Esta columna se empezó a escribir hace un par de semanas. Hasta en tres ocasiones varios fallos, no sé si de mi memoria o de la del ordenador, no permitieron completarla. Es como si un malware se hubiese instalado y cada vez que alcanzaba un determinado punto acababa por perderse la información. El pasado jueves, cuando ya estaba a punto de enviarla, se perdió en el infinito digital de forma irrecuperable. Son esos misterios del ciberespacio por el que transitamos con tan básicas herramientas como un teclado, un ratón y una pantalla.
La dendrita cerebral, en la desesperación, construyó su propia teoría de la conspiración, ya que, como verán a continuación, aludía a nombres tan taimados como Trump, Musk o Putin, pero también, por oposición a esa otra gente buena, en el buen sentido de la palabra, como Pepe Múgica o Jorge Begoglio. Incluso pensé que fueran las fuerzas del bien las que me impedían hablar de ellos en un momento tan delicado de sus vidas. Toco madera, cruzo los dedos, evito pasar por debajo de una escalera y de tropezarme con un gato negro, a ver si ahora la suerte me acompaña y puedo ofrecerles mi columna. Ahí va.
El octavo número, que marca esa década prodigiosa de los ochenta, ha sido desde la más remota antigüedad símbolo del eterno movimiento, de la base de regeneración y, cuando se tiende, de infinitud. Pero también el ocho, al igual que el caduceo, representa el equilibrio entre fuerzas antagónicas. Alcanzar la octava década de vida es privilegio que cada vez más algunos logran. La esperanza de vida se extiende gracias a los avances biomédicos.
Por momentos, son más las personas que, después del decisivo y arriesgado viaje a través del río de la vida, traspasan ese Rubicón. Cuando el cuerpo ya cansado te invita a reposar y contemplar el bullicio de las aguas turbulentas, como en el Siddhartha de Herman Hesse, es cuando se reconoce todo lo que ese fluir nos enseñó a escuchar, a atender con el corazón tranquilo, con el alma serena y abierta, sin pasión, sin deseo, sin prejuicio ni opinión sesgada. Y así es como se alcanza una sabiduría que, aunque comunicable, no es trasmisible.
Cuanto reconforta oír, entre pausadas palabras, las observaciones para el futuro que nos trasmite la experiencia del uruguayo Múgica. Bien pontifical son los mensajes del pórtense del barrio de las flores. Su excelsa encíclica Laudato si’ es un magnífico manual para gobernantes que, en verdad, se presten a construir un mundo mejor. Muy acertada fue su elección de encomendarse a aquel Francisco de Asís, pensador prematuro de unos objetivos para el desarrollo sostenible, que siete siglos después valoramos como una vanguardia de nuestra civilización. El pensamiento de Pepe y Francisco se perpetuarán gracias a la preclaridad de octogenarios.
Pero como afirma la simbólica del ocho, este guarismo también muestra el antagonismo. Frente a aquellos hombres buenos, pronto tomarán el relevo de ese sublime nivel de edad, otros que no parece que su sabiduría se destine al bien común. A Donaldo, por ejemplo, le han regalado sus tramposos amigos, Elon, Mark, Jeff y su vástago Barron, una caja de Pandora. La insoportable inquietud le ha llevado a destaparla y ha empezado a verter sobre la faz de La Tierra todos los males de la humanidad. Desde sus cabalgaduras apocalíticas, lo que no sabían es que en el fondo de la maléfica caja se esconde la esperanza, una virtud que puede convertirse en la daga imperial que blandió Brutus.