejando una huella duradera en el lector.
Después de una década vuelves a publicar. ¿Qué has hecho durante todo este tiempo?
De todo. No he estado quieta ni un momento, aunque apenas me di cuenta de que habían pasado 10 años. He participado en mesas redondas, talleres, clubes de lectura, jurados… Siempre he seguido en el mundo del libro.
Nunca he tenido plazos de publicación: escribo cuando lo siento necesario. Esta vez, quizá el tiempo se alargó más de lo previsto, pero fue cuestión de impulso. Cuando volvió, me puse a escribir otra vez.
Tus relatos se mueven entre lo cotidiano y lo inquietante. ¿Qué te atrae de esos espacios en los que la realidad parece resquebrajarse?
Me interesa la frontera, ese límite entre lo que conocemos y lo que desconocemos. Me gusta moverme por esos márgenes: siempre regreso con algo o, al menos, con la sensación de haber encontrado algo.
La autora publica su nuevo libro en noviembre.
Te gustan los límites, las zonas grises pero no las fechas. ¿Eres un poco rebelde?
Creo que sí. Ya lo era de pequeña, y hay cosas que se mantienen desde la infancia. Soy rebelde conmigo misma: hago proyectos que luego no cumplo. No me gusta fijarme metas ni encauzar mi vida de una forma rígida; prefiero que las cosas fluyan.
En Lo que no se ve el análisis psicológico parece esencial. ¿Qué papel tiene la mente, el silencio, esas intuiciones y contradicciones que atraviesan tus personajes?
Siempre tienen una historia detrás, otra dentro y otra por venir. Lo importante es penetrar en su mente, en esa parte oscura que no se muestra. Oscura no por negativa, sino simplemente porque permanece oculta.
Lo que no se ve, ¿no se siente, Cristina?
Claro que sí. Se puede percibir como una atmósfera. No ves la incomodidad, por ejemplo: no aparece escrita, no hay un rótulo que la nombre, pero la percibes. Está ahí.
¿Por qué elegiste este título?
Convivo con él desde hace bastante tiempo. Escribí un artículo donde me preguntaban por mi mundo, por mis lecturas, y hablé de mi fascinación por lo que no se ve. También fue el título de una breve conferencia que di en la Universidad de Alcalá de Henares. En una ocasión tuve que pronunciar un discurso y lo titulé igual: Lo que no se ve
En tu libro aparece la figura del doble, algo muy habitual en tu obra. ¿Por qué te atrae esa dualidad?
Ahora sé que me gusta, pero al principio lo ignoraba. Aparecía constantemente y, cuando me preguntaban por qué, no sabía responder. Me di cuenta, ya a la altura del cuarto o quinto libro, de que el doble estaba siempre ahí: dos gemelas, dos gemelos y los espejos, que aparecen muchísimo en mis relatos.
Con el tiempo entendí que me fascina esa idea, aunque al principio era algo instintivo. De pequeña me hipnotizaba pensar en ese mundo que te devuelve una imagen idéntica, pero que tal vez no lo sea del todo. No había leído Alicia en el País de las Maravillas todavía, pero ya me quedaba embelesada mirando el espejo, viendo la habitación reflejada: era la misma, y a la vez era otra.
¿Te has preguntado alguna vez, al mirarte en un espejo, quién eres tú?
Sí, claro. Ahora ya lo sé, después de tantos años de convivir conmigo misma. Pero en aquella fascinación muda de la infancia, puede que me lo preguntara. Hoy, en cambio, esa cuestión la tengo resuelta.
Bueno, si has encontrado una buena respuesta y te gustas a ti misma, entonces…
Más que gustarme o no, diría que estoy acostumbrada a mí. Son muchos años de convivencia.
En Lo que no se ve hay seis relatos distintos. ¿Cuál dirías que es el punto en común entre ellos?
Son diferentes, pero comparten un hilo que remite al propio título: algo invisible, que no se ve, pero que está ahí. No es tangible, pero existe.
En uno de los relatos dices: “Hubo un tiempo en el que todo estaba prohibido”. ¿Crees que esa rigidez de entonces sigue presente, aunque con otras formas?
