He llamado al timbre de esta casa un par de veces en mi vida y sé que en cuanto se abra la puerta seré feliz, feliz de nuevo en esa gruta luminosa llena de cachivaches románticos y pinturas misteriosas y libros, libros, libros.
Es un lugar para el juego, para la conversación y el pensamiento. Escucho unos pasos tranquilos que se acercan. La madera cruje. Soy la niña aguardando al sabio.
Me recibirá el escritor y académico de la RAE José María Merino (La Coruña, 1941), un hombre exquisito, afable, culto, generoso. Un humanista incorregible con la mirada azul acuosa, un soberano de la memoria y del futuro. ¡Tan quijotesco! Su afán es de justicia. Es progresista: jamás pierde de vista a los vulnerables. Es simbólico. Es un indagador. Con él se puede hablar de arquetipos literarios y de sueños.
Quisiera proponerle formar un club secreto llamado Amigos de los Cuentos y el Psicoanálisis.
José María Merino: “La belleza compensa todos los horrores del ser humano”
En su salón hay un enorme reloj de pie, antiguo y dorado, que escupe el tiempo que nos falta. A cada hora en punto, berrea un poco, mete bulla con el péndulo. "Me encanta", le digo. "Me recuerda que estoy viva". Y él se ríe un poco y acaricia al hermoso bicho, esa torre rara levantada con minutos nuestros.
Veo un dibujo colgado en la pared: es un monstruo con tubérculos en la cabeza, ¿o serán raíces, o serán ramas? Es un monstruo bueno, un monstruo al que yo le confiaría mi bolso. Leo que en pequeño pone "Autorretrato Monstruoso I". Y miro a Merino en silencio, viéndole bajo esta luz nueva y casi le distingo una hoja entre el pelo cano.
Premio Nacional de las Letras Españolas. Premio Nacional de Narrativa.
Ideólogo del filandón moderno.
Hay una casa de muñecas gigante, bellísima. Es propiedad de Mari Carmen, la esposa de Merino: todo porque de niña ella nunca tuvo una, pero una de sus amigas sí, y a veces la invitaba a verla diciéndole "oye, oye, pon las manos atrás, no vayas a romper algunas de las figuritas". Revancha poética: el propio José María construyó los mueblecitos de ésta para el amor de su vida. Porque estamos con un hombre que dialoga con los significados finales que viven en las cosas.
Empecemos hablando de la primera mujer de tu vida, tu madre. ¿Cómo era ella y cómo fue la crianza que te dio? ¿En qué te parecías o diferías de ella?
Mi madre venía de un pequeño pueblo de Galicia, Ordes, Órdenes, y estaba muy ligada a la cultura popular y rural. Trabajó también en A Coruña. Mezclaba esas dos partes, esos dos mundos en ella. Me gustaba escucharla contar cuentos. Recuerdo especialmente a mi abuelo paterno, que era un hombre maravilloso y un verdadero narrador entrañable, ¡no lo olvidaré nunca…!: organizaba veladas los sábados, lo que llamamos filandones, donde contaba historias que me marcaron profundamente. De él heredé parte de mi pasión por la narración. Me decía “éste es el camino de Santiago” y me señalaba la Vía Láctea (ríe).
Se aprende mucho de las sobremesas y de escuchar a otros contar historias, ¿verdad?
Sí. Esas largas sobremesas festivas son lugares de aprendizaje, de asistir a la oralidad y a la transmisión de conocimientos. También son momentos de no entender, pero de estar.
"Cuando yo crecí, ‘la niña’ era un elemento ajeno y distante, pecaminoso. Era muy difícil tener amigas”
Sé que leías libros a tu madre. ¿Cuáles?
Indefectiblemente, Rosalía de Castro. Los poemas. El poema que más le gustaba era éste que dice: “Pasa rio, pasa rio, Có teu maino rebulir, Pasa pas' antr' as froliñas. Color d' ouro e de marfil, A quen c' os teus doces labios…”. Es el río que pasa y que al final se acaba. También le leía cuentos de Bécquer, como El monte de las ánimas, que me influyeron mucho y despertaron mi amor por lo fantástico.
