La artista Zahara.

La artista Zahara. Carmen Suárez.

Actualidad Entrevista a la artista

Zahara: "Cuando los hombres nos llaman 'putas', nos están llamando 'libres', pero no saben"

"No soy ninguna santa: de milagro no estoy aquí rompiendo cabezas o huevos" / “No he superado que ese hombre abusara de mí de niña: quiero que se muera, lo siento” / "El facha español cabreado necesita un abrazo". 

30 abril, 2021 00:34

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Durante esta conversación se ríe y se llora. Y escribo "conversación" en el sentido profundo de la palabra, porque esto que sigue no es una "entrevista", no al uso: las entrevistas tienen algo de quirúrgico, algo de luz blanca de hospital, algo de terrible examen, algo de promoción o de vanagloria, y aquí no hay nada, nada de eso. Aquí late algo cálido y poético y expectorante y conmovedor e insoportablemente verdadero. Algo que sangra y que escuece y que se seca al sol; algo que tiene que ver con la ira, con el perdón, con la búsqueda incansable de la paz y con el punto de sutura. Algo que -afortunadamente- ya tiene poco que ver con la culpa.

En esta charla grita algo que tiene que ver con la niña que María fue, con la tremenda mujer que hoy es; algo íntimo y a la vez mundial que abraza a la mujer que somos todas. Con el trabajito que nos costó llegar hasta aquí. Con los vértigos, con las depresiones, con los deseos oscuros, con los amores raros, con los abusos, con las veces que pendimos del alambre, con la autoexploración, con la decepción propia, con el odio hacia adentro. Hay que ser mucha persona para llegar a ser una mujer. Y ésta que tengo enfrente se viste por los pies, aunque durante mucho tiempo no se lo haya creído. 

Entrevista a Zahara Carmen Suárez

Veo a Zahara en una tasca en Usera, sentadas en un barril, en esa caña helada de los secretos que rompe el mediodía. Hablamos de Puta, su último disco, y al hacerlo siento que está sucediendo algo valioso, algo sagrado, algo importante. Que estas canciones son las más cruciales del año, las más cruciales de la vida. Que esta conversación será fundamental para mí y para muchas otras -estamos en casa y ya no hay fantasmas, sólo jardines y ventanales inmensos donde nadie mira desde fuera, donde nadie juzga-. No sólo porque se expresa una artista en estado de gracia, sino porque asalta una voz incomparablemente literaria y confesional, amigable, irónica, divertida, honesta, psíquica hasta el desgarro y la sanación.

Habla de que “somos yonquis del cariño ajeno”, de que “hemos dejado nuestra paz en sus manos”, de que el odio es más sencillo que el amor. Habla de la sensación de haber creado una familia, del echar de menos, del dejar de chuparle los dedos al hombre al que amabas, de la vitrina llena de recuerdos que ya no queremos, de la portera que le cuenta nuestra vida a los vecinos. Del ser diestra pero fumar con la izquierda, de esa mujer que era más libre que todos los hombres insufribles, de que el que más roto está, el que más triste está, el que más cabreado está es el que más necesita el abrazo. Un disco de culto en tiempo presente. Disfrútenlo. 

¿Qué significa la palabra ‘puta’ para ti y cuándo fue la primera vez que te la dijeron? ¿Es una palabra que cambia con el tiempo, es una palabra que madura y que crece conforme tú creces?

La primera vez que la oí relacionada conmigo fue cuando tenía 12 años, que yo recuerde, y no fue directamente, fue con el apodo de Merichane -que no sabía yo que era como conocían a la puta del pueblo-, y era la manera adaptada que tenía mi clase de llamarme “puta”. En ese mismo colegio, cuando fui repudiada de todos los grupos sociales que había, acabé mucho tiempo sola al lado de los profesores porque me daba miedo que alguien se metiera conmigo y me sentaba en el suelo, en el bordillo del patio, apartada.

Allí me hice ‘amiga’ de unos niños más pequeños que yo, unos gemelos malvados, y yo sentía “si ya estoy con los más malos del cole, ya no me puede pasar nada”, pero se hartaron de mí, como el resto, y empezaron a escribir “Zahara puta” en todas partes. Eran mi última alternativa. Ese momento fue terrible porque para mí no había ningún insulto más grande que ese. Y en cuanto a si la palabra cambia… creo que sigue siendo una manera de insultarnos que nos coloca en un sitio de mucha inseguridad y debilidad. No sé si es porque “puta” es algo que sólo le puedes decir a una mujer. Si a un hombre le dices “puto”, tiene otro sentido.

