Una escena de la quinta temporada de 'Stranger Things'

Una escena de la quinta temporada de 'Stranger Things'

Cultura

'Stranger Things 5': entre la magia y la redundancia

En esta temporada, el ritmo narrativo es más frenético, con una inclinación decidida hacia la ciencia ficción pura y dura.

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Las claves

La quinta temporada de 'Stranger Things' llega como un ambicioso cierre que estira la saga y mantiene su estatus de fenómeno cultural.

La evolución de los protagonistas desde la infancia hasta la adultez se aborda de forma orgánica, reflejando un tono más oscuro y maduro en la serie.

El ritmo narrativo es más frenético y la serie apuesta por la ciencia ficción, reforzando el homenaje a la cultura pop ochentera y noventera.

Pese a acusaciones de redundancia y exceso, la serie sigue siendo magnética y disfrutable, apelando a la nostalgia y consolidándose como un ritual para sus seguidores.

La quinta temporada de Stranger Things llega como un colofón ambicioso, quizá excesivamente dilatado, a una saga que nació con vocación de homenaje y ha terminado convertida en un fenómeno cultural casi incomparable.

Es evidente que los hermanos Duffer han optado por estirar el relato más allá de lo que algunos considerarían estrictamente necesario. Hay tramas accesorias, decisiones argumentales (o más bien estéticas) que rozan la incongruencia y un cierto aroma a deus ex machina en momentos puntuales. Sin embargo, sería injusto negar que, pese a estas grietas, la serie conserva intacta su capacidad para mantenernos pegados al sofá.

El tránsito de los protagonistas desde la infancia a la edad adulta es quizás uno de los aspectos más logrados. Lejos de forzar madurez repentina o de intentar congelar a los personajes en una adolescencia perpetua, la serie abraza su evolución con organicidad.

La sensación es análoga a pasar de Los Goonies a Aliens: la aventura inocente deja espacio a la tensión más áspera, a un tono sombrío que, sin renegar del pasado, reconoce que los héroes han crecido y que el mundo —o el Upside Down— ya no puede tratarles como niños.

La serie vuelve a apoyarse en un arsenal ingente de referencias a la cultura pop de la segunda mitad de los ochenta, que hablan tanto de los códigos del género como del propio imaginario colectivo que la obra lleva años alimentando.

En esta temporada, el ritmo narrativo es más frenético, con una inclinación decidida hacia la ciencia ficción pura y dura. Y es que la estética ahora recuerda a ese cine ochentero (y de la primera mitad de los noventa) que coqueteaba con lo distópico y lo monstruoso sin perder el corazón que lo sostenía.

Podría acusarse a Stranger Things 5 de excesiva, e incluso de manierista. Y, sin embargo, hay algo profundamente magnético en este refrito —en el mejor sentido del término— de referencias, tonos y géneros. Cada escena parece diseñada para activar un resorte nostálgico, para resucitar una memoria cinéfila dormida.

Es probable que ya no podamos juzgar la serie con objetividad: se ha convertido en un ritual antes que en un simple producto audiovisual. Nos da lo mejor de nuestra infancia, o al menos lo intenta, y casi no podemos luchar contra eso.

Así, aunque la temporada pueda adolecer de cierta redundancia y de un afán expansionista discutible, resulta innegable que sigue siendo disfrutable. Ya sea por la pericia narrativa de los Duffer o por la nostalgia que nos asalta sin remedio y casi sin vergüenza, Stranger Things continúa funcionando como un espejo deformante de nuestra cultura, uno en el que nos miramos con gusto, con indulgencia y hasta con devoción. Al final, eso también es magia televisiva.