Enrique, el almendrero más antiguo en activo en Málaga.

Enrique, el almendrero más antiguo en activo en Málaga. Alba Rosado

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Enrique, el almendrero más antiguo en activo en Málaga: "Este negocio va a desaparecer aunque me duela"

Este vecino de La Trinidad lleva cuatro décadas vendiendo en el Centro de Málaga y reconoce que este ya está irreconocible.

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En el bullicio de una tarde de agosto en la Alameda Principal de Málaga y con el olor en el ambiente del vino de la Casa del Guardia, Enrique tiene la mirada perdida. Está sentado en su silla plegable, apoyado en un carro de la compra y tiene justo delante un expositor con almendras muy bien colocado.

Algunas están envueltas en paquetes, y otras esperan pacientemente a acabar en un cartucho y así llegar a las manos del próximo cliente. Pero la realidad es que tras un rato, ese cliente no llega. Enrique no desespera y aguarda mientras mira su teléfono móvil. Es mayor, sus manos están desgastadas y su aspecto denota que su vida no ha sido sencilla.

Empezó en la calle Larios, cuando esta poco tenía que ver con lo que es ahora. Estaba repleta de negocios de toda la vida, los coches cruzaban el asfalto y en las paredes retumbaba mayoritariamente el andaluz, con un ceceo similar al de Enrique, en lugar del acento británico que prevalece ahora, en pleno verano. "Antes todo era distinto, ya no reconozco esto", lamenta.

Por las mañanas siempre vende junto a los grandes maceteros de la calle Larios y por las tardes, junto a la Casa del Guardia. "Ahí estaré para los que quieran venir a verme y comprarme. Mi pensión es la que es, 600 euros, que llegan para lo que llegan. Y eso que es solo para mí", lamenta. Enrique tiene dos hijas, "ya mayores y criadas", pero siempre ejerció de padre y madre, ya que esta abandonó a toda la familia hace ya muchos años.

Aunque podría hacerlo, Enrique no compra a cualquier proveedor sus almendras. No acude a negocios asiáticos para ahorrar costes. Prefiere acudir a un clásico malagueño, al de toda la vida, Zali, porque para él, son los mejores. "Los conozco desde hace mucho tiempo", declara.

A su edad, Enrique sabe de primera mano que es uno de los últimos almendreros tradicionales que resisten en la ciudad. "Quedamos dos o tres por ahí. Pero más modernos. De los antiguos, antiguos, ya sólo yo; esto va a acabar desapareciendo por mucho que me duela. El negocio está decayendo, igual que la ciudad, que ya no es lo que fue". Como estrategia de marketing, él no tiene un carrito brillante ni redes sociales. A este vecino de La Trinidad le sobra con su voz rasgada, su pequeño puestecito y su pureza malagueña.

Sobre el sector, reconoce que antes, "cuando estaba la peseta, vendía mucho más. Había menos tiendas, menos competencia. Ahora está todo mal”, dice con resignación. “Málaga ha perdido lo antiguo, lo que era de verdad. Igual que la sociedad, que va de mal en peor”, critica.

La figura del almendrero ambulante ha formado parte del paisaje urbano de Málaga desde hace varias generaciones. Enrique vendía en los toros, en los partidos de fútbol, en las ferias y durante la Semana Santa. "Le he vendido almendras a los niños, a los mayores, a todos. Hasta al dúo Sacapuntas o a los hermanos Cadaval, Los Morancos. Los años ochenta fueron distintos", dice con una sonrisa nostálgica. "Y avellanas también. De todo, por ayudar a mi familia", declara.

Sobre el perfil de clientes... ¿Turistas? ¿Malagueños? “Son todos de aquí. Antiguos. Los hijos, los nietos… Gente que me conoce de toda la vida y los que pasan por aquí y se le antojan", expresa. Poco 'guiri' sustenta su negocio.

El producto se ha encarecido en la última década, pero también porque cada vez le sale más caro comprarlo a todos los vendedores. En el pasado, era él mismo el que hacía las almendras. Las hervía, las horneaba... "Eran otros tiempos", insiste.

Mientras Málaga corre hacia un futuro cada vez más global, Torreblanca permanece ahí, en su silla plegable, como un ancla de lo que fue la ciudad. Quizás mañana vuelva a pasar desapercibido entre los pasos apresurados de turistas y malagueños. Pero mientras quede alguien que le compre un cartucho y le regale una conversación, Enrique seguirá ahí. "Gracias a mi trabajo he hablado con mucha gente", cuenta orgulloso. Porque su oficio no solo es vender almendras: es, en realidad, conservar la memoria viva de una Málaga que se nos escapa.