Ilustración del medio que ejemplifica este perfil.

Ilustración del medio que ejemplifica este perfil. Julia Ramírez

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El retrato de 'Charo': la mujer feminista y de mediana edad convertida en 'meme' político por la manosfera española

Este nombre se usa cada vez más para ridiculizar a un sector de la población femenina entre los 30 y los 50 años afín a los movimientos por la igualdad.

Más información: Entre escándalo y escándalo, Igualdad lanza una campaña para erradicar el término 'Charo' al hablar de las feministas

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En una discusión política en X basta, a veces, con dos palabras para cerrar el debate: “Ok, Charo”. No hace falta rebatir datos, ni entrar en matices. El mensaje es claro para quien lo conoce: la persona al otro lado queda encajada en un personaje colectivo que resume, en un solo nombre, una forma de entender la política.

Este se ha convertido en uno de los términos más reconocibles de la nueva jerga política española. Se usa para aludir a un perfil muy concreto de mujer progresista y feminista, pero su presencia ya no se limita a foros minoritarios: aparece en comentarios de noticias, en hilos de Telegram, en directos de Twitch y, cada vez más, en la conversación pública.

El fenómeno ha crecido tanto que el Instituto de las Mujeres le ha dedicado un informe específico. Uno que no ha quedado exento de polémica, dado el contexto —marcado por las denuncias de acoso sexual contra el exasesor Francisco Salazar— con el que coincide su publicación, y que ha generado múltiples debates en torno al uso del meme como arma de desprestigio.

El estudio Discurso misógino en redes: el caso de "Charo" sitúa el origen de este concepto en Forocoches, con el primer registro documentado en 2011. Allí se usaba para referirse a “una mujer soltera o divorciada, de más de 30 o 35 años, generalmente sin hijos, siempre amargada y viviendo sola”.

Se trata de un estereotipo asociado, en muchas ocasiones, a votantes del Partido Socialista que se reivindican como antifascistas y antirracistas. Una publicación de la época añadía que se trataría de funcionarias de la administración o del ámbito educativo, aficionadas a determinadas autoras y a medios como El País y Cadena SER.

A partir de ese núcleo inicial se consolidó todo un léxico asociado: charía (el colectivo), charocracia (para aludir irónicamente a su supuesto poder) o el verbo charear (comportarse “como una Charo”). Para el Instituto de las Mujeres, estas derivaciones muestran que ya no se trata de un chiste aislado, sino de una categoría estable en la cultura digital.

El informe vincula la expansión del término con el ciclo de movilización feminista de finales de la década pasada, con las manifestaciones del 8-M de 2018 y 2019 y episodios que situaron la agenda de igualdad en primer plano. En ese contexto, sostiene que es un recurso para ridiculizar a mujeres ligadas al feminismo institucional o a políticas de igualdad.

¿Quién es la “Charo”?

Aunque el nombre no designa a una persona real, sí remite a un retrato muy concreto. El informe recoge el molde inicial: mujer de más de 30 o 35 años, sin pareja, funcionaria y consumidora de medios progresistas. En Forocoches, ese perfil se remata con una estética muy codificada: “pelo corto teñido de rojo o de morado”, gatos, tabaco, antidepresivos.

En declaraciones a Magas, el sociólogo Álvaro Soler matiza esa horquilla de edad. “Diría que incluso es más mayor, en torno a los 45 o 50”, explica. En su análisis, el ataque a estas mujeres está “muy vinculado al edadismo” y a una idea de belleza femenina “hipersexualizada” que muchas de ellas, simplemente por su madurez, ya no cumplirían.

La experta en cibercultura Salomé Sola, profesora de la Universidad de Sevilla, subraya que el auge del uso de esta palabra se enmarca en un contexto de normalización de discursos reaccionarios y antifeministas. “Las prácticas misóginas son cada vez más amplias; ya no son algo marginal ni para ‘frikis’”, advierte.

A su juicio, el auge de mensajes que sostienen que “el feminismo ha ido demasiado lejos” ha sacado estos códigos de nichos muy concretos y los ha llevado al debate general. En cualquier caso, recuerda que la aparente ligereza del término no debe engañar. “Esta estrategia que podría parecer incluso inocua o graciosa esconde un objetivo claro", afirma.

Y desarrolla lo que a su juicio resume el razonamiento de quienes apuestan por su uso: "Si existen mecanismos que imposibiliten el ciberacoso o lo persigan, vamos a buscar maneras de mitigarlo o simular que no existe. ‘Charo’, como cualquier otro mensaje en clave, pretende sortear las leyes y seguir violentando con total inmunidad”.

