Waad al-Kateab, con su hija Sama en brazos.

Waad al-Kateab, con su hija Sama en brazos. Surtsey Films

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La desgarradora historia de Waad tras dar a luz a su hija en la guerra siria que ha llegado a los Oscar

'For Sama' es un documental nominado al Oscar que recoge la lucha de las madres sirias por sobrevivir junto a sus hijos en mitad de escombros, desolación, muerte y barbarie. 

18 febrero, 2021 01:26

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"¿A qué mundo te he traído? ¿Me perdonarás algún día?" Esa es la desgarradora pregunta que Waad al-Kateab le hace a su hija recién nacida después de dar a luz en un hospital de Alepo asediado por el ejército del régimen sirio.

Los primeros llantos de la niña se mezclan con otros llantos de niños heridos por las bombas. Llantos de dolor que se apagan en la lejanía de las salas habilitadas como morgues. En el corazón del infierno, la vida y la muerte dialogan al unísono. 

Pero Sama nunca llorará como el resto de niños, recuerda su madre, una periodista siria que ha grabado y grabado el infierno que ha vivido su país desde que estalló la guerra. Ahora, gracias a la colaboración del cineasta inglés Edward Watts, se ha transformado en un documental, 'For Sama', que está nominado en la categoría de Mejor Documental a los premios Oscar.

"Este documental es una declaración de amor a mi propia hija, y también al pueblo sirio, para que nadie olvide lo que ocurre", explica Waad al-Kateab. "Si logré sobrevivir a la guerra es para mostrar evidencias de lo que sufrí y lo que sigue sufriendo otra mucha gente. Por eso, este documental nació con la intención de concienciar al primer mundo. También es una forma de oposición a toda la propaganda del régimen sirio, la cual hace creer que no es verdad los crímenes que les inculpan. Era una responsabilidad muy grande mostrar esta película al mundo".

Atacar hospitales

El hospital donde nació Sama, situado en la parte este de Alepo, fue un refugio para Waad y su familia. Un pequeño reducto de esperanzas en la inmensidad del sinsentido y la crueldad. Allí viviría junto a su marido, Hamza, uno de los médicos que, con la ayuda de un grupo de compañeros -muchos voluntarios sin apenas formación-, lograban atender a 300 heridos cada día.

En aquel lugar, la confraternización apaciguaba por momentos el horror. En los sótanos, Waad y Hamza cuidaban de su hija, alejándola del ensordecedor estruendo de los bombardeos. Decidieron llamarla Sama que significa "cielo": el cielo despejado que anhelaban. Sin estelas de aviones de combate.

"Sama se convirtió en la principal razón por la que luchar. Teníamos que protegerla. Y también teníamos que combatir para que, el día de mañana, ella y todos lo niños puedan vivir en un país libre", explica al-Kateab en una entrevista en exclusiva con MagasIN.

Una noche, un ataque aéreo comandado por la aviación rusa derrumbó los muros del hospital, acabando con la vida de 53 personas. Waad, Hamza y la pequeña Sama pudieron salvarse, pero algunos amigos y compañeros no tuvieron tanta suerte. En sus recuerdos queda Omar, un estudiante de arquitectura que hacía las labores de enfermero.

Imagen de la destrucción en Alepo que aparece en 'For Sama'.

Imagen de la destrucción en Alepo que aparece en 'For Sama'. Surtsey Films

En Siria, las despedidas se han convertido en una insoportable rutina. Hasta 2016, año en el que Alepo cayó en los dominios de Bashar al-Asad, los ataques a hospitales formaban parte de las estrategias del régimen. Entre sus objetivos estaba atacar zonas vulnerables pobladas por civiles con el fin de sembrar el terror y desmoralizar a los rebeldes.

Lejos queda ya aquel marzo de 2011, momento en el cual se desató la revolución. El arresto y torturas a un grupo de adolescentes por pintar consignas revolucionarias en las puertas de un colegio arrastró a cientos de miles de sirios a unirse a las protestas y empuñar las armas para combatir la tiranía y devolver la dignidad a un país castigado por las injusticias y la opresión de los Asad.

