El pasado martes 28 el alcalde Málaga, Francisco de la Torre, defendía la candidatura de la ciudad a la Expo 2027 como ciudad sostenible. Planteaba que la candidatura sea útil, no sólo para la ciudad, sino para el planeta. Que la urbe sea una solución y no un problema contra los retos de sostenibilidad ambiental, social y económica. Además, reconoció que esos retos “no se van a resolver sólo en la Expo y habrá que seguir trabajando, pero la post-expo está pensada en ser útil después” y así cierre el redondel. Que todo lo que se cree para la Expo entre en la economía circular para seguir produciendo; la idea es bonita y consuela, pero es una utopía.

La lucha para evitar los efectos de la crisis climática en la que ya estamos está llena de palabrería y fanfarria: Net-zero, carbono neutral, energía limpia, residuo cero… Y no es que falte buena voluntad sino que obvia la raíz del problema, el consumo de recursos como si fuera infinitos.

La idea de la economía circular es encomiable: Diseño del producto, creación, uso, desecho, recogida, recuperación y captación de la materia prima y vuelta a empezar. La clave está cuando el objeto llega al fin de su primera vida útil. Es decir, la recogida, el reciclado y la captación de materia prima. Ahí el castillo de naipes se desmorona. En la economía real hay que seguir introduciendo nueva materia para que la rueda siga funcionando, retorciendo la circunferencia hasta hacerla espiral.

En cualquier caso, la tendencia general de las empresas se dirige hacia esas prácticas. El presidente del Club de la Excelencia en Sostenibilidad, Juan Alfaro, me decía el otro día que la clave es evitar que los materiales lleguen al vertedero. Y que los empresarios vean beneficios económicos en cada acto hacía la circularidad, y cada movimiento importa.

Extender el uso de las herramientas, arreglar, remendar y reparar las veces que sean necesarias. Ya hay iniciativas legislativas por el derecho a arreglar. Pongamos por ejemplo una chaqueta vaquera: Primero las coderas, luego le cortas las mangas y haces un chaleco, luego la vas recortando para hacer piezas de trapos, hasta que finalmente la llevas a una organización benéfica donde en última instancia aprovecharán el material para hacer fregonas y hasta material aislante para la construcción. Aunque el textil tal vez no es el mejor ejemplo. En cada uno de los pasos hay dos que le sacan beneficio: El que obtiene materia prima y el que se deshace del residuo.

Hay sectores en los que la circunferencia perfecta es casi perfecta, por ejemplo el sector alimenticio. La comida se puede compostar y usar como fertilizante, hacer pienso para animales o convertir en biocombustibles para que vuelva a entrar en el ciclo de nutrientes. Pero eso será cuando los restos de comida se vean como un subproducto valioso. La realidad, sin embargo, es que en la mayoría de sectores es virtualmente imposible que cada elemento tenga valor suficiente como para que alguien lo pueda volver a utilizar. Esto no quita que haya que seguir intentándolo.

Esto es especialmente importante en una sociedad en la que el sector servicios tiene tanto peso como es Andalucía, porque estos dependen de una red de proveedores en la que no tienen control. El dueño de un restaurante puede limpiar y reutilizar el mantel de tela tantas veces como quiera que, mientras no se asegure que sus proveedores también cumplen con los principios de la economía circular, no conseguirá adaptarse al nuevo ciclo de sostenibilidad. La cuadratura del círculo no se cerrará hasta que todos tengan los mismos compromisos.

Es legítimo ponerse objetivos casi inalcanzables e intentar llegar a lo más alto, y así tener siempre margen de mejora, pero el problema está cuando buscando ese fin se desoye que lo principal es reducir la ingente cantidad de materia prima que consumimos como sociedad. La economía circular es como la rebeca para las noches de este entretiempo primaveral, no abriga pero consuela. Pues igual.