Naciste en 1941 en A Coruña. ¿Cómo era ser niño en la España de entonces con respecto a las niñas? ¿Qué hay de esos primeros veinte años siendo varón?
La niña era un elemento ajeno y distante. Nosotros teníamos amigos, pero amigas no. Era muy difícil tener amigas. Porque las niñas eran… no sé, lo que luego conoceríamos como “lo pecaminoso”. Veraneábamos en A Coruña o en Gijón y hacía alguna amiga. ¡Amigos de playa, no más!
Compañeros de juegos.
Sí. Hacíamos castillos o nos pegábamos un chapuzón. Las niñas eran una casta, una raza distante. Las verdaderas amigas, de mejor conversación, fueron en la adolescencia, en los guateques. Ahí conocí a Mari Carmen, fíjate… de ahí venimos…
“Procedemos de un guateque”.
(Ríe) Sí.
Merino nos enseña generosamente los rincones de su casa.
Lo importante que es ir a fiestas: nunca sabemos lo que puede pasar en una de ellas, algo que nos cambie la vida.
Desde luego. Yo tenía 25 años, o sea, era mayorcito, pero ella era una chavala como de 17 o 18 años.
¿Cómo distinguiste que te habías enamorado?
Si una chica… te gusta bailar con ella, te gusta hablar con ella… verla leer... es ella. Mi esposa era muy lectora, y tenía mucha fascinación por los lectores. Cuando yo era jovencito, en mi grupo de amigos sólo había otro lector.
Erais un club secreto.
Sí. Nos dimos cuenta de que nos podían hacer muy mal, te podían hacer bullying por leer. Estaba mal visto. Era cosa de niñas, ¿qué es esto, verdad? Qué locura.
“Conocí a Mari Carmen en un guateque: Sabes que estás enamorado cuando te gusta bailar con ella, hablar con ella… y verla leer”
¿Por qué la sensibilidad ha parecido patrimonio femenino, cuando, evidentemente, es patrimonio humano?
No lo sé, pero gracias a eso quizá hemos podido mantener la cultura escrita, por ahora. Las mujeres eran muy de los libros, de leer, de transmitir… en el Romanticismo muchos libros se escriben considerando esa lectora sensible que es la mujer. Porque el hombre… ¡vamos!
Me contaste una vez que Heidi fue importante para ti.
Sí, ese arquetipo maravilloso del paraíso perdido… ese mito de perder el Edén. Heidi me hizo darme cuenta de que no había libros para niños ni para niñas. Sigo tan fervoroso de ella que hasta le he dedicado el personaje de un libro. Descubrió la naturaleza, el mundo, a su abuelo misterioso y huraño… a su amigo Pedro…
Es un mundo increíble y la sacan de allí como si le estuvieran haciendo un favor: pero ella empieza a tener pesadillas… sueña siempre con volver a la casa del abuelo. Le han quitado el Edén, y eso me marcó. Aprendí a comprender los sentimientos ajenos y a identificarme con personajes independientes y sensibles, más allá del género.
Merino de joven con su amada esposa, Mari Carmen.
¡Fuiste vanguardista! Aún a día de hoy los datos indican que las mujeres leemos a hombres y a mujeres y los hombres, sobre todo, a hombres.
Es cierto ese prejuicio. ¡Mira Cumbres borrascosas! ¡Miren a Jane Austen! Pero, ¿de qué están hablando esos señores? Es una estupidez. ¡Si a todos los lectores nos interesa profundizar y conocer sentimientos…! Yo por ahí no he pasado nunca.
Hablemos de las mujeres de El Quijote. Cuéntame de Marcela (primera feminista de nuestra literatura), que dijo: “Yo nací libre, y, para poder vivir libre, escogí la soledad de los campos”.
