Una imagen de Moussa en su bar.

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Marbella

Moussa Niang, de jugársela en patera a 'rey' de la ensaladilla rusa: "Soy empresario; no vengo a quitarle el trabajo a nadie"

Regenta Tapería Tarifa, un icono del barrio de la Divina Pastora en Marbella. Todos en el barrio subrayan la simpatía y la hospitalidad del migrante africano, que sirve comida española en su bar, así como algunas variedades de su país.

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Las claves

Moussa Niang, originario de Senegal, emigró a España tras varios intentos peligrosos en patera y finalmente logró establecerse legalmente en Marbella en 2009.

Tras comenzar como vendedor ambulante y trabajar en distintos empleos, Moussa se formó como cocinero y abrió su propio bar, Taberna Tarifa, en el barrio de la Divina Pastora.

Su ensaladilla rusa se ha convertido en uno de los platos estrella del local, ganándose la simpatía y el aprecio del vecindario.

Moussa defiende que los migrantes no vienen a quitar trabajo, sino a luchar por oportunidades, y anima a la integración y el esfuerzo como claves para avanzar en la vida.

"Hace 20 años jamás imaginaría que iba a estar tras la barra de un bar sirviendo una ensaladilla rusa que dicen que nos sale muy buena. Mi vida ha dado muchas vueltas, es de película", dice con humor Moussa Niang, un senegalés de 37 años que regenta la tapería Tarifa en el corazón del barrio de la Divina Pastora de Marbella y que se ha ganado a todo el vecindario con sus platos, pero también con su buen rollo.

A diferencia de las historias de algunos de sus compañeros migrantes, Moussa reconoce que "en Senegal no estaba mal". Tenía su propia tienda de ropa, su moto y su coche. Su vida, dice, "no era de lujos", pero era la de cualquier trabajador. No pasaba hambre ni miseria. Lo que le empujó a marcharse no fue la necesidad extrema, sino algo más difícil de medir: la curiosidad y el imaginario de una Europa idealizada.

“Lo que nos venden a los africanos es que Europa es de película, bella, un continente que hay que conocer. Aunque estaba bien en Senegal, pensaba que allí podría estar mejor”, relata. Ese “allí” normalmente se refería a España. Todos comentaban que cruzando hasta Tenerife estaba algo parecido al paraíso. Pero lo que no todos contaban eran los detalles de la peligrosa ruta que todos recorrían para emigrar a España.

En 2006, con apenas 19 años, decidió subirse a una patera "como todos los africanos", pero le devolvieron a su país. Lo mismo ocurrió en las dos ocasiones que lo intentó en 2007 y una última en 2008, cuando empezó a tirar la toalla. Igual el sueño de Europa no llevaba su nombre.

“Hay gente que me decía: tú estás loco, no entendían cómo me tiraba al mar tantas veces. Creo que es porque yo era muy joven, no tenía miedo de nada”, admite. En aquellas travesías vio lo peor: compañeros muertos delante de él, gente sufriendo, pánico colectivo. Y, sin embargo, volvía a subir a la embarcación una y otra vez.

Taberna Tarifa

Taberna Tarifa

"Recuerdo que cuando todos lloraban, yo intentaba calmarlos a todos. Intentaba siempre tranquilizar la situación", relata. Precisamente por esa vena de líder, solía ser uno de los primeros en ser devuelto a su país. "El resto de personas que viajaban en el cayuco decían que era el capitán, pero yo era un 'cliente' más que solo quería llegar al mismo lado que ellos", sostiene.

Tras su último intento, se rindió. Volvió a abrir su tienda, retomó su vida y se repitió que no cruzaría más el mar después de vivir tantos momentos traumáticos. Dice que ahora necesitaría un psicólogo de vivir lo que vivió aquellos viajes. Lo que Moussa no sabía es que el destino le guardaba una puerta diferente. A finales de 2008, un hombre entró en su tienda de ropa en Senegal. Lo atendió como a cualquier cliente, hasta que el desconocido preguntó si no lo reconocía.

“Me dijo que era el presidente de una asociación que fue a verme cuando estaba en Tenerife una de las veces, en el Centro de inmigrantes Las Raíces”, cuenta. El mismo activista que había intentado evitar su devolución en el centro de internamiento le dio la oportunidad de llegar a España. Moussa dijo que sí, pero con la condición de no volver a montarse en una patera.

El hombre le ayudó con los trámites y en 2009, Moussa entró en España con un visado, pero esta vez en un avión y sin perder a nadie por el camino. Pasó unos meses en Tenerife, pero no se encontró allí: “Puede que no fuera mi lugar. No encontraba lo que buscaba”. Habló con un amigo de su hermano en la Península, compró un billete de ida, y llegó a Marbella. Nunca se hizo con el de vuelta.

“Desde que entré en Marbella ya no salí más. Me sentí bien desde el primer día. Es como encontrar tu sitio”, resume. Como tantos otros migrantes, Moussa empezó en la venta ambulante. De día, gorras, bolsos, camisetas y toallas al hombro; de noche, trabajaba como relaciones públicas en la discoteca Budha, donde lo ficharon por su desparpajo y por hablar francés, inglés y algo de español.