O el “hijo de puta”, que es muy serio, pero de nuevo acaba cayendo la carga sobre la madre, sobre la mujer.

Totalmente. Lo más grave que le puedes decir a alguien es “hijo de puta” porque su madre, que es la última persona a la que ese hijo llamaría “puta”, lo es. Ese insulto a mi madre, que tiene en torno a sesenta años, si alguien se lo dijera le seguiría haciendo muchísimo daño, porque da igual cuánto crezcas. Y me parece que es un insulto que va disociado de la realidad completamente.

Yo siempre digo que la primera vez que me llamaron “puta”, aún era virgen. ¡Sorprendente!

Sí, sin duda. Tú intentas justificarlo, que es lo peor. ¿Y si te hubieses acostado con alguien, te lo hubieras ‘merecido’? No, claro que no. Me di cuenta en las primeras entrevistas sobre esto, que yo pensaba “jo, si ni siquiera me he morreado con nadie”. No sé si se aprende a lidiar con esto. Para mí llamar a mi disco así es una manera de enfrentarlo, no es para banalizarlo, es para todo lo contrario. La gente cuando lo ve escrito siente incomodidad, ve visualizado algo que ha pensado o que ha dicho. Porque al verlo escrito cambia mucho. Ve el daño inmediato que provoca.

¿Qué crees que nos llaman los hombres cuando nos llaman putas?

Nos llaman “libres”, pero no saben. Les incomoda. Les molesta nuestra libertad. Les molesta que hagamos lo que queremos y como no encajamos en el redil social establecido, pues nada, somos unas putas. Decir “libre” …

No tiene la misma fuerza, ¿no?

No, pero fíjate qué cerca está todo. Puta, fresca, libertina… libre. Pero ah, libre es algo guay.

“Ligera de cascos” tiene mucho también que ver con la libertad. Es un “voy cómoda, voy suelta, voy casi levitando, voy libre”.

Claro, claro. Menos mal que lo somos. Pero, mientras, te cuelgan el sambenito para que vuelvas a entrar a tu sitio, al sitio del que nunca debiste irte… “vuelve, mujer” (ironiza).

Se ha intentado desde el trap -a mi manera de verlo, sin éxito- convertir la palabra “puta” en algo empoderador, pero para mí ha sido siempre tan doloroso…

Ya ves. A mí no me empodera. Estoy completamente de acuerdo contigo. Recibí un mensaje de alguien que no entendí muy bien y me decía “jo, soy profesora, intento enseñarle a mis alumnas que no usen la palabra ‘puta’ para referirse a ellas, y ahora tú llamas a tu disco ‘puta’, como si fuera algo bueno…”. Y no, no iba por ahí. No quiero que nadie me llame puta, lo que quiero es que dejen de hacerlo. El “puta” lo utilizo como escudo porque lo pongo en tu cara: ahora incomódate tú del efecto que produce. El término “empoderar” hay que revisarlo, porque ahora todo empodera.

Está como manoseado, ¿no? Me gusta más, últimamente, “emancipar”.

Me encanta. Yo estoy reflexionando a raíz de este disco: ¿por qué cuando me ha pasado algo nunca lo he contado? Decirle a alguien “abusaron de mí cuando era pequeña” ¡no empodera! Yo no me sentía mejor por decir que me habían pasado todas esas cosas. Esa obsesión de que todo empodere, de que todo te tiene que hacer fuerte… también es una presión. Yo he intentado que no me pasara nada para estar “empoderada”. Si alguien piensa “pobrecita”… ya no me sentía fuerte. Es un triple salto mortal.

¿Qué hay del arquetipo de la ‘femme fatale’? ¿Cuántas veces hemos posado de eso para sobrevivir en esta selva, para fingirnos fuertes y frívolas cuando estábamos hechas un pingajo? ¿Existe la ‘femme fatale’ o sólo son mujeres defendiéndose del mundo depredador que se han encontrado desde el patio del colegio?