Es sorprendente, efectivamente, cómo en El Quijote aparecen una serie de mujeres que tienen, caray, personalidad. Pero es que de aquella era raro. E incluso la personalidad que le da a Dulcinea es interesante…
Dicen que Miguel Esteban, en Toledo, es el pueblo de Miguel de Cervantes, y es el pueblo donde Cervantes coloca a Don Quijote, y yo creo que tienen absolutamente toda la razón, porque resulta que el Toboso está al lado. Dicen que fue en otro sitio, que fue a 50 kilómetros del Toboso. ¡Oiga, 50 kilómetros en el siglo XVI…!
Creo que es un guiño del propio Cervantes: “En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”, que en realidad es “no puedo”, es una pequeña broma, porque el sitio se llama Miguel, ¡como él mismo! Eso creo yo.
"Gracias a las mujeres hemos podido mantener la cultura escrita"
¿Cómo era la personalidad de Marcela y cómo era la de Dulcinea?
En ellas encontramos sensibilidad hacia lo extraño, hacia lo misterioso. Una actitud tan normal como la de los hombres. ¿Qué pasa, que las mujeres no tienen actitud, sentimientos, comportamientos? Yo creo que El Quijote normaliza, en cierto modo, la figura de la mujer.
¿Se puede decir que es un libro feminista?
Desde luego, no es machista. Es antimachista.
¿Qué hacemos con Dulcinea como ese elemento amado, idealizado?
Sí forma parte, en cierto modo, de las damas de los libros de caballería. Con un parpadeo lo ves mucho más natural. La idea que tiene Don Quijote de Dulcinea no es tan mágica como la de los libros de caballería. Era una mujer existente.
¿Qué aprendimos del amor con Don Quijote?
Desde luego, Don Quijote, en muchos aspectos, es prerromántico. El romanticismo tiene mucho que ver con El Quijote. Primero cómo Don Quijote, en esos páramos y en esos lugares extraños, ve bosques, ve castillos… lugares maravillosos. El romanticismo eso lo explota. Su visión o bien melancólica o bien gozosa… las formas que nos rodean, el ambiente… eso es una manera de releer El Quijote.
Merino charla con Magas en el sofá de su casa y cuenta que El Quijote es prerromántico.
Nos sigue pasando cuando nos enamoramos. Construimos paisajes y castillos.
Tal vez está en nuestro modo de ser, pero sin El Quijote y sin el romanticismo, eso no estaría tan tipificado. ¿Para qué sirve la literatura? Para que sepamos lo que nos pasa. Odio al vecino. Me he enamorado de Fulanita. Es la literatura la que ha tipificado todos los modos de conducta.
Se siente uno menos solo. Dices “este sentimiento mío no es inaugural. Estoy abrazada por la humanidad, y por los siglos de los siglos…”.
¡Eso es! Ese sentimiento ya está fijado. Ya sé lo que me pasa. Si no sé lo que me pasa, mal asunto.
Hablemos de tus novelas históricas basadas en mujeres. ¿Qué hay de Lucrecia de León?
A ella me la encuentro en una librería de viejo al pasar. Compré el libro, me dio curiosidad… Lucrecia de León fue una soñadora castigada por la legislación de su tiempo. Por la Inquisición, en la época de Felipe II.
“Soy un fervoroso de ‘Heidi’, arquetipo del paraíso perdido. Leerla de pequeño me descubrió que no había libros de niños ni de niñas”
“Soñadora” me encanta como presentación.
Sí. Ella piensa que España está en peligro, que puede volver a ser asaltada por árabes, por nórdicos, por no sé qué… es curioso, como se repite en ella el mito de la invasión y de la reconquista. Y coge la Inquisición y la encierra. Investigando su historia en el Archivo Histórico, encontré documentos fascinantes, desde mensajes ocultos hasta poemas escritos al dorso de los papeles. ¡La gente antes escribía poemas, era un medio de comunicación básico…!
Con lo que une un poema. Es cohesionador. No deberíamos desdeñarlo.
