La pareja malagueña que arrasa en Panamá.
“Un trozo de Málaga en Panamá”: Merche y Juan triunfan en Latinoamérica con tabernas con pescaíto y porra
Al principio el 80% de su clientela era española, hoy “no llega al 40%”. La Malagueña ya es un sitio panameño donde también van españoles; no al revés.
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Cuando la malagueña Merche Corado y su marido, Juan Antonio Tamayo, se subieron a un avión rumbo a Panamá en 2012, ni siquiera eran pareja formal. Se habían conocido aquel verano trabajando en una tabernita de Marbella, intentando "sacarse un dinerito" en un momento en el que España atravesaba tiempos difíciles.
El plan era sencillo: viajar, probar suerte unos meses y volver. Pero nunca regresaron con aquel billete de vuelta. Lo perdieron porque, sencillamente, Málaga les acabaría dando una oportunidad sin saberlo al otro lado del charco.
En Panamá encontraron trabajo enseguida, en un hotel y los dos juntos, gracias a unos currículums que allí "se valoraban muchísimo". Pero los sueldos eran bajos y, durante un año entero, no pudieron permitirse volver a España.
Aun así, había algo que les atrapaba del país: la mezcla cultural, lo bien que estaba económicamente la zona en aquellos años y un ambiente lleno de jóvenes expatriados, muchos españoles.
Pese a la presencia hispana en la zona, lo que la pareja no encontró en meses fue algo tan sencillo como una taberna andaluza, un lugar donde tomar una tapa y una cervecita sin dejarse una fortuna.
"Había restaurantes españoles, pero eran muy caros", recuerda Merche. Y cada vez que salían a comer algo, echaban de menos lo más básico: un pescaíto frito, una ensaladilla rusa, una porra antequerana hecha como en casa. Y ahí nació la idea que les cambiaría la vida: ellos la crearían.
En 2014 abrieron el primer local de La Malagueña, en el barrio de El Cangrejo. "Fue un boom", recuerda Merche. Por aquel entonces Panamá estaba lleno de jóvenes españoles, entre ellos muchos andaluces, que buscaban exactamente lo mismo: un rincón donde sentirse como en casa.
La taberna se llenaba al estilo andaluz, "bien apretujaditos", mezclando panameños, venezolanos, colombianos y españoles en un ambiente que les resultaba muy familiar.
Su proyecto fue creciendo hasta convertirse en una marca reconocida. Hoy tienen cinco locales y acaban de abrir el sexto: cinco de administración propia y una franquicia que acaban de inaugurar. "Uno fue en 2014, otro en 2016, tras la pandemia abrimos el tercero con los ahorros que nos quedaban, a final de 2024 abrimos la cuarta y este año acabamos de abrir la quinta franquicia. En breve abrimos la sexta sucursal, de administración propia", dice.
El concepto es simple y poderoso: "alegría, tapitas y cervecitas frías". La carta no pretende competir con la cocina más elaborada de otros restaurantes españoles presentes en la ciudad.
Aquí mandan las recetas de las abuelas malagueñas: fritura malagueña, croquetas, pulpito frito, porra antequerana, huevitos rellenos, albóndigas al Pedro Ximénez. "Ninguno somos chefs expertos. Cocinamos lo que hemos visto toda la vida en casa", resume Merche.
Y funciona. Tanto que, aunque al principio el 80% de su clientela era española, hoy "no llega al 40%". La Malagueña ya es un sitio panameño donde también van españoles; no al revés. "Los españoles que siguen viviendo aquí son los que echaron raíces", sostiene.
Merche habla de la decoración como si fuera un álbum familiar. En sus paredes, cuentan la historia de nuestra tierra verdiblanca imágenes antiguas de la Feria y la Semana Santa, fotos de Antonio Banderas, Pablo Alborán, Paco de Lucía o Camarón....
"Me da mucha pena que mis hijos no se estén criando allí, así que yo tenía claro que iba a traer Málaga a Panamá", confiesa. "Somos malagueños, andaluces y españoles, por lo que también tenemos guiños a otras comunidades. Mi madre me dio también un cuadro de los Sanfermines.
Para los panameños, ese ambiente es parte del encanto de las tabernas de Merche y Juan. Muchos han estudiado en España o tienen familia allí. Otros conocen Málaga por el fútbol y los panameños que han pasado por el equipo. Todos se paran a mirar las fotos. Y cuando llega un malagueño, explica Merche, "dice: Dios mío, qué alegría encontrarse esto".
El reto de marchar lejos
La pareja lleva casi quince años en Panamá. Sus hijos nacieron en Málaga porque Merche quería que fueran malagueños "de verdad". Y lo son: cada vez que pueden vuelven en verano o en Navidad, piden espetos nada más aterrizar y sueltan un "illo" sin que nadie se lo haya enseñado. Pero la nostalgia pesa.
Echan de menos pasear, las terrazas, las estaciones, la familia, los fines de semana con los primos, las sardinas, que quieren añadir a su carta, pero reconocen "que aquí llegan enormes y no saben igual". Echan de menos, en definitiva, esa vida en la calle que tanto define a Málaga. "Aquí, si vas andando, es porque vas a algún sitio. En Málaga sales simplemente a dar una vuelta".
Panamá les ha dado estabilidad, trabajo y un futuro que quizá en España no habrían tenido. "Estamos muy bien aquí y súper agradecidos", reconoce Merche. Pero la frase que más repite es que sus hijos se sientan de los dos lados porque "para nosotros, Málaga sigue siendo casa".
¿Abrir una Malagueña en Málaga?
Su madre se lo pregunta a menudo. Merche se ríe al contarlo. "Le digo: mamá, en Málaga le das una patada a una piedra y salen cinco tabernas. ¿Qué hago, abrir una 'Panameña' en Málaga?", declara riendo.
Su historia es clara: una pareja malagueña, que monta una taberna malagueña para que los malagueños fuera de Málaga puedan disfrutar de su ciudad. Aunque parece algo muy de nicho, la realidad es que la idea se ha convertido en un concepto, rentable y profundamente emocional.
Sobre volver a Málaga, después de 15 años fuera, la realidad es que siguen pensando que algún día lo harán. Quieren que sus hijos estudien en Europa y sueñan con jubilarse en la ciudad que les vio nacer. "Yo me quiero morir en Málaga", dice Merche, con la naturalidad con la que se dicen las cosas importantes.
Porque, en el fondo, La Malagueña nació de eso: de la necesidad de no perderse. De llevarse a Málaga consigo cuando la distancia se ampliaba y los sueños florecían en un lugar que no se correspondía al suyo de origen. Y mientras llega el final de su carrera, los clientes empujan la puerta de cualquiera de sus locales y leen ese cartel que reza "Bienvenidos a Málaga", Merche siente que, de algún modo, ya están volviendo poquito a poco.