Ana y Paco, los dos fallecidos a los que sus familiares recuerdan.
Paco, Ana y los sueños que se quedan en la carretera: perdieron a su hijo y a su madre en accidentes en Málaga
978 personas han perdido la vida en las carreteras españolas y pese a las campañas de concienciación, la mayoría de accidentes se deben a distracciones y al cansancio.
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En lo que va de año, 978 personas han perdido la vida en las carreteras españolas, una treintena de ellas en la provincia de Málaga. 978 personas es una cifra tan grande que cuesta imaginarla: es el equivalente a que cinco aviones Airbus A-320 completos sufrieran un accidente y todos sus pasajeros murieran. Es el número de viajeros que podrían morir si dos trenes de Cercanías descarrilaran, o el mismo que obtendríamos si acabáramos con la población conjunta de Genalguacil y Jubrique. Más personas incluso de las que caben en el Teatro del Soho o las mismas que encuentras en tres institutos de cualquier barriada de Málaga. 978 vidas, con sus historias, sueños y familia, que ya no están.
Pese a conocer este dato, cada día, mientras terminamos la cena o el almuerzo, los telediarios emiten una pieza más sobre fallecidos en las carreteras españolas y apenas levantamos la vista del plato. No nos impacta ya nada. La DGT lanza cada año campañas duras, directas, totalmente demoledoras. Pero seguimos sin tener la suficiente precaución al volante.
Seguimos respondiendo whatsapps que creemos que no pueden esperar; seguimos corriendo más de la cuenta, saltándonos los límites de velocidad; seguimos conduciendo después de beber unas copas, porque "tampoco va a pasar nada". Seguimos cogiendo el coche cansados. Muy cansados, tras largas jornadas laborales. Y seguimos sin ser conscientes de que, con estos gestos, podemos perder la vida en cualquier momento, o peor aún: quitarle a cualquier inocente la suya.
El año pasado, la principal causa de los accidentes mortales en Málaga, según un informe de la DGT, fue la distracción al volante, presente en el 46,9% de los casos. Le siguieron el cansancio o el sueño (15,6%), la velocidad inadecuada (12,5%) y el alcohol (9,4%). Datos claros que no logran evitar que las cifras sigan creciendo y que miles de familias se rompan de dolor cada año.
Detrás de las estadísticas hay familias como la de Paco Martín, un joven de 29 años cuya vida que se apagó el pasado 12 de julio en la avenida Valle Inclán. Su padre, Paco Martín, no es el mismo desde que su "Paquillo" se marchó para siempre. Un conductor de Uber rebasó un semáforo en rojo en el cruce con Camino de Suárez a las 4.40 horas de la madrugada llevándose por delante la moto del joven, que jamás llegó a su casa, ubicada, por cierto, en la siguiente salida de la autovía.
Paco se comunica con este periódico por WhatsApp porque aún no puede hablar del todo sin romperse. Dice que prefiere evitar la palabra “muerto” cuando se refiere a su hijo. “Desde que mi Paquillo pasó a otro plano, mis pensamientos han divagado mucho y no he tenido más remedio, para mantenerme cuerdo y sano, que dar un salto de fe”, dice.
"Desconozco la experiencia que tenía el conductor y su conocimiento de la ciudad, pero parece que no había pasado ninguna vez por ese cruce. Pasando ese semáforo en rojo, le puso un muro de 1.800 kilos a mi hijo en su trayectoria. Varias vidas truncadas por un despiste, falta de experiencia o desconocimiento de la ciudad y de sus cruces. Y digo varias, porque además de la suya, también nos ha destrozado a nosotros, sus padres, su familia", expresa.
Paco reconoce que ha pasado por demasiadas fases desde que recibió la fatal noticia aquella madrugada. Llegó a odiar por momentos la vida por quitarle de sopetón a su hijo. El rencor y los reproches hacia otros, dice, solo "llevan a las tinieblas, a pudrirte y a enfermar por dentro". Por eso, decidió darle una vuelta a su pensamiento.
"Echarle la culpa al karma tampoco funciona, toda mi vida he sido un hombre de buen corazón y he intentado por todos los medios hacer el bien. A veces no me he sentido recompensado por ello, pero en realidad, y a pesar de todo lo que me ha ocurrido en la vida, debo sentirme agradecido. Lo que nos parece una gran injusticia en la tierra debe formar parte de un plan perfectamente orquestado desde arriba y que no llegaremos a entender hasta que no lleguemos allí", sostiene.
Agradece haber tenido a su "Paquillo" durante casi 30 años llenando de amor su vida, porque "era un pro". "Era técnico en mantenimiento electrónico, una persona maravillosa, empática, cariñoso, mi mini yo... Estoy convencido que le han encontrado un lugar maravilloso en el cielo, dónde está ayudando a mucha gente. Entre ellos a mí y doy gracias a Dios por ello", dice este padre, con el corazón roto.
"El despiste del conductor, la contratación de este por parte del propietario del taxi, el segundo exacto en el que él pasaba por dicho cruce... Todo ello no es más que un cúmulo de circunstancias y de herramientas para que ocurriera a Paquillo lo que el destino le tenía preparado. No hay más. Yo seguiré amando a la vida y a las personas, como lo he hecho toda mi vida, con una herida en mi corazón para siempre; pero lo seguiré haciendo porque uno no puede dejar de ser quien es", añade. El mejor consejo que da a los demás, dice, es que "cuiden de los que tienen", porque nunca se sabe cuándo puede ser la última vez que los ven.