Tú piensa: ¿cómo ha sido la manera de que una mujer resalte en un mundo monopolizado por los hombres? Comportándose como lo haría un hombre. Pero cuando empiezas a comportarte con determinación, diciendo lo que quieres, consciente de tu cuerpo, de ti misma… como todo eso está asociado al hombre -porque históricamente la mujer es la sumisa, la que cuida, la que da la mano, la que está ahí-, choca tanto que tampoco encaja.

Cuando lo haces como mujer, eres una trepa, una arpía, eres una puta, si estás ahí a ver qué has hecho… o el “eres demasiado ambiciosa”. Yo con eso también he lidiado. Con el “Zahara se va de las multis, forma su propio sello, invierte lo que gana en su trabajo, monta un equipo, hace sus canciones, sabe lo que quiere… uy, qué peligrosa ésta, qué ambiciosa”. De un tío nunca nadie diría eso por estar llevando las riendas de su vida.

Dirían “oh, qué independiente es”.

Sí. Yo he tenido que reivindicar mi independencia como algo positivo. Y si me reivindicaba demasiado era como “bueno, bájate un poquito, cariño, que estás un poquito subidita, ¿no? No te flipes”. Una se esfuerza en incorporar cualidades que no están asociadas a su rol, digamos, y cuando lo consigues… te sientes mal.

Hay una canción de Las Odio que dice justo eso: “Cuando consigues ser libre, hacen que te sientas rara”.

Exacto. Es perfecta.

Zahara.

Zahara. Carmen Suárez.

Hay una frase que no sé dónde leí, que me gusta mucho y dice “tú eres lo que tú amas, no lo que te ama a ti”. Y hay una canción en la que dices que no tienes claro qué es lo que querías tú porque nadie te lo había preguntado. Ahora bien: ¿quién te ha amado a ti y qué has amado tú?

Sí que es difícil. Cabroncilla, la niña (ríe). A ver: creo que yo he vivido a lo largo de toda mi vida buscando que me quisieran a toda costa. Mucho. Más que a nada. Y he querido que me quisieran de una manera muy concreta. Y me ha parecido más importante que me quisieran de esa manera que que me quisieran por lo que yo era. He sacrificado quién he sido yo a cambio de ese amor.

¿Qué han amado de mí? Lo que ellos han necesitado. Durante todas mis relaciones… tengo la sensación de que al notar ese amor que sentían hacia mí he experimentado un pánico tremendo a perderlo y mi cuerpo, con un mecanismo ancestral, ha ido mutándome para acoplarse a las necesidades de esa relación. Muchas veces buenas, bonitas… y otras no. Otras he acabado enajenada en las relaciones por mi obsesión de mantener ese amor. Pero cuando me he dado cuenta de que me querían por algo que yo no era… he huido.

Esto es algo que soy capaz de ver ahora. Hasta que no he tenido una terapia brutal con mi psicóloga, no lo he visto cristalino. ¡Yo quería que me quisieran, porque yo no me quería nada, nada en absoluto! Desde que era niña me escribía una lista de comportamientos que tenía que tener para ser la persona que a mí me gustaba. Mis diarios no eran lo que yo había vivido sino cómo tenía que ser para adecuarme a esa idea que había hecho de mí misma.

Porque yo me sentía insegura, me sentía pequeña, nunca me enfrentaba a los abusos que vivía… y yo quería ser independiente, contestataria… y eso ya con 11 o 12 años. Eso se adhirió a mi ADN, a mi manera de construir mi pensamiento. He crecido odiándome por cómo soy. ¿Qué pasaba? Que llegaba a los conciertos y ahí era yo, con mi torpeza, con mis risas, con mi divinismo… y podía tropezarme y seguir siendo yo y todo estaba bien. Tenía seguridad en esos momentos pero a bajar del escenario… nada.

“Cómo explicar que me vuelvo vulgar al bajarme de cada escenario”, que decía Urquijo.

Eso es. ¡Hombre! Yo cuando me bajaba del escenario era una mierda de persona, por eso he estado tan yonqui del escenario. Y por eso he sido tan poco consciente de que yo no me quería. Porque ahí me querían mil personas que estaban abajo aplaudiendo. No lo sé. Me duraba un rato el coletazo de amor propio y luego se me pasaba y era como “no voy a molestar, no voy a quejarme, voy a ser increíble en la cama, voy a cumplir su sueño erótico, voy a ser la persona que se espera que tengo que ser…”.

