
Gatos rescatados por un trabajador de AENA en el aeropuerto de Madrid-Barajas
Los gatos olvidados de Madrid-Barajas: una historia de abandono y lucha por la dignidad animal
Helena Rubio, trabajadora de AENA, descubrió la dura realidad que se esconde en los sótanos de Barajas: cientos de gatos sobreviven en condiciones precarias.
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Helena Andrés Rubio (Madrid, 1971) es coordinadora en el área de movimiento del aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas. A bordo de su coche amarillo, se desplaza por las pistas y recorre las instalaciones para comprobar que todo funcione correctamente. Ella y sus compañeros son, en la práctica, los ojos del aeropuerto.
Fue precisamente en uno de esos trayectos rutinarios, entrando por los controles del personal, ubicados fuera de la estructura principal, cuando vio algo que le cambió la vida: entre las líneas del control, se movían unos cuerpos pequeños y silenciosos. Eran gatos.
Así descubrió la dura realidad que se esconde en los sótanos y márgenes de Barajas: cientos de gatos sobreviven en condiciones precarias, invisibles para la mayoría. En su momento llegaron a ser más de 400.
Algunos fueron abandonados por pasajeros que no pudieron pagar la tarifa para embarcarlos. Otros se escaparon durante los controles. Muchos, sencillamente, fueron soltados dentro del recinto aeroportuario.
El aeropuerto de Madrid es como una ciudad en sí misma. Con una superficie de unos 35 kilómetros cuadrados, sus terminales, pistas, hangares y zonas verdes ofrecen múltiples escondites y refugios.
"Las compañías aéreas tratan muy mal a los animales. Muchos de los que viajan se pierden en las instalaciones y se dan por desaparecidos, porque nadie los busca en realidad", denuncia Rubio en conversación con MASCOTARIO.

Gatos en el aeropuerto de Madrid-Barajas.
Coordinadora desde hace décadas, lleva más de veinte años rescatando gatos por su cuenta. Libra una batalla solitaria, y desesperada, por la dignidad animal en uno de los espacios más vigilados del país.
El inframundo de la T4
En las entrañas del aeropuerto de Madrid-Barajas, más allá de las cintas de equipaje y los mostradores de facturación, existe un mundo oculto. Hay trenes, almacenes y un túnel que pasa por debajo de la pista, que conecta con el Terminal 4.
Allí, en la planta -1, donde terminan las maletas facturadas, la luz natural no entra y el aire apenas circula. "Esa planta es un sótano inmenso lleno de ruido, calor, ventiladores y tubos. Todo lo que permite que arriba funcione el aire acondicionado o la calefacción", explica Helena Andrés Rubio.
"Yo llegué a sacar más de 40 gatos de allí. Cuando terminamos, solo quedaban cuatro". Esos gatos vivían entre tuberías, vallas de obra, coches aparcados y maquinaria industrial. "Imagínate sobrevivir ahí abajo, sin luz, sin comida regular, sin ningún control sanitario".
Rescate de los gatos en el aeropuerto Madrid-Barajas
El aeropuerto nunca se ha hecho responsable. "Según ellos, esos gatos no existen", cuenta Helena. Denunciarlo habría sido arriesgar su empleo.
Las grietas del sistema
Pero los gatos no son los únicos seres invisibles de Barajas. Más de 500 personas sin hogar sobreviven en sus instalaciones. Muchas de ellas, especialmente mujeres, presentan trastornos mentales y arrastran historias de abuso y abandono.
Una de ellas, Paula, recibió un día un gato de una pasajera que, al no poder volar con él por falta de documentación, decidió dejárselo y marcharse. "Nadie denunció el abandono, aunque muchos empleados vieron lo que pasó".
El animal pasó semanas dentro de un transportín, sin comida ni agua, al cuidado de una persona que no estaba en condiciones de hacerse cargo. Finalmente, fue rescatado gracias al aviso del personal de limpieza y de maleteros que conocían a Paula.
Historias como esta se repiten. Durante la pandemia, Patrizia Colombi, una mujer italiana que trabajaba en la embajada, perdió a su gata en el control de seguridad. La obligaron a sacarla del transportín y el animal se escapó.
La gata pasó 51 días perdida entre las cintas transportadoras. Gracias a la insistencia de Colombi, la colaboración de voluntarios y varias denuncias, lograron encontrarla.
"No hay protocolos claros para el manejo de animales en los aeropuertos. Cada compañía actúa por su cuenta, y la seguridad privada impone normas arbitrarias", cuenta Rubio.
Una historia de rescate
"Yo me metí en esto casi sin darme cuenta", recuerda Rubio al hablar de sus primeros años en el aeropuerto. Todo comenzó cuando bajaba a las zonas restringidas para alimentar a los gatos abandonados que encontraba entre hangares, pistas y edificios.
Lo hacía en su tiempo libre, con su coche, aprovechando que tenía una tarjeta especial que le permitía acceder a áreas vetadas para la mayoría del personal. "Una persona normal no puede hacer lo que yo hacía", explica.

