Siempre he desconfiado de las personas que miden su (son)risa, su amplitud de onda, su frecuencia y apertura. Que la disimulan o exageran según el poder de la persona que tengan delante. Ante la reacción del otro, ante lo inesperado de lo cotidiano, ante lo que son incapaces de comprender por puro desprecio al verbo. Gente que especula con ella utilizando un filtro como mejor aliado, que la pone al servicio de una seducción que es de todo salvo seducción. Pura coartada para poder pasar el invierno de sus días.

A la risa hay que mirarla de frente, dejarla enajenada e indómita recorrer las calles como si fuera un amante napolitano perdido en sus propias ensoñaciones; hay que observarla de cerca, casi olerla, trazando conquistas absurdas, entablando conversaciones que son enigma y refugio, que atesoran el fuego de Prometeo. Hay que levantar el vuelo con ella cuando emprenda recorridos por autopistas que no acaban en lugar alguno salvo en uno mismo. Hay que morirse de risa varias veces al día para no olvidar en qué consiste esto tan complejo que llamamos estar vivos. Y, sobre todo, hay que enamorarse de una risa.

Tampoco cedo terreno a quien deforma la risa del otro para buscar el menosprecio, el señalamiento en la plaza pública de nuestros complejos. Reírse del otro es la vía más rápida para convertirnos en sombra sin figura, en un fantasma que deambula por una casa que no es la suya esperando que le suceda aquello que no le sucedió en vida. Reírse del otro para hacerlo menos es una mano tendida a la mezquindad y a la cobardía low cost. Te convierte en soldado de ese ejército que avanza implacable hacia la ceguera de lo humano, allí donde el conocimiento muere, donde la solidaridad no fue nombrada. Se puede comprender la desesperación, pero nunca la frivolidad de quien es consciente del daño que infiere. Desde el misil que cae sobre el cuerpo del más débil, hasta los insultos de patio de colegio en sede parlamentaria.

Toda revolución pendiente debería empezar en la risa. Ante los ceños fruncidos de los señores que quieren hacer de este mundo único su único mundo. Ante quienes suprimen derechos humanos y libertades. Ante quienes eliminan ministerios y vuelven raquítica la dimensión pública de lo que se hace entre todos, ese ecosistema que garantiza valores democráticos. Ante quienes abusan y provocan hambruna. Ante quienes nos quieren en un espacio pequeño, atrincherados tras nuestras pantallas, sumisos y serviles. Solos, profundamente solos. A ellos, a todos, la risa. Una risa que se alce desde lo que representa y guarda por ser risa. La risa es infancia, amor profundo, amistad sin sueño, sexo de piel que se enciende. La risa se desprende cuando la curiosidad aflora, cuando el conocimiento te agarra el estómago y ya sólo quieres leer en tu vida a ese escritor. La risa anuncia memorias que serán por siempre parte de aquello que nos hizo felices, conscientes de los errores y aciertos, alejados de inercias y fangos varios. La risa es esa mano en la barbilla que te pide mirar hacia arriba. La risa es en el otro y cuando estás con otro y esto, ferozmente esto, ya es suficiente.