"Bueno, ¿y qué te está pareciendo?, ¿se parece a lo que te había contado?"…
"Es flipante Ezequiel. Una ciudad que en los años 80 tenía 40.000 habitantes, ahora es un reloj perfecto que acoge a casi 20 millones de personas. Los numerosos centros de negocios y comerciales conectados por metro y autobuses a tres escalas, metropolitana, urbana y de barrio, es perfecta.
Existe una estructura jerárquica de plazas, parques y jardines que hacen que la vegetación sea una constante en la ciudad. La mayoría de los coches son eléctricos, así que se escuchan los pajaritos.
Tengo una sensación contradictoria, porque estoy rodeada de rascacielos gigantescos, pero mi percepción a ras de suelo es menos agresiva que algunas ciudades occidentales por las que he paseado.
Todo funciona con aplicaciones integradas de pago por móvil. Las calles están impolutas, en las plazas veo gente mayor bailando o haciendo tai-chi, y en los parques de las áreas residenciales encuentro niños jugando y montando en bici.
Si quieres un café, lo puedes pedir por una aplicación y te lo trae un dron. Me siento como una provinciana en una ciudad del futuro"…
"Pues escribe un artículo con ese nombre"…
Hace poco he vuelto de un viaje de casi dos semanas a Shenzhen, un auténtico laboratorio urbano. Cuando me preguntan por mi viaje a China, siempre digo que no he estado en China, sino en Shenzhen, porque soy consciente de que son dos realidades diferentes.
Le pregunté con malicia a uno de los arquitectos más relevantes de la ciudad, cómo era el interior de China, y me contestó, "no confundas el problema del desequilibrio territorial con el problema de un país. Tampoco en España funciona igual Madrid que un pueblo del interior".
Lo cierto es que, si nuestras ciudades son la punta de lanza de lo que queremos llegar a ser como país, China ha puesto el listón muy alto, pues está experimentando la viabilidad del equilibrio entre diseño urbano, transporte público de calidad, integración ambiental, ecosistema tecnológico, empresarial y social.
Sin embargo, un ciudadano chino que decida mudarse a Shenzhen para tener mejores oportunidades laborales, no puede hacerlo. Tienen limitado el acceso a la ciudad si no cuenta con un contrato laboral.
No será lo mismo para los hijos de quienes ya viven allí, que actualmente son jóvenes mayoritariamente, venidos de otras partes de China, con talento y con muchas ganas de comerse el mundo. Esto genera una gran diferencia entre ciudadanos de Shenzhen y los que no lo son. El desequilibrio es fundamentalmente territorial….también aquí.
La ciudad es totalmente segura. Puedes olvidar el último grito en tecnología móvil en la calle, y cuando vuelvas dos días después aún estará allí. La seguridad es increíble. Ves niños solos jugando en los parques, sin padres vigilantes obsesionados por que los vayan a raptar. Sin embargo, la ciudad está llena de cámaras con análisis biométrico.
Vuelo de vuelta a España
El día que volé de vuelta a España, una azafata muy amable me preguntó si era mi cumpleaños y me invitó a mirar en el interior del bolsillo de mi asiento. Había una tarjeta de felicitación que me emocionó.
Más tarde, mi amigo Diego me escribió por whatsapp: "¿sabes que eso estaría prohibido en Europa por la ley de protección de datos? Una cosa es que las compañías aéreas tengan tus datos y otra que puedan usarlos con otros fines". Mi emoción se tornó en contradicción…como todo mi viaje.
Mi cicerone en Shenzhen me dijo "no te voy a llevar a ningún sitio a hacer turismo, porque quiero que conozcas la ciudad y a sus protagonistas. Pero te llevaré a Hong Kong, que está a 15 minutos en tren, para que veas la diferencia".
Al llegar lo que más me llamó la atención fue el ruido y la suciedad. Los coches eran de combustión, no había árboles, encontrabas gentes de todos los colores, personas sin hogar en las calles, y mareas de altos ejecutivos y oficinistas con tres carreras y cinco idiomas, moviéndose por las calles peatonales a doble altura que atravesaban los rascacielos y cruzaban las calles rodadas a cota cero.