Gato enfrente de un coche de AENA que coordina el aeropuerto de Madrid-Barajas.
Sabía que se la estaba jugando: según la normativa, no podía ni siquiera entrar en ciertas zonas si no estaba de turno. Pero lo hacía igualmente. Era de la casa, y durante años, su labor, aunque extraoficial, era respetada o, al menos, tolerada.
Hasta que dejó de serlo. "Me quisieron echar. Me abrieron un expediente, me dejaron un año fuera y me quitaron 35 días de empleo y sueldo". Aun así, no se rindió.
En cuanto los veía, los alimentaba, los castraba, organizaba colonias. Ella y algunos compañeros marcaban puntos de comida, los capturaban y los devolvían ya esterilizados.
Pero también se enfrentó a la crueldad: gatos envenenados, camadas muertas, indiferencia. Denunció incluso a través de la Guardia Civil, pero su empresa le reprochó que lo hiciera en calidad de trabajadora de AENA. "Me decían que estaba atacando a los clientes, que eran las compañías".
Una nueva normativa
Pese a todo, siguió. Aprendió a capturar, a negociar con seguridad para que le dejaran pasar, a devolver los gatos a sus puntos, ya esterilizados. Hasta que en 2016 todo cambió: Barajas pasó a estar bajo la normativa de la Agencia Europea de Seguridad Aérea (EASA).
Comenzaron las auditorías, las certificaciones, y con ellas las restricciones: "Prohibido alimentar animales. Prohibido su presencia en zona de plataforma". AENA lo justificaba con argumentos de seguridad operacional, pero Rubio insiste: "En 20 años no hemos recogido nunca un gato muerto en pista. Zorros, aves, conejos sí, pero gatos nunca".
Los gatos, explica, buscan el calor de los motores, sí, pero de los coches en los parkings, no de los aviones. "Un motor de avión se calienta a temperaturas imposibles, nadie se acercaría. Es absurdo pensar que un gato se va a meter ahí".
El verdadero riesgo para la aviación, asegura, está en las aves. "Estamos en una ruta migratoria, los impactos con pájaros sí que son peligrosos". Pero de los gatos, los que ella lleva años cuidando, organizando, protegiendo, no hay ni rastro en los informes de incidentes graves.
"Esos gatos no existen"
Con la nueva normativa, las amenazas se hicieron habituales. "Si veías un gato, tenías que hacer como que no lo veías". Con el tiempo, Rubio tuvo que dejar de darles de comer. Pero los animales seguían allí, atrapados.
"Vivieron allí abajo. Los saqué uno a uno. Los que pude. Otros murieron, otros no pude cogerlos. Pero los que están conmigo ahora vienen de ese lugar. Vienen del sótano de la T4", cuenta.
Durante años, intentaron negociar con AENA para crear un santuario de gatos dentro del aeropuerto. Sin embargo, la empresa no quiso invertir dinero ni colaborar en serio, alegando temas de seguridad aérea.

Los gatos rescatados del aeropuerto Madrid-Barajas, ahora en el refugio La Vega.
Ante el fracaso de las negociaciones, Rubio compró un terreno de 3700 m² fuera del aeropuerto, mucho más pequeño de lo que habría sido necesario. Empezó a trasladar allí a los gatos poco a poco, con ayuda de voluntarios y trabajadores concienciados.
"A pesar de que hemos reducido la colonia de gatos de unos 400 en 2017 a apenas 80 hoy, y de que controlamos y costeamos casi todo de nuestros bolsillos, siguen tratándonos como si fuéramos responsables de un problema que, en realidad, estamos ayudando a solucionar", afirma con determinación.
Un refugio sin techo
Ahora, en el santuario La Vega viven más de 122 gatos y Rubio se ocupa de ellos. Tiene algunos voluntarios, pero muy pocos. "No hay ayudas, no hay fondos. Todo tira prácticamente de mi nómina". Sobreviven con una ayuda del estado de 7000 euros al año. En 2024 se gastaron 30.000 euros.
Este año llegaron a un acuerdo con el aeropuerto: ellas capturan a los gatos que quedan, los esterilizan y los identifican con chip. "Todo esto lo paga nuestra protectora o incluso de nuestros propios bolsillos. Es la única forma en que acceden a colaborar".
Llevan más de 20 años haciendo este trabajo en el aeropuerto y nunca se lo han puesto fácil. Por eso ahora buscan cerrar, aunque sea de forma imperfecta, un acuerdo que proteja y dé estabilidad al proyecto.