Remedios Zafra en la inauguración de 'Filosofía ambulante'.
Remedios Zafra, Premio Nacional de Ensayo 2025: “A veces no diferenciamos la verdad de las mentiras de la IA”
La escritora ha sido la encargada de inaugurar Filosofía Ambulante, un proyecto del Centro Cultural La Malagueta que recupera los saberes populares en diálogo con la sociedad civil.
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En tiempos en los que el ruido parece ocuparlo todo, Remedios Zafra invita a detenerse. A pensar, a mirar con calma y a no caer en las "mentiras persuasivas creadas por IA". Con la inauguración de Filosofía ambulante, el nuevo proyecto del Centro Cultural La Malagueta, la escritora y filósofa andaluza, recién nombrada Premio Nacional de Ensayo 2025, abre un espacio para el diálogo crítico y la reflexión compartida que llegará a todos los rincones de Málaga.
El agotamiento físico y mental, la fragilidad, la vida-trabajo o la mirada a la pantalla son algunos de los temas que atraviesan su obra y que se abordaron este martes durante el diálogo, coordinado por Cristina Consuegra, que, en palabras de la escritora, es una forma de “descubrir cómo un asunto es vivido por personas de otras edades y contextos”, según ha explicado en una entrevista con EL ESPAÑOL de Málaga.
¿Por qué considera esencial reivindicar espacios y tiempos para pensar y dialogar críticamente?
En una época donde no es fácil detenerte a pensar porque la inercia del mundo te lleva a hacer lo que se espera de nosotros y a menudo a simplificar atendiendo a las televisiones o redes que sigues, pensar es necesario. Participar en este ciclo es para mí contribuir en el propósito de ayudar a las personas a hacerse preguntas y a descubrir el goce de no quedarnos en lo epidérmico de las cosas. Salir de los lugares habituales es esencial.
¿Cree que la filosofía gana fuerza cuando dialoga con los saberes populares y con personas de distintas generaciones y oficios?
La filosofía siempre se crece en la diversidad. Cuando todos pensamos lo mismo perdemos la oportunidad de escuchar y aprender de los diferentes y del disentimiento. Recuperar el diálogo intergeneracional y desde la diversidad es hoy más necesario que nunca. Entre otras cosas porque nos hemos habituado a redes donde bajo el espejismo de pluralidad que dan los números altos encontramos más homogeneidad que nunca, diría también más simplificación que nunca.
En tiempos en los que la vida se acelera, ¿qué aporta un proyecto como este para detenernos a pensar colectivamente?
Resulta llamativo que en una época caracterizada por la oportunidad de establecer contacto con otros mediados por tecnología, precisemos más que nunca otras condiciones para el diálogo y el pensar. Porque las redes siguen siendo un espacio boicoteado para pensar.
Lo son en tanto crean espejismos de diversidad donde la mayoría se retroalimenta en las mismas posiciones, porque las lógicas de aceleración dificultan los tiempos reflexivos, porque la caducidad alienta las mentiras a sabiendas de que el contexto no favorece documentar y la huida hacia adelante viene apoyada por el exceso de focos y la caducidad de lo que se dice.
Ese agotamiento físico y mental que aborda en sus libros y que se ha mencionado en este diálogo, ¿Cómo se relaciona con las condiciones sociales y laborales actuales?
En mi obra procuro pensar la complejidad de nuestra época, con la dificultad que supone formar parte de ella mientras la pienso. Los temas que he abordado son puntos de entrada. La conexión entre el malestar individual que estudio con el malestar social viene en mi caso por la preocupación sobre cuándo lo que nos pasa forma parte de algo coyuntural o de algo que es, o se está haciendo, estructural, es decir, cuando ese malestar que parece que solo nos afecta a cada uno se ve reflejado en otras muchas personas y por tanto se nos presenta como algo colectivo que necesitamos abordar.
Remedios Zafra en la inauguración de 'Filosofía ambulante'.
También ha abordado las vidas-trabajo y la dificultad de separar la vida personal de lo laboral, ¿Qué consecuencias observa en nuestra sociedad?
Creo que este desdibujamiento de los límites entre vida y trabajo favorecido por la tecnología y las pantallas (donde parece que siempre es de día), tiene consecuencias diversas. Por un lado, en nuestra salud, en tanto es imposible descansar y cuidarnos cuando los tiempos están ocupados por trabajo o preocupación por el trabajo que sigue derramándose por la casa, por las noches y a veces por las vacaciones.
Por otro lado, tiene consecuencia en los vínculos comunitarios que se resienten o se apagan, ante la dificultad de socializar más allá del desahogo o disfrute hedonista de quien sale rebotado de una vida-trabajo.
En ambos casos son efectos de formas de vida que ponen la productividad en el centro a costa de la salud y la vida, diría más, dificultando los vacíos necesarios para tomar conciencia crítica de cómo vivimos y para poder cuidarnos colectivamente. También lastra en lo que hacemos y en cómo lo hacemos. Si la rutina es “hacer” más y más, es fácil que se vaya alentando un mayor desapego con nuestro trabajo, un peor hacer.
