Nativel Preciado

Nativel Preciado Hugo G. Pecellín

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'Palabras para Olivia': EL ESPAÑOL invita al primer capítulo de la última novela de la periodista Nativel Preciado

La periodista y escritora ha publicado su último libro, el pasado mes de febrero. Una historia llena de amor, misterio y nostalgia.

18 abril, 2024 02:34

La editorial Espasa ha publicado el pasado 14 de febrero Palabras para Olivia, la última obra de Nativel Preciado en la que nada es lo que parece. Inspirada en el estilo de Agatha Christie, la periodista relata la historia de la escritoria Olivia, quien utiliza un fantasma literario para llevar a cabo su novela. 398 páginas llenas de amor y traición, una suerte de tramas y enredos que se entrelazan entre los personajes, quienes van cambiando a su parecer a medida que avanza la historia.

EL ESPAÑOL presenta en exclusiva el primer capítulo de esta novela, en la que la autora se apoya en el amor, así como en elementos de la escritura y la música.

Dos historias de amor que transcurren con hasta tres décadas de diferencia. Un triángulo amoroso y una infidelidad del pasado arrojan sus sombras sobre el presente.

***

1

«Llovía con fuerza aquella tarde de verano en Madrid. Se escuchaba incluso dentro de la iglesia de los Jerónimos. Tanto que los asistentes estaban más pendientes del estruendo de la tormenta que del muerto al que, supuestamente, honraban. La viuda, barbilla alta, transmitía saber estar, poco más. Resultaba difícil descifrar qué sentía, pero, si acaso, nada desmesurado.

El cura sermoneaba, algunos le prestaban atención, la mayoría solamente lo miraba. Hablaba de la fuerza de la fe, explicó el significado de la redención y otras cosas que los pocos que escuchaban al rato no recordarían. Pidió a los asistentes que se pusieran en pie. El presidente del Gobierno obedeció.

El célebre banquero Bernardo Juncosa acababa de morir perdiendo la lucha contra el cáncer que había arrastrado durante una década y la Casa Real se había disculpado por escrito por no poder asistir al funeral a causa de la agenda, pero hacía constar que lamentaba tan enorme pérdida. A Olivia Casanova, que además de viuda era escritora, le sorprendió esa expresión: «Tan enorme pérdida». No le pareció la más adecuada teniendo en cuenta las enormes dimensiones de su difunto marido. Midió casi un metro noventa y, en sus años lozanos, sobrepasó de largo el centenar de kilos.

La viuda se puso de pie la última; estaba cansada, le dolía una rodilla. Y casi todo el cuerpo. Sesenta y ocho años, se lamentaba, incrédula. No era la edad a la que había muerto Bernardo, sino la suya, que tampoco era mucho más joven. Maldita vejez, se repitió. Quizá a ella le quedasen esos mismos años de vida. Muy poco tiempo, pero lo aprovecharía al máximo.

—Podéis ir en paz —los liberó el cura.

Olivia no estaría en paz hasta que saldase una cuenta pendiente.

2

Publicar una novela no implica escribir bien. Ni siquiera saber escribir. Publicar significa poca cosa, en ocasiones, nada.

Para Teo del Valle no terminaba de significar algo. Hacía compatible su trabajo de funcionario de ventanilla con el de escritor y se sentía un fracasado en ambas facetas. A la Junta Municipal de Distrito iba cada día como al matadero, pero aún detestaba más no haber triunfado como escritor, no haber logrado siquiera publicar alguna de sus novelas con una editorial decente. La primera vez tuvo incluso que adelantar dinero, sin lograr recuperarlo todo. La segunda no cayó en la misma trampa y, después del silencio de varias editoriales, se la autopublicó en una conocida web. Al menos, no tuvo un saldo negativo. Para cada nuevo capítulo trataba de aprender de los errores cometidos hasta entonces. Pasaron los años y fue mejorando como escritor, hasta que su cuarta novela la consideró bastante más digna que la mayoría de títulos comerciales que leía para ver si se le pegaba algo. Pero el trabajo no había terminado, ni mucho menos. La ocasión merecía intentarlo todo: buscó agente. Después de varios tropiezos, dio con una mujer joven que estaba empezando y, por lo tanto, le interesaba casi cualquier cosa. Leería su manuscrito.

