Hola, soy Puentiferario e inicio hoy en EL ESPAÑOL de Málaga una serie de pilastras cuaresmales de opinión. He considerado más apropiada esta denominación porque lo de columnas me venía muy grande y lo de pilastra decorativa a la perfección, pues no aspiro a otra cosa que quedar relativamente bien y no dejar en mal lugar a tan amable invitación.

Como para mí escribir en este medio es algo nuevo he decidido apartarme de mi ecosistema natural, por primera vez me voy a dirigir a quienes no me conocen, es más, a los que potencialmente me eviten por dedicarme a lo que me dedico en redes y blogs, a lo cofrade, aunque a veces no lo parezca, sin embargo, vería oportuno que emplearais para definirme otra terminología a la que otorguéis cierto matiz despectivo, semanasantero, capillita, beato, meapilas… todos esos términos calificativos serán bienvenidos, cuanto más bajo se me ponga el listón más apasionante será el reto y más fácil me será rebasarlo con éxito. Por tanto, lamento dejar esta vez de lado a todos esos que ya me llaman Puenti y que me tratan como un amigo, verdadero colchón de indulgencia que no saben lo mucho que agradezco. También quiero recalcaros que sin seudónimo no soy nadie, es decir, que todo lo que por aquí os cuente no tendrá más base erudita que la que me otorga el nivel usuario y las muy buenas intenciones, aprobar solo el práctico en el examen cofrade cuela porque la Semana Santa se desarrolla casi siempre dentro del voluntarismo, lo que no pocos horrores y sobresaltos nos supone a veces, así que mis disculpas de antemano si se diera el caso con estas pilastras.

Y tras la tópica presentación empiezo sin más paños calientes calificando a la Semana Santa como fiesta antisistema, creo que ya va siendo hora de que intercambiemos las etiquetas. Los cofrades somos conscientes del suelo que pisamos y que desde fuera nos miráis como bichos antropológicamente raros, lo sabemos por la sencilla razón de que vivimos en vuestro mismo mundo, algo que a veces pasáis por alto.

Por ejemplo, sabemos de su hedonismo porque nos gusta disfrutar de la vida aunque un día al año carguemos voluntariamente con la paradoja de echarnos a la calle a sufrir, incluso pagando por ello. Esto os da pie a múltiples chascarrillos, enfocando el rito como algo primitivo, antinatural o incluso enfermizo, al contrario que otras actividades bien vistas, tales como correr en una cinta persiguiendo la zanahoria de la eterna juventud o practicar deportes de riesgo como reducto para sentirse vivo. Yo solo os pido un mínimo de duda razonable de que tal vez estemos en nuestro sano juicio, de que si lo hacemos será por algo, de que si ese algo no os es tan perceptible como la zanahoria del que corre en la cinta del gimnasio tal vez sea porque resulta oculto o es trascendente, es decir, más sutil y menos primitivo de lo que se pudiera pensar.

Tenemos perfectamente asumido que nuestros capirotes asustan a cierto sector político como si fueran los del KKK. En realidad vestimos el mismo uniforme de aquellas brujas que no pudieron quemar a las que sus vociferantes nietas ahora elevan a los altares de la relectura histórica. Quienes piensen que prendimos estas hogueras o aquellas cruces no pueden estar más equivocados. Dentro de cada trono hay siempre un extintor, debajo de cada túnica se camuflan todos y cada uno de los espectros sociales, fantasmas también tenemos.

Somos vanidosos como vosotros, nos desvivimos por los likes y el triunfito social, pero reconoced algún margen de rebelión en el hecho de que nos revistamos de anonimato para participar en esa gran exhibición pública que es la Semana Santa, delegando las respectivas cuotas de éxito personal en realidades simbólicas que nos trascienden. El pertinaz individualismo que también padecemos queda temporalmente suspendido y cedido a corporaciones para que dispongan de nuestra libertad conforme a sus estatutos; por un rato dejamos de ser los habituales seres endiosados de sí mismos, como vosotros, para convertirnos en siervos de un fin estipulado, de una idea. El éxito, o el fracaso, como en aquellas utópicas comunas, es colectivo y nuestra participación total, no nos limitamos a celebrar los goles de nuestro equipo, desde cada puesto todos tiramos a puerta.

Mentiría si no dijera que las cofradías no están libres de grandes trifulcas internas entre hermanos, porque nos tratamos así, como hermanos, hasta cuando nos llevamos a matar, igual que se tratan los pandilleros en las bandas juveniles vigiladas por la policía. La palabra hermano sale tanto más a relucir cuanto más se quiebran los vínculos en la hermandad, como forma de reproche a quien no se porta como debe, es decir, que se tiene perfecto conocimiento de su significado y de las consecuencias de quebrantar la fraternidad. Nos llevaremos mal pero como buenos hermanos.

En resumen, y para no extenderme más: caras ocultas de los mismos que ponen morritos en Instagram, pies descalzos y dolor de riñones entre aceras y balcones repletos de copazos de juerga on the rocks, colectivismo comunal y democrático superpuesto al ego e imprimiendo un extraño carácter heredado del principio de los tiempos… Estoy dibujando como mínimo una fiesta tirando a marciana pero que llega hasta el paroxismo de lo inexplicable cuando afrontamos el hecho de que encima es una celebración religiosa, sí, una celebración religiosa en un mundo que mide su grado de inteligencia por el número de veces que mata a Dios al cabo del día, y eso que dicen que está muerto desde tiempos de Nietzsche. Afirmo lo religioso de la Semana Santa con independencia de las aproximaciones de cada uno a la celebración, por ahora no desvelaré la mía, y que esta fiesta es tanto más antisistema cuanto menos fe se despliegue al participar porque en ello iría implícito un mayor ejercicio de libertad. No cabe más apertura de miras, ni más sentido contestatario que el de quien conociendo los códigos de nuestra sociedad participa en una procesión aún sin creer, o sin ser consciente de aquello en lo que cree, porque está abierto a caminar por rutas alternativas, porque se rebela frente a un mundo que le huele a chamusquina, porque no teme buscar, y a veces encontrar, por métodos impopulares e incluso proscritos por irracionales, porque utiliza formas distintas de participación sin hacer daño a nadie.

Detrás de cada nazareno, de cada hombre o mujer de trono, hasta cuando no sean conscientes de ello, hay un ejercicio de reconciliación con el pasado y el futuro, ante algo así difícilmente pueden hacer mella los juicios o prejuicios de quienes ahora gozan del privilegio de interpretar o malinterpretar la realidad. La Semana Santa se celebra andando, pensaréis que solo pasamos pero en realidad venimos y llegamos. La he calificado como fiesta antisistema pero solo porque no se ajusta al orden actualmente establecido, jamás promoverá la confrontación, entre otras cosas porque no tiene tiempo, debe respetar los horarios.