Peregriné al Hong Kong & Shanghai Bank de Foster…¡qué bien ha envejecido! Gran arquitectura, gran arquitecto donde los haya. No hay duda. De vuelta a Shenzhen caigo en la cuenta de que hay menos personas en las calles que en Hong Kong….¿tanta perfección provoca menos intercambio humano?
En mi visita a una fábrica de prefabricados observo que las mujeres trabajan igual que los hombres. Esto es así en todos los ámbitos que he observado. Sin embargo, en las cenas formales, son ellas las que se ocupan de servir el té o el alcohol, una cuestión relevante en una sociedad en la que las comidas de negocios son una ceremonia.
¡Can Bei!….por supuesto con alcohol. Aunque a las mujeres se nos permite brindar con té, si quería dejar clara mi posición, debía demostrar mi capacidad para aguantar lo que me echaran.
Hice caso a la recomendación de mi cicerone: "se trata de comer al ritmo de los brindis, así nunca tienes el estómago vacío". Por cierto, nunca pensé que me gustaría el wiski, solo y sin hielo, para acompañar una cena de comida cantonesa, pero claro, si es un buen wiski nipón todo cambia.
En la exposición de la feria de drones, me encontré a uno de los españoles que conocí en la cena de inauguración la noche anterior. Con los brazos en alto me gritó: "Susana, ¿no lo ves? ¡El mundo es de ellos, de los nómadas! Hoy están aquí y mañana estarán en otro sitio. Ellos mueven el mundo. Pero Shenzhen….¡Shenzhen es inevitable!"
Cuando salí de la sala tras mi ponencia, me encontré con un agregado militar que posiblemente, y hasta probablemente, sea el próximo presidente de un país africano. "Mi país sigue ocupado por los franceses. ¿De dónde crees que saca Francia su poder económico? Simplemente sigue siendo colonialista. Sin embargo, los chinos vienen a mi país, se llevan los recursos igual que lo hacen los franceses, pero no se meten en nuestra política doméstica, no nos juzgan con superioridad, y nos hacen carreteras, hospitales y puertos. Sabemos que lo hacen porque con eso ganan posiciones estratégicas, pero nosotros también ganamos porque no tenemos capacidad para hacer esas infraestructuras. Con los chinos podemos hablar, porque ellos entienden como nosotros, que lo primero es eliminar el hambre de la población. Después, cuando tengan el estómago lleno, hablaremos de democracia. Sin estómagos llenos no hay democracia”.
Le pregunté. "Y ¿por qué en tu país, como en otros países africanos, hay tanta violencia? ¿Por qué después de tantos años de independencia no habéis avanzado significativamente?".
Me respondió: "La religión. Las múltiples religiones cristianas que han llegado a mi país le dicen a la gente que todo se resuelve rezando, y por eso los hombres no quieren trabajar. Los funcionarios no trabajan, y los empleados se ponen a comer, o a hablar, o a beber. Eso embrutece a la población".
Tengo mis dudas sobre el poder de la religión en el funcionamiento de un país, pero esta respuesta me ha hecho estar al acecho de mis propias convicciones. Tal vez esta cuestión sea más relevante de lo que pienso.
Como la cabra tira al monte, aproveché para darle una lista de recomendaciones en caso de que llegase a ser presidente de su país: "Las mujeres tienen más perspectiva, porque cuentan con plazos más largos, los de su descendencia. Haz que haya mujeres ministras en tu gobierno. Además de una fuerza laboral dispuesta a demostrar su valía, tendrás referentes para las niñas, que verán que si se esfuerzan podrán ser ministras de su país y trabajar para que el futuro sea mejor para ellas y para sus hijos".
Era un hombre mayor de casi dos metros de altura, con la mirada dura, de la que prefería no imaginar lo que había visto o hecho. Sin embargo, cuando le hablaba de la importancia de las mujeres en el cambio de su país, agachándose un poco hacia mí, dijo: "Yo tengo un sueño, y sé que las mujeres son parte de él. Por eso hace años creé una fundación para que las niñas de mi región, que es de las más pobres de mi país, puedan estudiar."