Y cuando todo eso desaparece en el confinamiento, porque no hay un puñetero bolo, y empiezo a no tener mi dosis de amor de los demás y amor propio, es cuando me caigo. Hacia el fondo. Odiándome cada puñetero día en la ducha, levantándome con una tristeza brutal y diciéndome “qué asco das, coge la guitarra, no sabes hacer ni una puta canción, no sirves para nada, no sabes ni hacer un pan, y está todo el mundo haciendo pan”. “Eres una mierda de persona, no sabes ni limpiar tu casa, es tu culpa, es tu culpa, todo esto es una farsa”. Y entras ahí. No ves nada más. En realidad no hay nada más en ese momento.

A pesar de todo, este disco empieza pidiendo perdón. Porque al final necesitaba sacar todo esto pero tiendo a pedir perdón por hacerlo. Mi padre estaba preocupado por algunas canciones y yo decía “bueno, papá, es que ya me da igual, si me tienen que odiar, que me odien”. Pido perdón a las personas que he querido en mi vida, aunque las haya querido mal. Y sé que muchos de los problemas que les he generado, han sido cosa de mi mal amor. En este disco hablo de hombres que deberían estar en la cárcel y de otros hombres estupendos con los que me he querido mal. Lo he hecho lo mejor que he sabido. Era todo fruto de una carencia. Esto no se puede hacer, ¿no?, pero lo de “ojalá pudiera empezar de cero con todos”.

¡El auténtico reality, cariño!

(Ríe). ¿Te imaginas? No, no quiero volver con nadie. Hay hombres que se aprovecharon de mi vulnerabilidad y otros a los que nos culpo.

Zahara.

Zahara. Carmen Suárez.

Me gustaría hablar contigo de tu experiencia de abuso… en una de las canciones hablas de estar por la noche escuchando una respiración y deseando que él no entrara… no sé si es mucho preguntar qué sucedió y en quién te ha convertido eso.

Ojalá te pudiera decir que sólo ha sido una. Hay una gorda. No quiero ahondar mucho en ella, porque como dice mi psicóloga “cuenta aquellas cosas que no te duela que manoseen los demás”. En el disco coloco unas cosas y en las conversaciones otras, porque estoy buscando la paz. Hay cosas en las que sigo en procesos complejos que no sé cómo ni cuándo gestionaré. Sí que he vivido muchos… hubo un detonante en la infancia. Lo importante es la necesidad de una atención, de observar mejor la infancia, de educar, de una educación sexual en la infancia. Y mucha gente cree que vas a llegar a los coles a enseñarles dildos a los niños, ¡no, hijo mío!

Ojalá me enseñen a mí como madre, y a mi hijo, a que nadie le puede tocar y que no puede tocar a nadie sin su permiso. Siempre le digo a mi hijo que si alguien le toca de una manera que no le gusta (aunque sea empujarle) le diga que no le gusta eso, que se lo diga en su cara, y luego que se lo cuente a un adulto, a un profesor o a mí. Si tu primera experiencia sexual ocurre en la infancia y ocurre sin tu consentimiento… o sea, no estás preparada para ninguna relación sexual en mucho, mucho tiempo. Años. Décadas. Es terrible gestionar eso. Se rompen los mecanismos que te hubieran llevado a una salud mental y a una salud sexual. Y tienes que construir tus mecanismos con alguien que ha metido el dedo donde no se debe. Eso ya no va a ir bien. “Dañado para siempre, dañado para siempre”, lo canto.

Sí. “Lo que era puro, lo que estaba perfecto”.

Yo ahora ya puedo trabajarlo con mi psicóloga y decir “no fui culpable”, me abrazo, qué bonito todo esto… sí, ¡pero me pasó! Y eso ya no lo va a cambiar nadie. Te convierte en víctima y te convierte en verduga. ¿Se dice verduga?

No, pero que se diga.

Eso, que se diga (ríe). Me encanta. No soy ninguna santa. De milagro no estoy aquí arrancando cabezas o huevos.

Hablas de “todos los hombres que te han maltratado” y de que “tú, que no me has tocado, has sido el único que me ha matado”. ¿En qué sentido?