“Yo lo que quería era hacer algo, lo que saliera”, dice. Después de una temporada como relaciones públicas, pasó a ser portero de discoteca. Fue entonces cuando se propuso aprender bien el idioma. “Me apunté al colegio de idiomas para inmigrantes en Marbella. Iba los días que podía, y el resto, aprendiendo hablando con la gente. A mí me gusta estudiar, me gusta aprender”, explica.

En 2013 ya tenía sus papeles en regla y en 2015 nació su hija, marbellí de pura cepa. Y entonces se dio cuenta de que los trabajos nocturnos y temporales ya no encajaban con la vida familiar que quería construir.

“Yo no sabía ni mover una sartén entonces”, confiesa. En Senegal nunca había cocinado, pero la palabra 'no' no existe en su vocabulario. Un amigo le ofreció entrar a trabajar con él en un restaurante, pero solo como friegaplatos y hombre de la limpieza. Aceptó, con el objetivo principal de darle lo mejor a su familia.

En los días de más trabajo, le pedían que echara una mano en los fogones. Así, poco a poco, fue aprendiendo sobre la marcha. Cuando terminó la temporada lo despidieron, como a tantos trabajadores eventuales, y se apuntó al paro. Fue en la oficina del INEM donde vio un cartel de cursos de formación de cocina, financiado por la Junta de Andalucía, y decidió inscribirse porque era "una gran oportunidad en el momento exacto".

Hizo seis meses de formación básica y un mes y medio de prácticas en el hotel Los Monteros. “A raíz de ahí ya no paré de trabajar”, asegura. Pasó por distintos restaurantes de Marbella, siempre con la misma idea en la cabeza: aprender, crecer, y no estancarse.

Algunos de los platos que pone Moussa en la Taberna Tarifa.

Algunos de los platos que pone Moussa en la Taberna Tarifa.

En paralelo, su situación personal se asentaba. Tenía pareja, una hija, un oficio y, cada vez más claro, un objetivo: “Desde que empecé en la hostelería sabía que tarde o temprano iba a abrir mi local. Pensé que lo ideal sería trabajar para otros durante un tiempo y luego abrir mi bar”, añade.

Hace unos dos años y medio, ese plan se materializó. Moussa se quedó con uno de los locales más antiguos del barrio de la Divina Pastora de Marbella, un sitio de toda la vida que llevaba décadas llamándose Tarifa.

“Yo siempre había querido tener una taberna. El local se llamaba Tarifa desde hace muchos años y la gente lo conocía así. No quise quitarle su nombre. Dije: voy a poner mi nombre y el suyo juntos. Y nació Taberna Tarifa”, explica.

Su carta habla en andaluz: ensaladilla rusa —el plato estrella del local, con un “secreto de la casa” que no piensa revelar—, arroz de los montes, paellas... “Lo que mejor sé hacer es cocina española. La de mi país casi no la sé, porque allí nunca cociné”, admite entre risas.

Eso no impide que, algunos días, el ánimo le pida volver a los sabores de origen: “A veces hago especial african food. Dos o tres platos, nada más. Y a la gente le gusta mucho. Hoy mismo me los estaban reclamando”, cuenta.

El boca a boca hace el resto. “Cada día nos llega gente nueva, cada día nos recomiendan más. Tenemos muchas reseñas positivas en Google. No todo puede gustar a todo el mundo, pero creo que la mayoría son mis amigos y me quieren, yo eso lo veo algo muy especial; la gente está muy a gusto cuando viene a visitarnos”, dice.

Desde el otro lado, ya como empleador, Moussa mira con otros ojos el debate sobre migración y empleo. “Ahora que tengo empresa, sé por qué los inmigrantes trabajan más”, reflexiona. “Hay gente que es muy cómoda. Quieren ganar dinero sin calentarse mucho la cabeza. No quieren trabajar fines de semana, quieren dos días libres, tienen mucho protocolo”, expresa.

Él lo resume sin rodeos: “Aquí nadie le quita el puesto de trabajo a nadie. Yo estoy deseando contratar a alguien de aquí para que trabaje aquí, para que todo se quede aquí. Pero no me salen”. Y añade su filosofía de vida: “La vida es lucha. Si no luchas, no avanzas. Hoy pierdes, mañana ganas. El que no lucha nunca va a avanzar”.

Por eso le duele escuchar que los migrantes vienen “a quitar el trabajo”: “Cuando no tienes estudios ni una buena formación, hay que buscarte las castañas donde haya. Yo cuando llegué aquí no tenía elección. Tenía que hacer lo que salía. No tenía otra”, declara y pone de ejemplo a su hermano, que está trabajando con él pese a ser mecánico en su país. "Se ha renovado y ahora hace una cocina que es para chuparse los dedos", cuenta orgulloso.

Casi veinte años después de aquel primer intento en patera, Moussa mira atrás sin arrepentimiento. Tiene nacionalidad española, una hija marbellí de diez años, un lugar feliz: su Marbella. “Marbella es mi lugar, no hay quien me saque de aquí. Soy senegalés de nacimiento y marbellí de corazón y de vida. Aquí tengo mi vida y no me arrepiento de haber venido”, dice riendo y bromeando con que quizá acabe hasta comprando “una tumba en Marbella”, aunque su padre insista en que tendrán que repatriar su cuerpo cuando muera. "¡Eso ya se verá!", zanja con una sonrisa.