Eso provocó una respuesta brutal por parte del régimen. Así, Siria acabaría convertida en un paraje desolador que alberga -ahora que se cumplen diez años de conflicto- una de las guerras más cruentas de las últimas décadas. Según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, se cree que han muerto 384.000 personas, de ellas, 116.000 civiles.

Cuando estalló la guerra, Waad era una joven estudiante de Económicas en la universidad. Tras las primeras revueltas, decidió cargar con una cámara con la que mostrar al mundo las atrocidades que sucedieron. "El régimen fue negando todas las protestas pacíficas desde el minuto uno. Yo tomé la decisión de filmar para demostrar lo que estaba ocurriendo. Quería contar la realidad de nuestra historia", relata.

Waad al-Kateab, con la cámara grabando todo lo que ocurría en Siria.

Waad al-Kateab, con la cámara grabando todo lo que ocurría en Siria. Surtsey Films

Enamorarse entre escombros

De forma drástica, su vida cambió. Sin embargo, a pesar de la dificultad de sobrevivir entre charcos de sangre, ruinas y cadáveres hacinados en las calles, pudo enamorarse, casarse y luchar a diario por tener una vida normal. Para muchos sirios, el miedo quedó oculto bajo el espíritu de lucha, "el régimen quería destruirnos, por tanto, intentar ser feliz se convirtió en un acto más de disidencia", revela.

Tampoco pudieron arrebatarle el deseo de ser madre. Ella es un ejemplo más de la determinación de esas mujeres de Alepo que consiguen sacar a sus hijos adelante. "La gente piensa que en la guerra pelean dos bandos. Nadie ve las vidas y el amor que hay detrás. A quién más afecta la guerra es a las madres, a sus hijos. Somos personas que luchan por vivir una vida digna", exclama.

En Siria, las madres cuentan historias esperanzadoras a sus hijos. Historias de evasión a otros mundos más justos. En sus libretas, los niños hacen dibujos de amigos asesinados y los cuelgan en las paredes de sus habitaciones. No tienen pesadillas, las viven a diario en la cotidianeidad de la guerra. Algunos niños pierden a sus padres y se recomponen, como si ya estuviesen preparados para afrontar el duelo. Hablan de muerte con naturalidad; han destrozado su infancia.

Tampoco pueden ir a la escuela, están derrumbadas, pero los maestros hacen lo posible por levantar otras. Antes de iniciar las clases, los propios profesores queman neumáticos con el fin de disuadir a los aviones rusos, así estos piensan que ya han bombardeado ese colegio. En la actualidad, raro es el colegio que no ha quedado reducido a escombros. El autobús escolar, el que los llevaba cada día a clase, también fue bombardeado. Los alumnos lo pintan con colores llamativos, devolviéndole el color y la pintura que la metralla borró.

22.000 niños muertos

Se estima que el régimen de Damasco ha acabado con la vida de 22.000 niños en estos 10 años. Sus madres son las mayores sufridoras de la contienda. Waad nunca podrá olvidar las imágenes que presenció en el hospital: "Recuerdo un día que empecé a grabar a una madre rota de dolor. Acababa de encontrarse con el cadáver de su hijo pequeño. No podía asimilarlo, agarraba a su niño para llevárselo a casa. De repente, me miró y me preguntó si estaba grabándola. Aparté la cámara hacia abajo, casi avergonzada. Pensé que no quería que la filmara. Sin embargo, me pidió que por favor siguiera grabando porque creía que esa cámara era la ventana por la que el mundo viese lo que ocurre en Siria".

Ese hecho la colmó de fuerzas para seguir capturando la tragedia. "Estaba destruida, pero tenía una gran responsabilidad con esa mujer. Tenía que continuar grabando, no podía venirme abajo", dice.