Cena de clausura
La cena de gala de la clausura del congreso se celebró en la terraza de un rascacielos. Mientras observaba la imponente ciudad y sus rascacielos iluminados, me entretuve durante un buen rato en identificar las rutas de los drones que surcaban el cielo para entregar sus pedidos. Identifiqué tres en el ángulo de mi mirada.
Estaba tan ensimismada, que me llevé un buen susto cuando el organizador del evento vino a saludarme. Después de felicitarle por la asociación que dirigía, le pregunté por su historia.
Resultó ser el hijo del fundador de la misma, pero como en China puedes cambiar el nombre, pocas personas eran consciente de este vínculo. Tenía algo más de 40 años y me dijo que él quería ganarse el respeto profesional sin que lo vinculasen a su padre.
Me habló de que eso era habitual en la gente de su generación, pero que los más jóvenes estaban acostumbrándose a vivir bien y no se esforzaban tanto. Como muchos shenzhenitas, era un hombre culto, formado en las mejores universidades chinas y extranjeras, de las que volvían para aportar a su país el conocimiento aprendido. Me preguntó por mi opinión sobre China, ya que era mi primer viaje allí. Le dije que más que una opinión, podía trasladarle una intuición.
Occidente ha crecido sobre la base de una premisa, la idea de la dualidad. Hay un principio y un fin, y por tanto, una idea de progreso lineal. Está el bien, y está el mal. Están los que están conmigo y los que están contra mí.
Sin embargo, tengo la sensación de que el mundo oriental, y China en particular, han forjado su historia sobre la base de una idea de circularidad, en la que se dan más condiciones para llegar a acuerdos, a puntos de encuentro, quizá en la tercera vuelta.
La historia la cuentan los vencedores a través de los libros de texto. Y por eso creemos que China es solo la parte de la historia que desde el siglo XIX no ha hecho más que experimentar la decadencia a causa de su imposibilidad para modernizar su modelo imperial.
Sin embargo, la historia de China es milenaria y muy sofisticada. Para cuando Platón estaba escribiendo La República, ya se habían hecho grandes avances en mecánica, hidráulica, matemáticas aplicadas, relojería, astronomía, agricultura y náutica. Se había inventado la pólvora, la imprenta, la brújula, el ábaco, el sismógrafo, el paraguas o el cepillo de dientes.
Los chinos no son un pueblo agresivo, y desde luego no son un país comunista. Mi hipótesis es que China es una cultura colectivista, que frente al modelo individualista occidental, y ante la división del mundo en dos bloques, encontró en el comunismo una forma más afín a su cultura.
Una cultura que, para desviar los ríos, tuvo que crear una cosmovisión basada en la idea de un futuro colectivo. De ahí su énfasis en el respeto a quienes antes que ellos, trabajaron por las generaciones presentes.
El río Yangtsé no se desvía en una generación. Para que sus aguas regasen los campos de arroz y permitiesen prosperar a sus trabajadores, fue necesaria una organización totalitaria y altamente burocratizada, con una idea de futuro común que el confucionismo supo explicitar.
Para cultivar huertas mediterráneas o campos de coles en la Europa continental, hace falta autoconciencia de sí mismo y espíritu emprendedor, pero no son necesarias grandes inversiones colectivas que impliquen generaciones trabajando en pos de algo que no verán.
Los chinos piensan en plazos de 20 años y están acostumbrados a recibir órdenes que cumplen muy bien. Eso les da una ventaja competitiva. Si la orden es “seamos el país más fuerte del mundo” lo serán.
Hace décadas la orden fue "seamos el país más avanzado tecnológicamente", y sin duda lo son. Para eso hay que pensar a largo plazo, crear un sistema educativo que promueva la excelencia, invertir en investigación en las universidades, y favorecer el emprendimiento y a las empresas tractoras.
En mi última reunión con un empresario chino, éste me dijo: "Se abre una ventana de colaboración con España, porque después de un año, Trump va a poner en valor sus bases americanas en Europa, y al final tendréis que elegir y dar la espalda a China. El partido sabe que China no está preparada para liderar el mundo, y dará un paso atrás durante los próximos 20 años. No importa, solo se trata de dejar que EEUU continúe su proceso de declive. Cuando China esté preparada, liderará con su forma de liderar: haciendo negocios".
