En casa de Clara, la hora de acostarse siempre había sido un ritual prolongado: “última agua”, beso de buenas noches, recuerdos de la nana heredada de la abuela e incluso desfile de peluches.
Pero desde hace unos meses, la noche dejó de ser tranquila. Sus padres comenzaron a notar que, incluso dormida, Clara se removía, su respiración era a veces muy fuerte e incluso parecía dejar de respirar por unos segundos.
Al despertar, lejos de estar descansada, estaba de mal humor, con ojeras y sin ganas de desayunar. En el colegio, su profesora comentó que se distraía con facilidad y que su rendimiento había bajado mucho.
Una madrugada, su madre se despertó con un sobresalto: Clara había dejado de respirar durante varios segundos y luego emitió un fuerte ronquido. Esa noche, el miedo sustituyó a la rutina. Y esto empezó a repetirse muchas noches. La familia pidió cita con el pediatra.
La apnea obstructiva del sueño infantil afecta a entre el 2% y 4% de los niños, según la Sociedad Española de Sueño y la American Academy of Sleep Medicine. Es más común entre los 2 y 8 años y suele relacionarse con hipertrofia de amígdalas o adenoides, aunque también puede aparecer en niños con sobrepeso.
Por otro lado, la Encuesta Nacional de Salud de España (2023) señala que 1 de cada 3 escolares duerme menos horas de las recomendadas y que el 28% presenta síntomas de mala calidad del sueño.
La falta de descanso adecuado se asocia a problemas de aprendizaje, alteraciones de conducta, retraso en el crecimiento y complicaciones cardiovasculares a largo plazo.
Hay otras patologías frecuentes del sueño infantil: insomnio infantil (10–30% de prevalencia en edad escolar); parasomnias como terrores nocturnos o sonambulismo (hasta un 17% en preescolares); síndrome de piernas inquietas (2–4% en población infantil); o bien otros trastornos asociados como son los trastornos por déficit de atención e hiperactividad, los trastornos del espectro autista, el asma o las alergias, que afectan la calidad y continuidad del sueño.
En el caso de Clara, una exploración física y un estudio del sueño (polisomnografía) confirmaron la apnea obstructiva en el sueño.
El tratamiento incluyó una adenoamigdalectomía, es decir extirpación de amígdalas y adeniodes (vegetaciones). A las pocas semanas de la intervención quirúrgica, la diferencia era evidente: se despertaba con energía, tenía más apetito y en el colegio volvió a concentrarse. Las pesadillas habían terminado para toda la familia.
Las recomendaciones son:
Las horas de sueño recomendadas (OMS, AEP) son: preescolares (3–5 años): 10–13 horas diarias; escolares (6–12 años): 9–12 horas diarias; adolescentes (13–18 años): 8–10 horas diarias.
Mantener horarios regulares, incluso en fines de semana. Evitar pantallas y dispositivos electrónicos, al menos 1 hora antes de acostarse.
Crear un entorno de descanso: habitación fresca, silenciosa y oscura.
Favorecer rutinas relajantes (lectura, música suave). Observar signos de alarma: ronquidos persistentes, pausas respiratorias, despertares frecuentes, somnolencia diurna, irritabilidad o bajo rendimiento escolar.
Consultar con pediatra o especialista en sueño ante cualquier sospecha.
Por eso la moraleja de este relato es que el sueño no es un lujo, ni un premio; es un pilar invisible de la salud. Cuidarlo hoy es garantizar desde hoy, un mañana más sano, fuerte y feliz.