Durante cinco años, su cámara siempre estuvo encendida, "cargaba las baterías mientras dormía para tenerlas listas en cualquier momento. Nunca sabías cuándo iba a suceder el próximo bombardeo. Había que estar preparados", añade. Así se convirtió en periodista de guerra. Sus imágenes comenzaron a dar la vuelta al mundo, exhibiéndose en distintas cadenas de televisión internacionales.

Waad al-Kateab, con la cámara grabando imágenes que se han emitido en todo el mundo.

Waad al-Kateab, con la cámara grabando imágenes que se han emitido en todo el mundo. Surtsey Films

No es sitio para criar

"Cuando veía a esas otras madres sufrir, me acordaba de Sama, y de la suerte que tenía de que estuviera conmigo. Una guerra no es sitio para criar a un hijo", asegura. Durante los años que duró el asedio, Alepo era un lugar sin apenas provisiones. La gente moría de hambre. "Un plato de lentejas con restos de insectos era lo máximo que podía comer una familia. Por no hablar de los pañales y la leche para nuestros hijos", comenta.

Según la ONU, se necesitan 4.200 millones de dólares para poder abastecer a los 13,5 millones de personas, incluidos seis millones de niños, que requieren asistencia humanitaria en el país. Una de cada tres personas no puede satisfacer sus necesidades alimentarias básicas. Además, casi el 70% de la población no tiene acceso a agua potable.

A pesar de las circunstancias, Waad y su marido renunciaron a la idea de abandonar el país. "Teníamos sentimientos encontrados. Por un lado, tuve mucho miedo, por mí, por mi hija y por Hamza. Pero por otro, aprendes a convivir con el riesgo de morir en cualquier momento. Así que decidimos que sólo nos quedaba luchar por todos aquellos que no pudieron hacerlo. Marcharse era una derrota", argumenta.

La realidad es que nadie quiere abandonar su casa por decisión propia, hacerlo significa dejar atrás toda una vida. Es el caso de Afraa y su marido Salem, grandes amigos de Waad y Hamza. "Tienen tres hijos. Aguantaron hasta el final sin sucumbir a la necesidad de escapar. Eran sus propios hijos quienes pedían quedarse ya que esas calles, ahora destruidas, seguían siendo sus calles", cuenta al-Kateab.

Otros, por el contrario, no soportan más y deciden ir en busca de una vida mejor. Incluso algunos, desesperados, deciden pasarse al lado del régimen. "Pero de poco sirve. Asad mata a todo el mundo", puntualiza.

Waad al-Kateab, con su hija Sama en brazos.

Waad al-Kateab, con su hija Sama en brazos. Surtsey Films

El adiós

En diciembre de 2016, tras cuatro años de asedio, Alepo ya agonizaba. Las fuerzas del régimen habían conquistado casi la totalidad del territorio de lo que era ya una ciudad fantasma. Con la victoria cerca, los ataques se multiplicaron en las zonas ocupadas por rebeldes. También habían comenzado a gasear a la gente con gas de cloro.

Waad y Hamza vivían en otro hospital -el único en pie de la zona este de la ciudad-, al cual tuvieron que trasladarse después de que el anterior fuese atacado. Arrinconados, sin electricidad ni comida, la pareja creyó que ese era el fin. "Las tropas de Asad estaban a la vuelta de la esquina. Hacía frío, nos calentábamos con el calor de un mortero aún caliente. No teníamos nada con lo que defendernos. Tampoco comida con la que abastecer a todos los supervivientes que allí quedamos".

Conforme el enemigo avanzaba, las esperanzas se desvanecían. "Pensábamos que no íbamos a conseguir salir de allí con vida. Pensé en Sama. Ella tenía más posibilidades de sobrevivir si no sabían que éramos sus padres. Su desgracia era que su madre es periodista y su padre, médico".

Finalmente, Hamza consiguió negociar con el frente para que no los atacaran debido a la extrema situación en la que se encontraban. A cambio, debían emprender un viaje hacia el exilio. Un viaje de resignación. "Teníamos la sensación de que el sacrificio había sido en vano. Nuestro futuro ya no nos pertenecía. Alepo había caído. Llegó el momento de despedirnos de nuestro hogar. Decir adiós era casi peor que la muerte", expresa.

