Primero, tú; después, tú, y, por último: también tú. ¡Es el gran consejo! La recomendación de quienes saben priorizar lo importante en esta efímera existencia contemporánea. Es normal que, cuando te lo espetan -así de frente, a la cara- tras haber enunciado quizá alguno de tus problemas laborales cotidianos, ante tanta sabiduría condensada te quedes noqueado o noqueada. ¡A ver quién es capaz de rebatirlo! Es habitual -a mí me pasa- observar con ternura al interlocutor, agachar la mirada, sonreír y contestar: claro que sí, tienes razón, no me priorizo.

La prioridad eres tú: de esta premisa parte el silogismo, que va más allá. No sólo eres tú. Es que no hay prioridades porque no hay nada más que tú en la enumeración que expongo y analizo. Lo único que importa eres tú. El listado empieza y acaba en ti.

Hay un ínfimo detalle que se me antoja olvidado en esta ecuación-himno de nuestros tiempos. ¡Vivimos en un universo que es compartido! Vamos, que el mundo no eres tú: somos el conjunto de habitantes de este planeta llamado Tierra -me da igual si crees que es plana o esférica para la cuestión que nos atañe-. Porque no puedes negar que solo no estás, aunque a veces así te sientas. Es, además, irrebatible que si no hubiera sido por los demás (empezando por tus progenitores) ni siquiera hubieras aterrizado por estos lares.

El sol ya estaba cuando naciste y no giraba en torno a ti. Había edificios. También tiendas donde tus padres compraban el pan que comiste para crecer (ya sabemos que lo has cambiado por semillas de chía, me parece bien). Había carreteras y puentes, mejor o peor construidas, al menos, en las civilizaciones más privilegiadas económicamente. Había fuentes, árboles en las calles… ¡ah, sí!… y ¡hasta un puñado de derechos adquiridos heredaste! Sólo que ahora puede que se te estén olvidando las obligaciones.

El “siempre tú” no vale para hacer mundo, para construir humanidad. Por más empeño extendido en ponerlo de moda o por más que los límites de tu propio mundo se circunscriban al teléfono móvil e inteligente que llevas en el bolsillo. Somos -también tú- antropológica, biológica y hasta históricamente, seres sociales. Somos colectivo. No sobrevivimos sino es en comunidad, en asociación, en tribu. Incluso, para que no nos vayamos a la mierda, a la que también nos iremos juntos gracias a tu egocéntrica aportación: ¡tienes que hacer tu parte! Y esto implica que, entre tus prioridades, debe haber algo más en tu enumeración que tu bendito ombligo.

Tenemos, como seres humanos que aún no hemos derivado en humanoides, el deber moral de hacer nuestra parte. La que quiera que sea que nos corresponda. Al ritmo que te consideres con capacidad para hacerla. Con quienes decidas acompañarla o acompañarte. Eligiendo las causas que elijas o te resuenen. ¡Fluye lo que quieras! Pero haz tu parte. Tu puñetera parte. Porque para que tú fluyas y vueles hay otras personas haciendo su parte y la tuya.

Cuídate para cuidar. Ámate para amar. Pero no te dejes cegar por tu aro de luz led y no olvides que el tú, priorizado, también conlleva tu parte.