La llamada “mirada pantalla” ha transformado nuestra manera de relacionarnos. ¿Estamos perdiendo la capacidad de mirar y escucharnos sin mediaciones tecnológicas?
La mirada es un lugar de abordaje interesante porque nos permite observar que algo está trucado en las miradas mediadas por tecnología, me refiero a la dificultad de parpadear. Es como si frente a las pantallas todo alentara a seguir y pasar pantalla a golpe de dedo, la lógica adictiva de TikTok sería un claro ejemplo. Pero también las miradas que ante algo emocionante llevan a muchos a interponer un smartphone entre los ojos y lo que miran para que sea la tecnología la que mire y archive. Es algo instintivo para muchos pero que priva del goce de la experiencia realmente vivida y percibida.
La acumulación de instantes fotografiados habla de una cultura excedentario en lo visual, diría que delirante en la acumulación impulsiva de archivos que alimentan la vida en el escaparate, allí donde no solo miramos sino buscamos ser mirados. Esta cultura sin párpados está cambiando la forma de mirar y está perdiendo la capacidad de escucharnos y relacionarnos sin mediación tecnológica.
La experiencia de la enfermedad también aparece en su reflexión, ¿Qué lecciones cree que deja, especialmente después de la pandemia, sobre nuestra fragilidad y nuestra forma de cuidarnos?
Creo que la pandemia nos dejó, entre otras cosas, el ejemplo de cómo las personas que cuidan a otros porque por mucho que los poderes bélicos y agresivos hayan predominado en el pasado y todavía hoy, y por mucho que ese mismo lenguaje ‘bélico’ se normalizara en la pandemia como si fuera viviéramos una guerra, quienes investigan y cuidan nos enseñaron que la mayoría de las veces no se mata lo que nos daña, sino que aprendemos a convivir con ello. Bien lo sabemos quienes tenemos enfermedades. Pero también, que la conciencia como seres frágiles y caducos debe recordarnos que solos no podemos, que nos necesitamos como sociedad, que la sanidad pública es el corazón de la igualdad.
¿Por qué es importante que la filosofía no se quede solo en las universidades o en los libros, sino que se mezcle con la vida cotidiana?
Si eso pasa se convierte en una práctica sin vida, vinculada con el pasado o con su historia, pero reducida a ello. La filosofía necesita salir de las aulas para ayudar a las personas a comprender, a dialogar, a ser críticos, a ser responsablemente activos como ciudadanía… Los profesores de filosofía tienen el reto no solo de enseñar su historia, sino muy especialmente de ayudar a las personas a pensar de manera crítica, a hacerse preguntas e introducir duda y extrañamiento en lo cotidiano.
¿Qué papel cree que debe jugar la filosofía hoy frente a problemas como la precariedad laboral, la ansiedad digital o la soledad social?
El auge reaccionario es un auge antiintelectual y gran parte de los problemas sociales vinculados con la precariedad, la ansiedad o la soledad tienen que ver con la dificultad para enfrentarnos a lo que nos inquieta allí donde se han normalizado respuestas rápidas que, ya sea pulsando botones, ya sea tomando pastillas, ayudan a apagar lo que nos inquieta. Pienso que estas respuestas rápidas que la época proporciona hacen a las personas más dependientes y en muchos casos adictas, de forma que también más manipulables a los poderes de la tecnología y la farmacopea. La filosofía trata de un camino no instantáneo, sino de un camino algo más lento, pero más personal y valioso porque supone un aprendizaje, un ir construyendo herramientas para la vida.
¿Cómo se puede recuperar la memoria colectiva en una sociedad que tiende a olvidar rápido y a vivir en lo inmediato?
Quizá el primer paso sea ser consciente de que tendemos a olvidar rápido y que nos centramos en un presente presentificado. Y esto nos expone a la pérdida de memoria y a la reiteración de los errores que como humanos ya hemos vivido. La historia adquiere hoy gran importancia porque el contexto para la creación de documentos y archivos ha cambiado con la tecnología.
Y puede resultar llamativo que en un tiempo que tiende a archivarlo todo tengamos problemas para recuperar la memoria colectiva, pero entre el exceso de archivo digital es fácil que predomine el ruido, o que pensemos que su disponibilidad será eterna, o algo ahora más habitual que bajo contextos de aceleración no sepamos diferenciar la verdad de las mentiras persuasivas creadas por IA.
Hoy manipular los documentos del pasado puede llevarnos al escepticismo y al negacionismo de poner en duda la historia. Y es terrorífico, porque no podemos poner al mismo nivel la verdad y la mentira, no podemos dar crédito a las redes y negárselo a la ciencia, a los historiadores, y a quienes han vivido en primera persona el pasado reciente.