Una vista de la librería Códice en Málaga.

Una vista de la librería Códice en Málaga.

Cultura La cantera periodística de la UMA

Consuegra consagra el Códice de Málaga: Treinta años de segundas oportunidades a la cultura

Desde la calle Casapalma, esta librería es parte de la historia del Centro de Málaga.

10 abril, 2023 05:00
Málaga

Un cartel que no sobresale en una vía empinada desde la que cuesta dilucidar el horizonte. El escaparate donde se exponen libros, radios, vinilos y pósteres, pero sobre todo esas cajas en el escalón sirven de reclamo. No se dejen engatusar nunca por una bonita portada. Corroboren antes de entrar.

La puerta siempre abierta. Desde el boom turístico no se cierra al mediodía. Quizás frente a toda la oferta de ocio instaurada recientemente en Málaga no se hayan parado a mirar en calle Casapalma. Clubs nocturnos, restaurantes, el Teatro Cervantes y la Plaza de la Merced a escasos metros, circundan al número 5 de esta calle.

Por las mañanas no suele haber un gran trasiego de gente. Las pocas vecinas que quedan en el barrio charlan desde la acera de enfrente. Ese día toca discusión sobre la canción de Shakira. Una mujer desaliñada que venía de hacer los recados exclama desde la puerta:

—¡No tiene años!

Por suerte no se refería a la postal de cuando el Málaga estaba en primera. Las decepciones futbolísticas locales son solo del presente.

Un proyecto inesperado. Más de treinta años regentándolo. Un señor con una bata que todas las mañanas abre el establecimiento a las 10, salvo los domingos, que es el día del Señor. Tras una serie de desafortunados sucesos, Enrique Consuegra decide abrir una librería con la biblioteca de su tío y su padre. Se convierte en propietario de la Librería Códice o del códice de la segunda mano en Málaga.

La plaza de Manuel Alcántara, donde ahora solo se atisban las ruinas del colosal edificio de Correos y grandes edificios de oficinas, porque vecinos malagueños van quedando pocos. En uno de ellos se ubicaba la primera librería Códice. Un pisito muy pequeño y coqueto recuerda Consuegra.

Más tarde se trasladó a calle Ollerías. Allí iba a los almacenes para recoger el hierro y hacer estanterías para los libros. Se forjó verdaderamente el futuro. También acudía al rastro para vender el material que tenían. Diversificar siempre cunde.

El número 5 de calle Casapalma es el establecimiento definitivo de una librería con mayor recorrido en años que en lugares. Lo que también es estable es el aforo de la tienda. Siempre hay alguien dentro o fuera. Carmelo, un señor de unos 60 años cargado de bolsas se acerca a la puerta a hablar con Enrique Consuegra.

—Tú te has quedado casi el único, ¿no?

—Yo estoy aquí porque es mío. Lo de los alquileres...

Un local en propiedad en el centro de Málaga, de momento, garantiza la existencia de una tienda que no está relegada a desaparecer por los altos precios de los alquileres. Una situación que acarrea la continua deriva hacia lo online. Los propietarios se ahorran el pago del establecimiento y pueden tener una biblioteca mayor. Se cimentan los pilares de una ciudad donde lo local es reducido al mínimo.

No es cuestión de romanticismo hacia lo analógico. La sensación de coger un libro. Ponderar su peso. Oler sus páginas cargadas de vidas. Dejar que el filo de sus hojas le juegue una mala pasada. Códice, con sus paredes revestidas de láminas de madera y sus repisas saturadas, incita a iniciarse en el juego de la seducción de las letras.

Los géneros limitan, pero en un lugar así es necesario que las etiquetas hagan su papel. Las paredes desaparecen y se convierten en lomos de libros. En el pasillo central, donde la luz natural no llega y los tubos fluorescentes la refuerzan, se organizan los cómics y vinilos. Para que la ingente cantidad de artículos no le sobrepase, su hermano y su sobrino trabajan con Enrique Consuegra.

—Me gusta bajar todos los días. Venir aquí, tomar café, ver a los vecinos—reflexiona sobre su jornada laboral.

El centro de Málaga no se siente tan inhóspito cuando se ve merodeando a gente por la puerta. Las constantes caras de asombro por parte de los extranjeros. Por lo general, compran vinilos y si eso algún libro en inglés. El nacionalismo es algo globalizado. La estética también.