Entre conferencias, cenas y brindis de Baijiu con ingenieros y empresarios de todos los países del mundo, me di cuenta de que China tiene que resolver la relación con su universo asiático.
Camboya, Malasia, Filipinas, India, Corea, Vietnam… Una constelación de países que desconfían unos de otros, pero que saben que están obligados a entenderse y hacerse fuertes. Los próximos 20 años deberán enfocarse en esa labor.
Muestra de que ya han empezado, son las relaciones comerciales, los acuerdos académicos, los intercambios de estudiantes. La movilidad entre países es la base para una idea de futuro común.
Pensemos en nosotros mismos. Los que peinamos canas recordamos que hasta los 90 tan solo éramos España. Nos convertimos en Europa a base de intercambios erasmus, interrail, y la posibilidad de ir a dormir al sofá de un compañero de fiestas universitarias, cuando uno encontraba el primer trabajo en Alemania y no sabía dónde aterrizar.
Al llegar a España, mucha gente me decía que no debía perder el norte. China es un país sin libertades donde a los disidentes se les encarcela. Y es cierto. Sin embargo, no tengo claro qué significa la democracia tras la caída del muro de Berlín.
Con la desaparición de una alternativa al capitalismo, éste ha dejado de estar vinculado a la democracia, como ha demostrado China. Pero la pregunta que me hago es, si la democracia se ha desvinculado del capitalismo.
Que el presidente de China sea elegido en el seno de un partido único por los delegados de la Asamblea Popular Nacional, que son elegidos por los representantes de las asambleas provinciales, que a su vez son elegidos por los ciudadanos mayores de 18 años que votan por las asambleas populares y locales de sus ciudades y aldeas, no es democracia.
Pero me pregunto si podemos seguir llamando democracia al "procedimiento" por el que vamos a votar cada cuatro años en un sistema en el que los lobbies y los intereses internacionales tienen más capacidad de decisión que nuestro voto. ¿Estaremos manejando las categorías de pensamiento adecuadas?
El otro día escuché en la radio una entrevista a la escritora Rebeca Solnit hablando sobre la ceguera que supone seguir pensando en coordenadas de derecha o izquierda. Esa categoría tenía sentido cuando había un bloque capitalista y otro comunista.
Hoy en día deberíamos adaptar nuestro lenguaje y hablar de lo que es propio del tiempo histórico que nos ha tocado vivir, en el que la gran diferencia está entre quienes buscan la integración y quienes defienden la segregación.
Según Solnit, el modelo de segregación es el que defienden los grandes magnates de Silicon Valley, que cuentan con grandes búnkeres en caso de hecatombe, o que aspiran a salir del planeta en naves espaciales para colonizar un nuevo paraíso.
El modelo integrativo es el que defienden quienes entienden que la salvación tiene que ser necesariamente para todos, y que el planeta es la base de nuestra supervivencia. Y eso no tiene que ver ni con la derecha, ni con la izquierda, ni con todo lo contrario.
Una de las conversaciones más interesantes fue la que mantuve una noche en un restaurante callejero, fuera de las cenas formales, con un conjunto de ingenieros asiáticos no chinos, donde los únicos europeos éramos un joven y brillante ingeniero y empresario italiano, y yo.
Un ingeniero iraní hablaba en un perfecto inglés sobre su trabajo en ciberseguridad de vehículos y desarrollo de sistemas de detección de intrusiones para plataformas de automoción. Como yo no lo entendía porque tenía un acento que no terminaba de captar, acabó recitando poemas de Rumi en farsi.
Eso sí que lo entendí, aunque no comprendiese ni una palabra de persa. Si dejamos en manos de la Inteligencia Artificial tareas que antes nos ocupaban horas de trabajo, creo que deberíamos emplear el tiempo que resta en escuchar la voz de la humanidad.
Si no han leído el artículo de Ezequiel Navarro, El tren de la historia, léanlo ya. Es imprescindible, como todos sus artículos. Pero este más. Yo continuaré navegando en la contradicción que me acompaña, y haciéndome preguntas sin respuesta, para no variar.