La autora Sonia Díaz Rois, con su libro 'Y si me enfado ¿qué?'.

La autora Sonia Díaz Rois, con su libro 'Y si me enfado ¿qué?'.

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Enfado, cabreo e ira: cómo entender y gestionar las emociones que solemos rechazar

Sonia Díaz Rois
Publicada

Generalmente, solemos prestar más atención a lo que se conoce como emociones de evitación. Cuando alguien se paraliza porque siente miedo o se repliega debido a la tristeza, nos aproximamos para saber qué le ocurre. Incluso sentimos la necesidad de abrazar a esa persona para consolarla, porque conectamos con su malestar y su dolor.

En cambio, el enfado no recibe el mismo trato. Esta emoción suele producir un rechazo casi inmediato que interrumpe la comunicación y nos deja con la palabra en la boca, sin poder expresar lo que sentimos y sin ese abrazo tan necesario en ocasiones. Porque el enfado también se sufre. Esta situación necesita ser expresada y comprendida; ignorarlo o rechazarlo sin más nos impide aprender a gestionarlo y a comunicarnos desde esta emoción.

En mi experiencia, uno de los principales motivos por los que rechazamos a alguien enfadado es porque suele estar "cabreado" y no se expresa de la mejor manera. Probablemente, porque no sabe hacerlo de otra forma, como cuando no dominamos un idioma y lo chapurreamos, y a veces hasta elevamos el tono para intentar hacernos entender.

Cuando el enfado pierde su propósito, entramos en un "secuestro emocional". La frustración se acumula y nos dirigimos irremediablemente hacia un estado iracundo del que es difícil salir.

Enfado, cabreo e ira: ¿cuál es la diferencia?

Estos conceptos se confunden frecuentemente, lo que lleva a la conclusión errónea de que todos implican "tener mala leche" y malas formas. Sin embargo, aunque puedan considerarse sinónimos, no son lo mismo.

El enfado es una emoción básica y primaria —que podemos situar al mismo nivel que la tristeza y el miedo—, mientras que la ira es la carga emocional que lo acompaña. Lo mismo sucede con el terror, que es la manifestación extrema del miedo, o la depresión (no patológica) de la tristeza.

Estos ejemplos ayudan a comprender la diferencia entre emoción primaria y carga emocional (no es lo mismo experimentar pánico que un poco de miedo; ni sentir ira que enfadarse). Esta distinción nos permite reconocer y diferenciar cada una en términos de intensidad, duración y propósito.

Ponerle nombre —y apellidos— a nuestras emociones nos ayuda a comprenderlas y regularlas. Nos da claridad sobre lo que sentimos y lo que necesitamos para gestionarlo, permitiendo que la cumpla con su función adaptativa.

El enfado asertivo

Es una manera válida de expresarse. Saber poner límites, hacerse respetar y expresar nuestra opinión, incluso cuando esta sea contraria a la de otros, desde el respeto, permite que el enfado cumpla con su función: cuidar de nosotros y comunicar nuestras preferencias.

Enfadarse es necesario, pero no lo es acumular un cabreo descomunal o dejar que la ira tome el control cuando no estamos en peligro.

Si desarrollamos la atención y nos damos cuenta de que, muchas veces, nuestra reacción y despliegue de energía es desproporcionado y recordamos que nuestra vida no corre peligro, estaremos entrenándonos para que nuestra amígdala se relaje y no nos impulse a una reacción innecesaria que podríamos gestionar de manera más razonada.

Desacelerar y la sorpresa como antídoto

Solemos reaccionar como si nuestra vida estuviera en juego. Afortunadamente,  tus problemas y preocupaciones habituales estarán más relacionados con cuestiones sociales, laborales o emocionales, y no con amenazas de supervivencia. Al mismo tiempo, es cierto que solemos experimentar la existencia como si nuestro pellejo estuviera constantemente en jaque.

Hoy en día, algo que puede ayudarnos a mejorar esta sensación es pisar el freno y desacelerar. Vivir sin tanta urgencia nos permite prestar atención a lo que de verdad está ocurriendo, ya que la mayor parte del tiempo estamos distraídas, desatendiéndonos y reaccionando de manera automática.

También nos ayuda prepararnos para lo inesperado. La sorpresa, otra de las emociones olvidadas junto al enfado, es un excelente antídoto frente a las expectativas frustradas, que interpretamos como una amenaza y que tanto nos pueden hacer enfadar.

Si desarrollamos ese margen para detenernos y permitir que nuestro neocórtex analice lo que en realidad ocurre, entrenamos nuestra atención para centrarnos en el presente y tomar decisiones reposadas y meditadas. De este modo somos capaces de tener en cuenta las consecuencias de nuestros actos, a la vez que nos permite crear alternativas y maniobrar adecuadamente cuando las cosas no salen como esperamos.

Abrir la mente a otras perspectivas

La curiosidad y la capacidad de sorprendernos es otro recurso valioso que a veces olvidamos y que no aprovechamos al máximo. En lugar de ir más allá y explorar nuevas ideas, nos empeñamos en tener la razón, sin escuchar ni considerar que los demás no necesariamente ven el mundo como nosotros. Sin embargo, comprender al otro —incluso si no estamos de acuerdo— amplía la perspectiva y nos permite conectar de manera profunda con quienes nos rodean.

Teniendo en cuenta mi interés por mejorar y cuidar las relaciones, especialmente prestando atención a la gestión del enfado, cuando Soledad (mi editora) me ofreció la oportunidad de escribir un libro sobre este tema, no lo dudé ni un segundo.

Era la mejor oportunidad para compartir parte del proceso GTI (Gestiona Tu Ira). Mi objetivo es ayudar a todas esas personas que se sienten incomprendidas cuando se cabrean y ofrecerles herramientas para entender esta emoción y expresarla desde un enfado asertivo.

En Y si me enfado, ¿qué? Cómo autorregular tus emociones, gestionar la ira y volverla a tu favor, encontrarás herramientas para reconocer tu propio enfado, evitar los cabreos innecesarios y la ira, comunicarte de forma asertiva y observar tanto tu enfado como el de los demás con respeto y curiosidad.