El informe coincide en que el humor es una de las claves para lograrlo. El Instituto de las Mujeres describe el nombre como un significante que se difunde con chistes, memes y respuestas irónicas, y subraya que esa apariencia naïve facilita su utilización masiva, en la medida en que muchos usuarios no lo perciben como insulto explícito.

El informe interpreta el término como parte de un “discurso misógino” en redes, en una línea que agrupa insultos como “feminazi” o abreviaturas como “tds pts” (todas putas). Según sus autoras, la etiqueta construye “una figura grotesca” a partir de rasgos que, por separado, serían neutrales pero combinados se presentan como signos de “vileza social”.

Concluye que su función es doble: por un lado, desincentivar que las mujeres se acerquen al feminismo asociándolo a un modelo presentado como poco deseable (“Charos vs Guapas”); por otro, erosionar la legitimidad de personas concretas —políticas, activistas, periodistas— cuya opinión se encuadra en esta categoría despectiva.

La directora del Instituto de las Mujeres, Cristina Hernández, enmarca el trabajo en una estrategia más amplia de vigilancia del discurso digital: recuerda que el Observatorio tiene el cometido de elaborar informes “con alto valor pedagógico” que ayuden a entender “la dimensión que tiene la violencia contra las mujeres en internet y cómo se produce”.

Ese enfoque institucional no está exento de controversia. El propio informe recoge críticas desde medios que han cuestionado la labor de la citada entidad. Un artículo de opinión en El Debate se refería, por ejemplo, a “Charos subvencionadas que se dedican a rastrear todo lo que publican los periódicos” para “echarles la bronca y asustarlos”.

Apuntan a influencers como Wall Street Wolverine, a quien atribuyen la difusión de la expresión “vivimos en una charocracia”. E incluso identifican a conocidos rostros femeninos que, según el documento, han sido blanco de estos ataques: entre los nombres se encuentran Cristina Fallarás, Silvia Intxaurrondo, Irene Montero o incluso la Selección de Fútbol Femenino.

El término ha aparecido en distintos momentos de la conversación pública. En 2024, el exsenador de Podemos Ramón Espinar encendió el debate en X al reaccionar al hecho de que sectores de derechas también llamasen “Charos” a hombres de izquierdas y calificaba el nombre de “reapropiable”, en contraste con los “pajilleros fascistas que ven vídeos de Llados”.

Ese mismo año, la diputada socialista María Sáinz Martín se convirtió en objeto de burla en redes a raíz de su promesa de la Constitución en el Congreso. Diversos usuarios la señalaron como encarnación de la “Charo” prototípica —mujer madura, de izquierdas, con larga trayectoria profesional—, lo que ilustra cómo la etiqueta se proyecta sobre figuras reales.

La mirada sociológica

Para Soler, el uso de este término ayuda a entender cómo se distribuye el poder en los entornos digitales. Subraya que en muchos de estos espacios el discurso hegemónico es masculino y “muy ligado a visiones biologicistas”, que consideran a las mujeres inferiores y reducen su presencia a lo corporal.

A su juicio, el meme, en ese marco, no es anecdótico sino una herramienta para evitar tratarlas como interlocutoras en pie de igualdad. “Siempre se ha utilizado la burla desde el poder, pero aquí funciona infantilizando. No se las ve como un sujeto de derecho con el que debatir, sino como personas que son menos que ellos”, señala.

Según su análisis, la cultura de internet facilita esa estrategia: se puede enmarcar el ataque como “broma” y, al mismo tiempo, intensificar una violencia simbólica —aquella que ya acuñó Pierre Bourdieu en 1970 para referirse a la dominación ejercida de forma sutil mediante símbolos, significados y expectativas sociales— que legitima discursos más duros.

La edad, insiste, es un elemento central en todo este entramado. Si en las generaciones jóvenes está más extendido el término “feminazi”, el concepto de “Charo” se dirige a mujeres que ya no cumplen el canon de belleza dominante —“uno irreal, a veces alimentado por la pornografía”—, pero que ocupan espacios de visibilidad.

Paralelismos internacionales

El informe sitúa el caso español en un contexto internacional donde proliferan etiquetas similares. En el mundo anglosajón, el nombre “Karen” se ha asentado como estereotipo de mujer blanca de clase media, percibida como molesta, autoritaria o con un fuerte sentido de derecho frente a los demás.

Los análisis sobre el mismo destacan la importancia de la estética y del comportamiento en esa codificación: el corte de pelo, el tono de voz, la forma de dirigirse al personal de servicio o a desconocidos. De manera análoga, “Charo” condensa rasgos ideológicos, sociológicos y físicos en un solo arquetipo.