Yo he tenido, por desgracia, distintos tipos de abusos y maltratos en mi vida. Con el maltrato físico está todo muy claro. Si cuento que tuve un novio que me maltrató fisicamente -porque primero me maltrató psicológicamente-, sólo impacta si cuento que me dio un puñetazo y que volé por encima de la cama. Pero si cuento cómo me humillaba, cómo me hacía sentir una mierda y cómo estuve años sin componer de lo inútil que me sentía, parece que no es para tanto como el puñetazo. “Qué exagerada, ¿no? No es para tanto… Pero te pegó, ¿no? Ah, entonces sí”.

Hay muchas maneras de que te maten.

Claro, es que si te quieres suicidar porque una persona te ha quitado totalmente la autoestima, también te va a llevar a matarte. Por eso quería poner el foco ahí. Quería hablar de la trascendencia que tiene en las personas, en lo que acaban siendo en la vida, el maltrato psicológico: te coloca en un sitio de indefensión completa. No tienes ninguna herramienta para gestionar nada de lo que te pase después. Crees que te lo mereces. Y te digo una cosa: en la vida, de las dificultades se aprende, pero del abuso no. Acabas totalmente trastornado y no eres capaz de relacionarte con nadie en tu vida. Basta ya de pensar que todo “enseña”.

No le voy a dar nunca las gracias a las personas que me han hecho daño. Le doy las gracias a las personas que me han cuidado. A mi psicóloga, a Guille, a Martí, a mis padres, a La Benito, a Tylor Swift (sonríe). A mi abuela, que me cantaba. A mi tía, que me sigue cocinando cocido y me lo manda congelado. A mi padre, que ha sido un referente de hombre maravilloso que me ha hecho confiar y creer que otra vida era posible. Gracias a ellos, no al hijo de puta que puso la mano donde no debía cuando yo era una niña. Quiero que se muera. Lo siento así. Por eso te digo que no lo he superado. Lo siento, pero…

No, no lo sientas. De hecho quería preguntarte qué pasa con la venganza. A mí la venganza me mola, y es una cosa como impopular de decir, ¿no? “Uy, no, pues estemos en paz con las cosas…”.

¡El conde de Montecristo!

Yo creo que hay que vengarse. ¿A qué estamos esperando, a la justicia divina? Prefiero la poética que también es terrenal, y me voy a encargar personalmente de que la gente que me ha herido a mí o ha herido a los míos reciba su San Martín ¡en vida! No quiero que se mueran, pero quiero que coman acera. Nos dicen que tenemos que estar relajados, pero, ¿cuál es tu visión de la venganza, cuando ya hemos puesto la otra mejilla?

(Ríe). No lo tengo claro, te lo juro. Se supone que ahora debería saberlo. Yo no tengo la sensación de venganza. Yo no hago esto para vengarme. Yo hago esto por una necesidad vital. Este disco, digo. No lo he hecho pensando en que lo escuche quien me ha hecho el daño, a quien va dirigido. Nunca tengo presente el ojo que juzga y que observa con su bloc de notas. No va dirigido a mi maltratador. Es algo visceral y que es como coger la sábana bajera que lleva años cogiendo mierda y polvo y pus y asco y semen de otros y sacudirla. ¡A la mierda esto ya! La quito y pongo otra.

Zahara.

Zahara. Carmen Suárez.

Como diría Aída en la intro: “Ya era hora, ahora me toca a mí”.

(Ríe). ¡Es así! Qué maja. Pero, ¿sabes lo que está jodido en mi cabeza? Que si me pongo a pensarlo me siento culpable. Vivo con ello. Quiero pensar que las personas de las que hablo… bueno, habrán crecido, habrán aprendido… no sé. Es el tatuaje de la culpa. “A lo mejor hice algo mal, a lo mejor no estuve muy bien…”. Yo de alguna manera absurda me siento protegida en la canción. La gente dice “qué valiente”, y yo pienso “¿cómo va a ser valiente?, es una canción, ¡es una armadura!”. Soy de acero inoxidable en la canción. “Balas, ¿dónde? ¡Nadie me atraviesa!”. Fuera de la canción hace mucho frío.

En una canción mencionabas que bastante que no te has puesto a castrar a esta gente.

Claro, claro. Si con todo lo que me ha pasado, no me he convertido en Joker… pues bastante (ríe). La película la odio, estoy hasta el coño del personaje masculino que quiere destruirlo todo porque le han tratado mal. Es como: bueno, mujeres del mundo, uníos y la vamos a formar. Lo pasó muy jodido, Joker, no lo niego, tío, pero ve al psicólogo.