El poema, en el Siglo de Oro, estaba en el uso común, qué gusto. Era natural. En fin, Lucrecia es maravillosa. La llamaron “enemiga del régimen”. Me caía muy bien. Decía cosas peligrosas, molestas. Se juntaba con gente influyente, ella misma era influyente. Me enamoré de su historia y de su fuerza, de su capacidad de soñar y resistir en un mundo hostil.
“El Quijote normaliza la figura de la mujer y le da personalidad. Es un libro antimachista”
¿Y Olivia Sabuco de Nantes?
Me enteré en el Epasa de que Lope de Vega la había llamado “musa décima”. Y me leí su libro: ‘Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, no conocida ni alcanzada de los grandes filósofos antiguos; la cual mejora la vida y la salud humana’. ¡Una obra enciclopédica! Olivia fue una mujer culta y adelantada a su tiempo. Su libro defendía la vida sana y la prudencia, y tuvo bastante influencia en la literatura inglesa.
Cuando su padre hizo el testamento, dijo que el libro lo había escrito él y que se lo había otorgado a ella para darle “honra y gloria”. Pero es que ellos eran conversos y el padre lo dijo por si había problemas con la Inquisición. “Fue mi papá, no yo… no soy la culpable”.
Como un seguro de vida.
Sí. Hay muy pocos libros de esa época que hablen de “hombre” y también de “mujer”, y éste es uno de ellos, es fascinante. Hay alusiones al otro sexo que no son propias de la literatura ordinaria. Yo creo que es un libro escrito por una mujer, claramente. Además, ella provenía de un entorno de tertulias y academias que enriquecieron enormemente su formación. ¡Todo lo que dice tiene sentido! ¡Y nunca olvida a la mujer en su obra!
Merino repasa con nosotros las mujeres históricas que acabaron viviendo en sus novelas.
¿Qué hay de Sofonisba?
¡Una mujer determinante en la historia de la pintura! El Prado ha empezado a poner su nombre a cuadros de ella. Ese cuadro elegantísimo de Felipe II… el arquetipo del cuadro de Felipe II… no es de Pantoja de la Cruz, es de Sofonisba. Ahí lo llevas. Pintó cuadros buenísimos de muchísima gente, y por fin empiezan a ser correctamente citados.
El de Pantoja era demasiado delicado para ser de Pantoja, siempre lo pensé. Ella, Sofonisba, nunca se casa con nadie, vive una vida austera, pero un día tiene un flechazo con un capitán de barco. Decide casarse con él, y eso que ella nunca se había metido en líos… y se da cuenta de que si ella lo plantea, quizás hasta el rey lo impida, porque era un hombre que no era noble.
"Me fascina la pintora Sofonisba: por fin El Prado ha empezado a poner su nombre en sus cuadros, algunos antes eran atribuidos a Pantoja de la Cruz"
Era un trabajador, digamos. Les dicen que tienen que casarse ya, en un convento que ella conoce, que ella llama a un cura y que se casan. Esa decisión fue muy interesante que contradecía la idea de la mujer apacible. ¡Cuando una se enamora…! ¡Es estupendo! Se hizo muy amiga de Miguel Ángel. Llegó a vivir casi 90 años.
¿Cómo ha influido la imagen de la Virgen María en nuestra forma de mirar a las mujeres? Y de adorarlas… y de desexualizarlas.
La Virgen representa un arquetipo de belleza, dolor y lealtad infinita. No creo que represente tanto al mito de la madre como al de la dama apacible, guapa, que está siempre con su nene. Es protectora. Ha marcado profundamente nuestro imaginario cultural.
¿Qué otros arquetipos femeninos consideras importantes? ¿Sigue existiendo la femme fatal frente a la mujer casadera?
Yo creo que sí. Yo creo que todos los arquetipos tienen un sentido. Cuando ves a un tío echado para adelante, ves a Jasón, el griego, o a uno de Los tres mosqueteros. Los arquetipos nos ayudan a entender el mundo y a la gente. Está la mujer seductora, ese es un gran arquetipo y viejo como el mundo. La bruja, que es la independiente.
