Una chica con un perro.

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Mascotario

Anya (33), sobre cómo su perra le ayudó con la esquizofrenia: "Me dio el permiso, el coraje, para salvarme a mí misma"

Una joven estadounidense cuenta la historia de cómo logró recuperar su vida, conviviendo con un trastorno mental, gracias a su perra de asistencia.

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La esquizofrenia me quitó mucho: mi paz, mi confianza, mis relaciones y casi mi vida. Pero no se siente tan pesado cuando miro hacia abajo y la veo a ella; cuando somos solo yo y mi pequeña guerrera contra el mundo”, cuenta Anya (1992), una joven estadounidense, en sus redes sociales.

Anya tiene poco más de 30 años y, tras una década conviviendo con un diagnóstico de esquizofrenia, finalmente siente que ha recuperado el control. No fue un camino fácil; hubo un tiempo en que las alucinaciones eran constantes y la paranoia su única realidad.

Sin embargo, todo cambió hace seis años con la llegada de una compañera inesperada: una rough collie llamada Octavia. Esta es la historia de cómo un perro de servicio no solo se convirtió en una herramienta médica, sino en la razón para seguir viviendo.

Antes del diagnóstico

La esquizofrenia suele manifestarse al final de la adolescencia o principios de los 20 años, y para Anya, el impacto fue devastador. Antes del diagnóstico, su vida parecía prometedora.

"Pasé de ser la niña prodigio, la favorita de la familia, la criatura social… a una niña asustada. No confiaba en mí misma ni en nadie", relata Anya sobre sus primeros años con la enfermedad.

El primer brote psicótico la obligó a abandonar la universidad y ser hospitalizada durante semanas. El miedo se apoderó de su vida cotidiana: "Apenas podía salir de mi apartamento sin asustarme", confiesa.

Durante años, Anya ocultó su enfermedad por vergüenza, mientras entraba y salía de hospitales, probando terapias grupales y medicamentos. Hubo momentos de oscuridad absoluta.

La joven describe episodios donde creía que sus vecinos intentaban envenenarla, lo que la llevó a dejar de comer, o momentos en los que se lastimaba buscando supuestos "dispositivos de rastreo" en su propio brazo. Hace cuatro años, un día la encontraron parada al borde de un puente de carretera, escuchando alucinaciones que le gritaban que saltara.

El faro en la tormenta

Anya encontró un refugio inicial en el adiestramiento canino. "Estar con los perros me daba una sensación de control", explica. Fue en ese entorno donde surgió la idea de un perro de servicio. Entonces llegó Octavia.

Ella la describe no como una cura milagrosa, sino como una guía vital. "Octavia no es quien rompe la tormenta. Es mi faro. Ella no me saca del agua, pero me muestra dónde está la orilla. Me dio el permiso, el coraje, para salvarme a mí misma".

La función de la perra va más allá de la compañía; es un ancla a la realidad. Una de las luchas más difíciles de la esquizofrenia es discernir qué es real y qué no. Confía en ella porque "los perros no nos mienten".

Si Anya percibe una amenaza o una alucinación, la reacción tranquila de Octavia le confirma que es producto de su mente, permitiéndole navegar el mundo con seguridad.

Aprendiendo a sentir de nuevo

La esquizofrenia le arrebató a Anya muchas cosas, incluida la capacidad de sentir placer, un síntoma conocido como anhedonia. Durante sus 20 años, se aisló, acompañada por pastores alemanes que, aunque leales, eran protectores y neutrales ante el mundo, reforzando su soledad.

Octavia, sin embargo, trajo una energía diferente. "Mi dulce perrita ama a todos. Y lentamente, a lo largo de los años, trabajando con ella me he vuelto más sociable", cuenta. "Quiero un Collie que ame la vida. Y que me enseñe a amar también".

Gracias a su perra de servicio, Anya ha podido volver a la universidad —está a un año de obtener su licenciatura y planea ir a la escuela de posgrado—, viajar por los Estados Unidos, hacer amigos y descubrir placeres sencillos como los clubes de comedia y las catas de vino.

Detrás del chaleco de servicio

Tener un perro de servicio no es un lujo, sino una necesidad impuesta por una discapacidad grave. "Si me despertara mañana y encontraran la cura para la esquizofrenia, Octavia sería solo una mascota", asegura.

La vida con un perro de servicio implica trabajo duro: cargar equipo extra, planificar descansos para el perro y lidiar con las preguntas constantes de extraños en lugares públicos como el supermercado.

"Tengo una enfermedad mental grave que afecta cada parte de mi vida. Y sí, tengo suerte de tener a Octavia... Pero desearía que no tuviera que salvarme la vida una y otra vez", reflexiona.

Una nueva narrativa

Hoy, Anya utiliza su historia para combatir el estigma que rodea a la esquizofrenia, a menudo malinterpretada por los medios como una fuente de violencia. "Las personas con esquizofrenia tienen más probabilidades de ser victimizadas que de cometer crímenes violentos", aclara.

A través de terapia y el apoyo de su perra, ha dejado de verse a sí misma como "peligrosa" o "malvada", etiquetas que internalizó durante años debido al estigma familiar y social. "Estoy viva. No sobreviviendo".

Octavia le ha devuelto el mundo a Anya. Aunque la enfermedad sigue ahí, episódica y desafiante, la soledad ha desaparecido. "De repente estaba haciendo senderismo sola otra vez. Pero no sola, porque tenía a una amiga collie a mi lado".