Con ese lema concuerda Ana, una joven de 26 años que perdió a su madre, Ana, en un accidente en la A-355 en agosto de 2024. Pese a su juventud, Ana es fuerte, muy fuerte. Se le escapan las lágrimas a ratos, pero no para de sonreír cuando habla de ella: “Mi madre era de sus niños. Nosotros éramos su vida. Era muy raro verla sola; íbamos con ella a todos lados”.
Ana era de Coín, pero vivía en Guaro. Trabajaba en el comedor del colegio del pueblo y, en verano, encadenaba campañas de promoción en perfumerías y supermercados para que no faltara de nada en casa. “Mi madre fue la que peor lo pasó por mi padre. Se culpabilizaba de todo. Pero se trabajó muchísimo a sí misma y volvió a salir adelante”.
El verano de 2024, le salió una importante oferta de trabajo: un puesto en la panadería de un hipermercado que la tenía muy ilusionada. “Uno de los últimos mensajes que tengo de ella es diciéndome lo bien que le iba todo, que le habían dado el trabajo, que le estaban ofreciendo más cosas… Estaba feliz, como si le hubiera tocado la lotería”, recuerda Ana.
El 7 de agosto, día del cumpleaños de la joven, madre e hija hablaron por videollamada: ella le enseñó el nuevo uniforme y los zapatos, orgullosa. El 8 de agosto, de camino a su primer día, un coche se le cruzó en el kilómetro 22 de la A-355: Ana murió en el acto tras ser víctima de un choque frontal.
Su hija vive desde hace meses en Finlandia, desde donde está estudiando un máster online. Sus hermanos, de 24 y 19 años, estudian en Córdoba y Almería. Los tres han tenido que aprender demasiado pronto a hacerse cargo de todo, sin unos padres que les guíen en el camino. Pero si hay algo que Ana reconoce que ha sido muy complicado, eso fueron los días posteriores al fallecimiento de su madre.
“Al dolor que tienes hay que sumar que no hay una información clara de qué hacer: ni de los seguros y el funeral, ni el lío de papeles bancarios, ni herencia, ni nada. Cuando pasa algo así, no estás bien mentalmente y encima tienes que estar pendiente de papeles. Es un horror, especialmente si eres joven y estás viviendo en otro país; mi vuelta a España fue horrorosa”, cuenta.
En su caso, quien más les ayudó fue, precisamente, la empresa donde su madre acababa de empezar a trabajar. “Desde el hipermercado nos gestionaron la pensión de orfandad de mis hermanos, nos orientaron con la documentación… A nivel institucional, nada. Todo lo hemos tenido que gestionar nosotros”, denuncia.
La madre de Ana murió en una carretera de doble sentido que ha sido denominada como "la carretera de la muerte" por la gran cantidad de siniestros ocurridos en la última década. En 2024, se colocó una línea roja en el centro de esta para recordar a los conductores la prohibición estricta de adelantar, pero sigue siendo un punto negro en la memoria de muchos vecinos de Ana que también han visto cómo los suyos han perdido allí la vida.
“Es una carretera horrorosa. A mí me han adelantado de veinte maneras distintas. Los coches se te cruzan. La línea roja puede frenar a quien no es tan temerario, pero el que quiere adelantar lo hace igual, a la velocidad que quiere. He visto coches adelantando de tres en tres, cruzándose en medio”, resume.
Si Paco hablaba de que la gestión del "odio" no es sencilla, en el caso de Ana, más aún. A bordo del coche que se cruzó en el camino de su madre, iba una sanitaria que acababa de salir de una guardia. Se quedó dormida al volante. Eran las 8.30 horas. Ella resultó herida de gravedad.
“Al principio mi familia se la quería comer viva, sin ni siquiera saber quién era. Pero luego supimos que venía reventada del trabajo. Te das cuenta de que el problema no es sólo esa persona, sino un sistema que permite que alguien esté tantas horas seguidas trabajando y conduciendo luego”, reflexiona Ana.
Mucho trabajo interno le ha llevado a pensar que "después de 16 horas trabajando es lógico que te puedas quedar dormida". "Nadie que trabaja en sanidad quiere hacer daño a propósito”, reflexiona.
Si Ana pudiera sentarse delante de un conductor imprudente, lo tiene claro: “Que dejen de pensar en sí mismos. Que no eres el único que va por el mundo. Hay otras personas que viven, que sufren, que tienen sueños igual que tú. No puedes ir por la vida como si fueras el único en la carretera”.
Le indignan especialmente las prisas y el móvil: “Los mensajes pueden esperar. Puedes poner tu vida en peligro, pero también la de los demás. No sabes cuántas personas van en el coche de enfrente ni qué historias hay detrás”. Así, también aprovecha para lanzar otro mensaje a la clase política: "Igual podríamos darle una vuelta a determinadas jornadas laborales, especialmente las de los sanitarios".
Ana reconoce que hasta que la tragedia no te toca de cerca, las noticias de tráfico son sólo un espacio en el informativo.
“Nos creemos inmortales. Hasta que te pasa no eres consciente de todo lo que conlleva un coche, te tiene que explotar en la cara. Pero cada número tiene una vida que ya no vuelve con los suyos, como mi madre", zanja.
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