Son malos tiempos para las personas. Sólo hay que parar y observar al otro, en lo cotidiano, para comprobarlo. Siquiera hay que ser especialmente generoso en la convivencia para reparar en ello. Sólo hay que parar y observar a las personas que desfilan por la cola de los supermercados, que caminan por aceras inmundas pensadas para todo salvo para el transitar –dónde los árboles-. Que esperan, agotadas, a sus hijos e hijas a la salida del colegio. Personas que hacen lo que pueden con la que está cayendo.

Y eso que todavía el calor, y su crueldad, no nos ha alcanzado. Son malos tiempos para las personas que intentan salir del corral en el que nos han metido con la excusa de la cuarta revolución industrial. Cada vez que alguien escribe cuarta revolución industrial, una conquista social languidece. O un autónomo muere, elegid vuestra propia aventura.

También, ese corral, en ocasiones, es un corral elegido. No nos engañemos, se vive muy cómodo en la servidumbre. Nadie te señala cuando eres tú el que señalas a otros por tu falta de suelo moral. Elegid el abismo en el que estéis más cómodos para poder dormir por las noches o para no tener que levantar la vista más allá de la pantalla doméstica, vaya a ser que la mirada, siempre en busca de mejores escenarios, curiosa en su definición, se deje (re) posar en una superficie especular que nos obligue a saludar al ser humano que realmente somos.

Pero no quiero alentar al desánimo. Todo lo contrario. Tampoco he venido para eso. No está en mi modo de mirar hacia el ahora. En cierto modo, estas palabras quieren empujaros al pensar, a formar parte de la conversación pública. Y si consideráis que no existe, inventadla. Creadla. Sed mejores para vosotros mismos y en vosotros mismos. Esa es nuestra fortaleza: la capacidad para crear.

Hace unos días, le decía a un amigo que debíamos pelear y decir y aullar más esa palabra: conversar. Nos reíamos como dos críos alborotados que descubren, por vez primera, el fuego del juego. Pero os decía que no quería desanimaros. Los más avispados seguro que ya os habéis dado cuenta de que el título de este texto se acerca, y bastante, a los versos siguientes de Antonio Gala: "Quizá el amor es simplemente esto: entregar una mano a otras dos manos". Menudo desafío nos propone. Tampoco iba a ser de otra manera. Cada pensamiento suyo fue un desafío para los propios márgenes del tiempo, para los dioses que temblaban ante su lenguaje poderoso. Un desafío para la propia edad del cielo como diría Jorge Drexler. Entregar, confiar. Ser leal y estar. Pase lo que pase. Ser leal y estar y pensar. Pase lo que pase.

Una observa este tiempo de amores líquidos, relaciones abiertas, multiversales, poliamorosas, tinderianas, de seres invertebrados que sólo se reconocen en la infidelidad, en las soledades que aparcamos allí donde no podamos verlas y piensa que ese pequeño gesto, el de una mano que se da a otras dos manos, encierra una revolución: no renunciar a ser en los demás. Y si lo dejó escrito Antonio Gala, que supo mucho y muy bien de seducción, de pasión amorosa y de una intimidad que disfrutó hasta tocar hueso, quienes somos los demás para llevarle la contraria. Porque en ese pequeño gesto, donde nace y espera una revolución, seguramente también tenemos una conversación pendiente.