Esa temida frase que nunca quieres escuchar de tu jefe, de tu pareja o de tu médico… El día que cualquiera de esas tres personas diga “tenemos que hablar”, échate a temblar: algo no va bien o algo va a cambiar.
El caso es que yo vengo a decirles esa misma frase, pero con sentido literal y punto: TENEMOS QUE HABLAR. La conversación se está perdiendo. La sobremesa con calma, la tertulia entre amigos, las largas charlas telefónicas poniéndote al día… Esa evolución en la que vivimos, tan maravillosa y en ocasiones tan terrible, nos ha hecho cambiar la forma de comunicarnos.
Hace muchos años, en la primera agencia en la que trabajé en Madrid, teníamos una mesa larguísima en una de las salas, donde todos coincidíamos a la hora de comer. Poníamos el telediario e íbamos comentando las noticias del día. Nos contábamos recetas, hablábamos de los planes para el finde… Cada uno era de su padre y de su madre, perfiles muy distintos, pero la conversación fluía fácilmente y lo recuerdo con especial cariño.
Hoy, cuando comemos en la oficina, lo hacemos delante del ordenador. No paramos. No charlamos.
Mi madre tiene guardada una nota del cole de cuando yo tenía seis o siete años. La seño escribió lo siguiente: “No para en clase, es una charlatana buena. La tengo en primera fila y llamándole la atención constantemente”. No lo puedo evitar, siempre me ha gustado charlar. No soy de las que habla por los codos, pero debatir, compartir una buena conversación o incluso discutir un tema me parece enriquecedor, terapéutico y saludable.
Recuerdo las declaraciones de la escritora, activista y supermodelo Waris Dirie, quien con 5 años sufrió mutilación genital. En una entrevista, durante la promoción de su libro, en el que contaba por todo lo que había pasado, dijo: “Lo que no se cuenta y es doloroso, se te pudre dentro”. Y con eso me reafirmo en la bondad de la charla.
Llevándolo a un plano más terrenal —y menos poético—, como dice mi amiga Rocío cuando hace tiempo que no nos vemos y me nota preocupada: “Escupe, Guadalupe, a ti te pasa algo”.
Y es que hay que hablar. Mi suegra repite mucho una frase: “Haz lo que haces” que supongo que viene a ser el mindfulness de su época: poner atención y hacer las cosas con conciencia. Hoy se puede aplicar a casi todo —poco se habla de ver una película sin dejar de mirar el móvil—, y para una buena sobremesa entre amigos, con compañeros de trabajo, en los postres, con un café o una copa, es fundamental dejar el teléfono en el bolsillo. No se conversa igual mientras miras los resultados del fútbol o chequeas qué hace el resto del mundo en Instagram.
Así que, desde mi humilde columna, lanzo un grito a favor del debate, de contar historias en familia, de recordar anécdotas, de analizar situaciones, reír, desahogarse o, simplemente —como canta Viva Suecia—: “hablar de nada”, pero hablar.