Así que tuvieron que dejar atrás el hospital milagro, ese que tantas vidas salvó. También el que fuera el refugio de Sama y de otros muchos niños y personas que allí estuvieron. Todas ellas, obligadas a recoger sus escasas pertenencias y buscar nuevos horizontes. Muchos de ellos acabarían hacinados en campos de refugiados a la espera de una solicitud de asilo que nunca llegará.

Hasta la fecha, la guerra de Siria ha provocado la huida de más de 5 millones de personas fuera del país, según cifras de ACNUR. Turquía, país vecino, es el que acoge un mayor número de refugiados (3,6 millones). Además, 6 millones de personas han abandonado sus hogares para moverse a otra ciudad siria. Se trata de la mayor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial.

Sama sostiene un cartel entre las ruinas de Alepo.

Sama sostiene un cartel entre las ruinas de Alepo. Surtsey Films

En la actualidad, Waad y su familia viven refugiados en Reino Unido. Su historia es solo una de las millones de historias de desplazamiento forzado esparcidas por el mundo. Tuvieron otra hija, Taima. "Espero que ella algún día pueda ver una Siria libre", exclama.

Antes de la guerra, Alepo era una de las ciudades más bonitas del país. La ciudadela, en el centro de la urbe, solía ser un lugar animado por el cual deambulaban miles de personas. Desde la mañana hasta la noche, los cafés estaban abarrotados de gente jugando a las cartas y fumando pipas de agua. "A veces siento como si todavía estuviera allí. Mi sueño es poder regresar algún día con mi familia", comenta.

Por ahora, las fuerzas gubernamentales se declaran vencedoras frente a las milicias rebeldes, aunque todavía queda un 25% del territorio nacional que el régimen no controla. La ciudad de Idlib, al noroeste del país, es una de las pocas zonas que aún resiste. La última ofensiva de Asad ha provocado la huida de casi un millón de civiles, el mayor éxodo de población de lo que llevamos de guerra.

Hace unos meses, al-Kateab publicó una columna de opinión en el diario The New York Times titulada We are left to face death alone (Nos dejan enfrentar la muerte solos), en apoyo a los sirios desplazados de Idlib. En ese texto, escribió: "La semana pasada me reuní con funcionarios de la Cámara de Representantes y del Senado de Estados Unidos. En cada reunión, tengo solo unos minutos para explicar lo que está sucediendo en Idlib. No hacen caso a lo que les cuento. No creo que nada cambie. El pueblo sirio ha sido abandonado".

Silencio internacional

"A veces me siento culpable por haberme ido", declara. "Llegué a pensar que todo lo que hicimos no sirvió para nada, que a nadie le importa la vida de esa gente. No entiendo cómo el mundo puede estar en silencio cuando estas enormes masacres están sucediendo. Eso me sorprende. Sabemos que este régimen no se detendrá hasta aplastar totalmente al pueblo sirio. Las fuerzas de Asad cuentan con el apoyo de Rusia e Irán, ninguno de ellos tiene intención de buscar una solución pacífica. Y nadie hace nada para detenerles".

En enero de 2016, Estados Unidos y Rusia intentaron llegar a un acuerdo de paz en Ginebra, lo que se denominó "conversaciones de acercamiento", con el fin de proclamar un alto al fuego que diese pie a una negociación que llevase al país a unas nuevas elecciones democráticas.

Sin embargo, las conversaciones se suspendieron en la primera fase cuando el gobierno sirio, desoyendo las propuestas de paz, lanzó una ofensiva sobre Alepo. "Rusia y el régimen sirio tienen luz verde para seguir cometiendo crímenes. Por tanto, hago un reclamo a la comunidad internacional para que deje de consentir esta vulneración de derechos humanos", expresa.

Por todo ello, Waad cree que su sacrificio ha merecido la pena: "Si volviese atrás en el tiempo, volvería a luchar por lo que creo justo. Es la mayor herencia que les dejo a mis hijas", concluye.