No tardó en alabar su trabajo con aparente sinceridad. Le aseguró que ella era muy crítica y su novela «realmente buena». Sería un honor representarle.

Al escritor se le iluminó la cara al escuchar esas palabras de una profesional del sector. Corroboró sus impresiones sobre la calidad de su obra y depositó en ella todas sus ilusiones.

Casi un año después, sonó su móvil. Era su agente, disculpándose:

—Tampoco ha habido suerte con esta, lo siento. No me lo explico.

Era la novena editorial que rechazaba publicar su obra. Hasta entonces su mayor fracaso eran siete intentos.

Con toda la tristeza, decidió volver a autopublicarse. Debía asumir el fracaso, no podía permitirse más jugar a ser escritor.

Así se lo confirmó a su madre, y sintió como si lo estuviese ratificando por escrito. No había vuelta atrás. Se conformaría con su trabajo, que le daba de comer, y el tiempo de ocio lo emplearía en otras cosas. Intentaría ser más sociable, conocer gente.

Quizá se apuntase por fin a inglés y se diese el capricho de visitar Dublín. Un fin de semana, no más.

A todas horas, sin embargo, seguía consultando en el móvil las ventas de su novela en la plataforma digital. Incluso desde su aburrido puesto de trabajo, desatendiendo a los ciudadanos. Su libro no se vendía y él seguía dándole vueltas. Con el tiempo se achacó el fracaso a sí mismo. No era solo mala suerte, sino más bien su absoluta carencia de carisma. La reflejaba en su imagen, en sus torpes gestos, en sus palabras, en todo lo que hacía, también en los libros, jamás vendería nada. Era clavado a su madre. No podía seguir torturándose, tenía que pasar página de una vez y para siempre.

Cierto día llegó a casa, se tiró en el sofá y cogió el móvil. Comprobó que acababa de vender un libro en formato e-book. Cerró el puño, emocionado, y se dio cuenta de que no había generado regalías. ¿Dónde estaba su euro? Recordó que ese día lo había puesto gratis. Ni regalándolo triunfaba.

Su padre sí fue un tipo popular, simpático y listo. Siempre solicitado por amigos y compañeros de profesión. Lo conocía todo el mundo, incluso fuera de León, su ciudad. Ya era mala suerte no haber heredado nada de eso.

Días más tarde encontró un extraño e-mail entre el correo electrónico no deseado. Se había enviado desde una cuenta que, prácticamente, era el título de su último libro. No parecía spam. Lo abrió intrigado y leyó:

Creo que a los dos nos interesa conocernos.

Añadía un número de teléfono. Español, al menos no era nigeriano.

A pesar del misterio, su timidez le impidió que se le pasara por la cabeza llamar. Pero comprobó que tenía WhatsApp y enseguida espió su foto de perfil.

Una mujer mayor. No entendía nada. Le pudo la curiosidad, miró la hora y se animó a mandar un escueto mensaje, un simple y amable saludo.

Recibió pronto respuesta:

No me interesan los mensajes. Llámame.

Además de la agresividad, al escritor le llamó la atención la insistencia en el mismo verbo. Quizá debía atender a ese mandato imperativo. Comprobó de nuevo la foto de la mujer. No era un primer plano definido. Su rostro, ladeado, no se distinguía. Era una foto artística, profesional. Esa melena corta castaña le recordaba a alguien ¿Acaso era Olivia Casanova, la conocida escritora que acababa de quedarse viuda? Recordaba haberla visto recientemente en algún telediario con motivo del funeral de su marido, al que habían acudido políticos, empresarios, artistas, aristócratas y muchos periodistas».

[Palabras para Olivia: consigue la novela de Nativel Preciado]

En EL ESPAÑOL queremos que disfrutes de esta gran lectura, por eso sorteamos cinco unidades de Palabras para Olivia que finalizará el 21 de abril. ¿A qué esperas? ¡Participa y consigue tu libro!