Una chica con un dragón barbudo.

Una chica con un dragón barbudo.

Mascotario

Emily (31), una joven de Hawái que cambió su vida tras adoptar a un dragón barbudo: "Duerme hasta las 8 sin moverse"

Len identifica el sonido de los platos e insiste en sentarse a la mesa cada vez que hay comida, exigiendo probar lo que su dueña come.

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En el salón de su casa, cada tintineo de cubiertos anuncia el mismo espectáculo: un pequeño dragón barbudo asoma la cabeza, levanta el cuerpo con gesto decidido y corre hacia la mesa. No es casualidad.

Su dueña Emily, una joven estadounidense, lo confiesa entre risas en un vídeo de The Dodo: "descubrí que Len estaba obsesionado con la comida".

Desde aquel momento, todo lo que tenía que ver con la alimentación dejó de ser una rutina y se convirtió en un ritual compartido. Ella recuerda cómo todo empezó con un simple experimento: "se convirtió en algo en lo que simplemente empezamos a probar diferentes alimentos juntos". Lo que parecía un juego acabó reforzando una amistad insólita entre humana y reptil.

El dragón, bautizado con una personalidad arrolladora, ha desarrollado un oído finísimo. "Ha aprendido a reconocer el sonido de los platos, así que si escucha un tenedor tintinear contra un cuenco o un plato, viene directo hacia ti".

La escena se repite una y otra vez: basta un leve toque metálico para que el reptil acuda exigiendo su parte. Sin embargo, tanta pasión gastronómica tiene su ironía. Cuenta que ahora, cada vez que está comiendo su propia comida, él cree que puede comerla también.

El pequeño dragón cree que todo lo que hay en la mesa le pertenece, aunque no siempre cumpla con sus exigencias nutricionales. De hecho, no le gusta comer verduras de hoja verde, que es precisamente lo que más necesita comer.

Una personalidad eléctrica

Lejos de ser un animal pasivo, el dragón barbudo exhibe una energía casi teatral. "Es súper hiperactivo y tiene mucho carácter", resume ella mientras lo observa moverse por el salón con total libertad. Cuando no está junto a su dueña, Len escala una pequeña percha y pasa minutos, incluso horas, observando los coches desde la ventana.

Y aunque sus escamas puedan engañar, bajo esa apariencia de explorador incansable se esconde un compañero sorprendentemente tierno. La dueña lo llama cariñosamente "a snuggler".

Al caer la noche, el dragón trepa hasta su cuello y se acomoda en busca de calor. "Se sube encima y, se calienta justo ahí y se queda dormido". Duerme toda la noche, tranquilo, sin moverse hasta las ocho de la mañana siguiente.

La cámara de The Dodo capta ese equilibrio entre energía y afecto. Juntos, forman un retrato poco común: el de una amistad construida a base de sorpresa, ternura y un apetito desbordante.

En su pequeño universo doméstico, cada sonido de tenedor es más que una señal: es la promesa de otro momento compartido.