—Quería algo para poner en la biblioteca—describe una foránea de unos 40 años cuyos tirabuzones declaran la anarquía a su coleta.

—Vamos a buscar algo que sea una portada bonita.

—Normalmente compro libros porque me gusta leer—aclara avergonzada.

Los ojos de la mujer sobresaltados, esperando que ninguno de los que está presente la juzgue. Consuegra se limita a examinar los estantes con el cartel amarillo fosforito que pone arte. La antítesis de una librería. Juzgando libros por sus portadas. La búsqueda de un libro que sea bello prosigue.

—Quiero un libro de arte. Alguno de Picasso, del arte de Málaga.

—¿De Van Gogh?

—De Picasso que estamos en España—admite risueña como si hubiese conseguido la nacionalidad con ese comentario.

Este es un caso particular. La mayoría de los clientes no compra por coleccionismo, sino para disfrutar de los libros, de leerlos y adentrarse en sus historias. Si bien la librería Códice se especializa en vender Quijotes, el Sancho Panza de la tienda son los libros.

Por supuesto una tienda de unos 15 metros cuadrados no permite un aforo descomunal, aunque para la llegada de libros nunca va a suponer una traba.

—No sé qué hacer con ellos—resopla una señora con carácter dubitativo.

—Yo tampoco y lo mío tiene más delito—reconoce Consuegra entre risas.

Sea como fuere, Códice se ha ganado su club de adeptos. Los compradores de comics vienen cada semana, cada 15 días. Sergio, un veinteañero de Torremolinos viene a la tienda a por un libro ilustrado sobre Elvis Presley. Por desgracia ya no quedan. Como dice Enrique Consuegra “entran pocos y duran menos”.

Sergio continúa su indagación por la tienda. No le gusta coleccionar cómics sin continuidad. Su temática predilecta ha dejado claro que es la de las figuras del rock. Parece que no solo no le han arrebatado el libro a Sergio. Otro chaval un poco más mayor entra vociferando la noticia de aquel día.

—¡Ha muerto!

—¿Quién?

La Priscilla no, la hija.

—Eso es de todo lo que se ha metido — especula Enrique Consuegra.

Por lo menos la primogénita del rey del rock no ha cumplido la maldición del club de los 27. Ha fallecido con la media de edad de cuando Consuegra abrió la tienda. Eran personas que querían libros usados, “raros”. Quizás una de las consecuencias de las crisis de edad a partir de los 40 es que se pretende encontrar algo que sea más viejo que uno mismo.

Enrique Consuegra narra que la evolución de su clientela ha sido hacia un público más joven. Su carácter amable y risueño, junto a una mirada que no juzga mientras se contemplan las estanterías llenas de libros puede ser el éxito de la librería.

Los jóvenes son degradados a la incultura en cualquier época. La reminiscencia de la deflagración que toda persona sufre en su etapa pueril parece desvanecerse en ciertos sectores adultos. Siempre es agradable encontrar a alguien que ve más allá de estereotipos rancios.

—Aunque pase uno con el reguetón a tope y haga mucho ruido, todo no es reguetón—remata Consuegra.

No todo será reguetón, pero Casapalma es una calle donde transitan y se escuchan toda clase de expresiones artísticas. Desde uno de los balcones se percibe una melodía un tanto extraña. Un hombre que porta un sombrero negro y unas gafas con lentes naranjas se para frente a la puerta y confiesa:

—A mí me están cantando desde anoche.

—Está en su punto— reconoce Consuegra.

El arte es indudablemente uno de los motivos por los que los jóvenes acuden a Códice. Filosofía, pensamiento político y piscología son los temas que más interés les causan. Enrique Consuegra elucubra que se debe a las ansias de entender el mundo. Siempre ha existido ese espíritu inconformista de los que comienzan sus andaduras por el mundo.

La cotidianidad, el respeto y la amabilidad son las claves para la cálida acogida que recibe la librería Códice. Los jóvenes y los malagueños claro que apuestan por la cultura. Solo hace falta cambiar el foco desde el que se les lleva juzgando durante años. A veces solo es necesario que quien atienda diga “me voy a echar el cigarro de después de la fruta” para sentir que se está en el lugar correcto.

Lucía de León es estudiante de la facultad de Periodismo en la Universidad de Málaga y participa en la sección La cantera periodística de la UMA a través de la cual EL ESPAÑOL de Málaga da su primera oportunidad a los jóvenes talentos.