No, para nada. Lo narra alguien de ahora, o de hace pocos años. Uno de los personajes se jubila y recuerda a ese grupo de amigos que parecía inseparable: una amistad que duró solo un curso —el primero de Derecho—, pero que resultó inolvidable por muchas razones.
Era una época muy concreta políticamente, sin necesidad de señalar responsables, y aunque no todo estaba prohibido, se vivía con esa sensación de restricciones. La narradora recuerda también ese tiempo, porque fue el de su gran amor no correspondido. Aquellos jóvenes se sentían dueños del mundo y querían hacer cualquier cosa menos parecerse a sus padres. Muy significativo, sin duda.
¿Y qué cosas crees que no deberían prohibirse hoy?
No lo sé, pero parece que se están limitando demasiadas cosas. Con lo que se considera políticamente correcto o no, temo que estamos caminando hacia una censura tremenda, donde no se podrá hablar de nada. Algunos de mis cuentos podrían verse afectados, aunque no sé cuáles; se percibe un gusto creciente por la prohibición.
Y no me refiero a restricciones justificadas, sino a cosas que considero exageradas, como ha ocurrido con ciertos escritores o incluso con algunos títulos de Agatha Christie. Todo esto me parece un exceso, un paternalismo desenfrenado.
Dices que tus lectores son seres pensantes y cómplices del autor. ¿Cómo influye esa idea en la forma en que construyes tus cuentos?
Sí, siempre he pensado que el lector de cuentos es alguien que piensa y participa activamente en la historia. No es un lector que busca algo más corto que una novela por prisa; es alguien que quiere ser cómplice del autor, dar vueltas a lo que lee y comprenderlo profundamente. Pienso mucho en ese lector que se detiene, reflexiona y se explica las cosas mientras avanza en el relato.
¿Te ha pasado que un sueño se quede contigo y luego lo transformes en cuento? Me interesa cómo logras describir algo tan fugaz y extraño de manera coherente.
Es muy difícil, porque los sueños tienen un lenguaje y una lógica propios, distintos de los de la vigilia. Pero alguno de los míos han dado lugar a cuentos, e incluso a alguna novela. Una vez, uno me reveló el título de un cuento, El Sueño, que fue tan generoso que me dio tanto la imagen como el ángulo del horror.
En el relato, el espacio en el que cae el personaje es el mismo en el que yo caía. Sentí el placer del conocimiento que experimenta, pero al mismo tiempo un pánico absoluto. El cuento exige medirse con mucha precisión, porque hay que transmitir ese equilibrio entre fascinación y miedo.
Si puedes ser tan desobediente en tu vida, ¿cómo logras mantener la precisión a la hora de escribir tus cuentos?
No tiene nada que ver una cosa con la otra. La desobediencia, sobre todo, fue infantil o adolescente. Se habla mucho de reglas, pero el cuento sigue siendo un terreno flexible; todavía no ha dicho su última palabra.
Aunque tus libros de relatos no siempre tuvieron gran repercusión, contaste con un público muy fiel. ¿Cómo viviste esa etapa y qué significó para ti recibir finalmente un reconocimiento como el Premio Nacional de las Letras?
La acogida de este género ha cambiado mucho desde entonces. Yo siempre lo he valorado; fuera de España ha sido muy apreciado, y tuve la suerte de que la editorial Tusquets confiara en mí y me apoyara desde el principio. Eso era exactamente lo que necesitaba.
Tenía menos lectores, pero muy fieles, que siempre me siguieron. Los cuentos no suelen tener tanta repercusión como las novelas, pero pude disfrutar de un público constante desde mi primer libro, y eso me parece un verdadero lujo. Casi nunca este género alcanza la repercusión de una novela; no todo el mundo es lector de este género.
Recibir el Premio Nacional de las Letras fue una enorme alegría. Antes, cuando me avisaron del Nacional de Narrativa, también fue un momento importante, pero aquel me dio una doble sorpresa: emoción y alegría a la vez. Y todavía lo recuerdo con gratitud.
¿Qué significa para ti la palabra 'satisfecha'?
Refleja la sensación de tener 'las maletas de la vida' hechas, de haber puesto en orden lo esencial. Yo todavía no las tengo completamente terminadas, pero estoy en ello.
¿Y la palabra 'fin'?
Hoy en día ya no se pone esa palabra en los relatos. Antes se hacía, pero ahora no se utiliza.