Qué caro sale curarse.

Literalmente caro.

Cuánto dinero invertido en ser seres civilizados.

¡Claro! Todo lo que me he gastado en eso, en intentar no ser una persona que joda la vida a los demás… me parecía divertido desde esa superioridad moral momentánea decir “tío, tú estás así de cabreado porque no te quieres… pero yo te quiero, y te voy a abrazar, va a ser muy incómodo, pero te voy a abrazar fuerte hasta que acabes derrumbado en mi hombro, yo lo puedo aguantar, porque yo ya he hecho mi viaje”. Es la canción de más humor que he compuesto en mi vida dentro de la mala hostia que tiene.

¿De qué nos salvan las drogas y el sexo compulsivo?

De nada. Sólo te llevan a esquivarlo. El sexo y las drogas pueden ser maravillosos si te llevan a desarrollarte, a pasártelo bien, a compartir, a vivir experiencias desde donde estás. Pero si no es así, estás sólo dando un rodeo gigante para evitar enfrentarte a la mierda. Y vas a acumular más cosas, sin ser consciente. Es una vía de escape, como la alimentación o la obsesión por el trabajo. Como todo, la pregunta que hay que hacerse es: ¿desde dónde estoy haciendo esto, desde la abundancia o desde la carencia? Lo que está a nuestro alcance no es malo ni bueno por sí mismo, lo dotamos de significado cuando lo animamos. Desde el lugar en el que lo hagamos nos llevará al placer o a la destrucción.

“Lo que había entre las piernas sólo te causaba dolor y problemas”. ¿Qué hacemos con el coño, cómo reconciliarnos con él?

Joé, qué difícil. Toda la vida luchando con esto, desde todos los ángulos posibles. Desde la salud, desde los embarazos, la estética, ¡por lo visto…! Ya no sólo los pelos: labio grande, labio pequeño, ¡oscuro…! Bueno, por favor. Con lo precioso que es un coño por ser un coño. Debería darnos placer. Lo hemos relacionado con tantas cosas que nos generan dolor. Ahora vivimos un momento bonito en el que se habla del placer y las mujeres estamos por fin relacionándonos mejor con ello, es guay que se hable de coños y desde un lugar natural. Yo pensaba: tengo esto aquí que sólo me está llevando por el mal camino, ¿no? Y no eres capaz de ver que es algo que podría hacerte sólo feliz.

En esta canción a los Cayetanos que hablábamos: ¿el facha está enfadado, el facha español necesita un abrazo?

Creo que el facha cabreado necesita un abrazo. Todas las personas cabreadas lo necesitan. Esto viene de un pensamiento real que es “a ver, yo estoy aquí intentando entender qué me pasa, y hablamos de la ira, del cabreo, y de repente quiero protestar haciendo ruido…”. Y cuando veo a la gente agresiva, pienso cuándo lo hago yo y lo hago cuando estoy necesitada de afecto. Como cuando estás discutiendo con el tío que te gusta y sueltas una cosa brusca y él pega un portazo y se pira. ¡Tú no quieres que pegue un portazo y se pire! Quieres que te diga “te quiero, eres preciosa, está todo bien, desahógate conmigo, yo te entiendo”.

Es como el adolescente que prueba el amor de sus padres a base de joderla cada vez más. Hago esa lectura humana. Normalmente, cuanto más violentos somos, más responde eso a una carencia. Cuando en el confinamiento había caceroladas terribles y era el momento de estar a otras cosas -era el momento de estar con la sanidad pública y de apoyar a los que se estaban dejando la vida en ello-, yo pensaba “algo les falta a estas personas”. Yo en el confinamiento les gritaba a mis vecinos cacerolenses “¡te quiero! ¡Quiérete, deja la cacerola! ¡Te abrazo!” (ríe). Yo estaba chalada, claro… estaba también haciendo mi proceso de odio y de amor.

¿Te dieron respuesta?

Nunca, nunca. El ruido no les dejaba oír el amor (ríe). Yo creo que si te estuvieran follando bien, no estabas en la ventana con la cacerola. ¡Estarías tan feliz! ¡Saldrías a aplaudir a los sanitarios! No a sacar la puta cacerola.

Zahara.

Zahara. Carmen Suárez.