Ah, la mujer replegada en los márgenes de la sociedad y mal vista porque estudiaba, porque tenía conocimientos y poder. Y porque no era atractiva ni amable para los hombres.
Exacto. Los hombres a las brujas les daban igual, quizás eran hasta sus enemigos. Mi abuela gallega no hablaba castellano porque no sabía. No tenía ni idea. Y como era campesina, cuando yo estaba con ella y tenía alguna enfermedad, me llevaba a alguna bruja y me daban infusiones… pócimas… (ríe). La bruja en Galicia nunca ha sido la mala. La meiga es buena, la bruxa es mala.
"Existen los arquetipos femeninos: la mujer seductora, la bruja (que es la independiente que no cede a los hombres), la princesa, la Eva que ha perdido a Adán"
La bruja es la mujer que no vive con hombres, que no se casa con ellos. Frente a la princesa, que sí. Ella vivía sola o con otras brujas: con sus amigas.
¡Total! ¡Sus colectivos! Tienen muchísimo encanto. Se le atribuyen elementos malignos por el rechazo del varón. Y la princesa. Yo conozco a personas, chicas, que se creen… no sé, pero van de princesas. Qué sé yo. Juegan a la fragilidad, a la dulzura, a ser rescatadas. Y también está el arquetipo de Eva: la que vive en soledad, la que ha perdido a Adán. Yo conozco a algunas personas y pienso automáticamente en arquetipos.
Merino habla de su amistad con Ana María Matute y lamenta que no la reconocieran más a pesar de su brillantez.
¿Cuál es la escritora que más te ha influido?
Ana María Matute. Me caía tan bien. Nos hicimos amigos. La conocí en Nueva York y me fascinó su humanidad y su literatura. Me dijo “pero, ¿tú no conoces la casa de Edgar Allan Poe?”. Y me la mostró, ¡un lugar delicioso!, porque ella conocía muy bien Nueva York, y fuimos a comer a un sitio estupendo.
¿Te tiró un poco la caña ella?
No…
Lo decía de broma y porque ella, para definirse, se inventó la palabra “hombreriega”, contradiciendo a “mujeriego”.
(Ríe) Pero no hubo nada entre nosotros, sólo buena relación y amistad. También volvimos a vernos en Madrid. Su libro ‘Historias de la Artámila’ es uno de los grandes textos del cuento español, con historias magistrales que siguen inspirándome. ¡Es de altísimo copete! De los grandes libros del siglo XX. Hay escenarios, personajes, tramas… ¡es un libro genial, en serio! Y sin embargo ella es más famosa por las novelas, pero tampoco tanto, desde luego, no tanto como merecía.
¿Cuál es tu actriz o cineasta favorita?
Me gustan las clásicas, Audrey Hepburn, Ingrid Bergman, Bette Davis. Son como de la familia. Llevamos toda la vida con ellas.
"Ana María Matute me caía tan bien. Nos hicimos amigos. Nunca ha sido tan famosa como ella merecía"
¿Tienes política favorita?
No tengo política actual favorita. Históricamente, Cleopatra me interesa por su liderazgo y cultura. No tenía el poder de los varones pero se impuso, fue ella misma. Una que no me caía nada bien era Isabel la Católica, pero cuando llegamos a América, es la que propone la relaciones sexuales entre españoles y americanas, para empezar; y ya muerta ella, influía tanto en su marido que parecía que aún vivía.
Con el tiempo cambié mi mirada sobre ella porque apoyó el mestizaje y tuvo ideas revolucionarias para su época. En España parecía un poco meapilas.
¿Qué opinión te merece Letizia?
Yo vengo de tradición republicana, pero respeto la Carta Magna y además me cae muy bien Letizia. El rey es un señor afable, cercano con cualquiera. Yo creo que son muy buenos.
¿Cuál es tu música favorita?
El tango me encanta, bailado por hombres o por mujeres. ¡Y me encantaba Raffaela Carrá, qué divertida, qué guapa era, era formidable!