En Estados Unidos, además, han surgido debates específicos sobre la asociación entre ciertas apariencias y la afinidad política. Artículos como The Politics of Blondness, From Aphrodite to Ivanka, publicado en The Cut, han interpretado el auge de la “rubia Fox News como un símbolo de la derecha blanca contemporánea.

En redes, se ha popularizado la idea de un corte o tono de cabello específicamente republicano, que algunos asocian a figuras como la actriz Sydney Sweeney —tildada de supremacista tras protagonizar un anuncio para American Eagle en el que se hacía un juego de palabras que encendió la polémica en las redes; ella misma negó las etiquetas—.

Soler conecta estas discusiones con una reflexión más amplia: “La estética tiene una relación indisoluble con la ideología. Somos seres simbólicos y esta siempre dice algo en un contexto social”. Desde su punto de vista, tanto el pelo rubio como la imagen de la “Charo” son un reflejo de cómo, en la esfera digital, las apariencias se cargan de significado político.

No se limita a la izquierda

Aunque el foco del informe está en el insulto dirigido a mujeres de perfil progresista, cabe destacar que el uso de etiquetas despectivas para simplificar al adversario político no es exclusivo de la derecha digital. El lenguaje político en redes ha normalizado otros términos que apuntan en dirección inversa.

Cayetano”, por ejemplo, se ha popularizado para referirse a hombres jóvenes de clase acomodada, asociados a barrios concretos, determinadas universidades privadas o a simpatías por el Partido Popular. Otro concepto es el de “cuñado”, que se emplea para describir a un varón que opina de todo sin ser experto en nada.

La lista no termina aquí. “Pollavieja”, según el diccionario de la Fundación BBVA, alude a un “hombre mayor y de ideas conservadoras o anticuadas”; término aún más extendido es el de “machirulo”, que la propia Real Academia Española ha estudiado incluir en su Diccionario, se ha extendido como insulto contra hombres percibidos como machistas.

En el propio ecosistema progresista también se han consolidado etiquetas como “señoro” o “pijoprogre” para caricaturizar a determinados perfiles masculinos. La frontera entre análisis político, sátira y desprecio es, en todos estos casos, difusa: muchas de estas palabras se usan tanto en clave de humor como en intercambios abiertamente hostiles.

Incluso hay quienes hablan de la antítesis de "Charo", los "Pacos" o "Manolos", también nombres con gran presencia en España. Lejos de ser anomalías aisladas, estos nombres reinventados como adjetivos para descalificar forman parte de un repertorio más amplio de lenguaje irónico o insultante, que diferentes sectores emplean para reducir al contrario a una caricatura fácilmente identificable.

En este sentido, tanto Sola como Soler insisten en el papel de la cultura del meme y de las plataformas digitales. “Estamos hablando de una atmósfera cultural”, resume el sociólogo, construida en foros y comunidades cada vez más divididas por afinidades donde el humor, el anonimato y la radicalización política conviven.

Sola, por su parte, recuerda que los adolescentes y jóvenes pasan entre cuatro y siete horas al día conectados y expuestos a contenidos que los algoritmos seleccionan por su capacidad de generar reacción. Esa lógica favorece mensajes polarizantes, emocionales y simplificados, incluidos los que usan “Charo” como etiqueta de desprecio.

Para ambas voces, la clave no está solo en el término, sino en el tipo de conversación que fomenta: respuestas rápidas, despersonalizadas, donde el interlocutor se convierte en un personaje y no en alguien con quien discutir argumentos concretos.

Un debate abierto

El análisis del Instituto de las Mujeres fija una posición clara: considera que “Charo” forma parte de un discurso misógino que limita la participación femenina en el espacio digital. Voces críticas, en cambio, creen que es un fenómeno más complejo, inserto en una cultura de la exageración propia de internet, y advierten del riesgo de sobrerregular el lenguaje en redes.

Entre ambas miradas, el término sigue circulando. Para algunas usuarias, reapropiarse de la etiqueta es una forma de restarle fuerza. Para otras, el deslizamiento de un nombre propio común al campo del insulto es un síntoma más de una conversación política cada vez más condicionada por los memes y menos por los argumentos.

Lo que sí parece claro, a la luz de las valoraciones recogidas del Instituto de las Mujeres y de los expertos, es que “Charo” hoy dice menos de las mujeres a las que se dirige que de quienes lo utilizan: de sus códigos de humor, de sus referentes estéticos y de la forma en que entienden —y simplifican— la política en la era de las redes.