Vicente Seguí, apoyado en una de las columnas de los Baños del Carmen.
Vicente Seguí, economista: "En Málaga se nos ha llenado la boca de la palabra éxito, pero no hemos sabido gestionarlo"
"El urbanismo ha perdido su razón de ser. Hay gente que lo entiende sólo como un proceso especulativo inmobiliario, pero es una disciplina cuya función es hacer que la vida de los ciudadanos sea feliz y cómoda".
"Nos pasamos el día hablando de la Torre del Puerto, pero la operación estratégica que más nos interesa a los malagueños es cómo resolver el problema de la vivienda asequible".
"Málaga no puede seguir constreñida en la Málaga del siglo XIX. Hay que abordar la desigualdad de los barrios, que tienen que volver a ser el centro de nuestra vida".
El urbanismo como herramienta imprescindible para el progreso de la sociedad. En un tiempo en el que todo lo relacionado con la urbe se vincula a la especulación y al dinero, Vicente Seguí rompe una lanza a favor de una disciplina necesaria para afianzar las soluciones a algunos de los grandes problemas vigentes. El de la vivienda, entre ellos.
Esta conversación sirve para conocer a uno de los testigos privilegiados de la Málaga de las últimas décadas. Seguí, que participó en la redacción del PGOU de 1983, observa ahora con preocupación el "éxito" de la ciudad.
Usted es economista...
Economista; especialista en teoría económica, regional y urbana; urbanista y escritor.
¿Le queda algo por hacer?
Muchas cosas. Pero sobre todo completar como ser humano, alcanzar la madurez suficiente como para que cuando me vaya, me vaya con mucha tranquilidad.
¿Y eso por dónde pasa?
Por indagar lo suficiente en lo que soy como ser humano.
Es un reto mayúsculo.
El más interesante.
¿Y trabaja en ello?
Sí. Llevo ahora casi 40 años haciendo yoga y me hace mucho bien.
Usted nació en Marruecos.
Sí, en Alcazarquivir, al lado de Larache.
¿Fue coincidencia?
Una parte importante de la población española proviene de lo que era el Protectorado francés y español, que entonces no estaban diferenciados. Mi abuelo, que vivía en un pueblo de Alicante, decidió emigrar a Casablanca a principios del siglo XX. Casablanca era el gran centro económico-financiero, un sitio al que mucha gente emigraba. Se marchó allí porque podía encontrar mejores condiciones de vida. Y estuvo trabajando, abriéndose camino con mi abuela.
Cuando se dividieron los protectorados, los españoles tendieron a irse hacia la parte española. Mi hermano nació en Valencia. Mi madre se sentía más segura allí. Pero en mi caso, que era el segundo, nací en Marruecos.
Vicente Seguí, durante la conversación.
¿Cuánto tiempo estuvo allí?
Seis o siete años. Porque en el 56 llega la independencia de Marruecos y todo empezó a cambiar para la gente que estaba allí. Mi madre decidió irse con sus hijos hacia donde tenía la seguridad de su familia, que era Valencia. Sus hijos nos fuimos con ella. Y desde Valencia todos acabamos acercándonos a Málaga. Era el lugar más cercano a Marruecos, desde donde seguir el trabajo de mi padre en Marruecos. Nosotros nos asentamos definitivamente en la finca Buenavista, en lo que está al lado del Cortijo Jurado.
¿Cuál es el primer recuerdo que tiene de aquella Málaga?
No se parece nada a la actual. Mi primera vivienda fue una cortijada, cerca de Campanillas. Veníamos a Málaga en un pequeño coche que mi padre tenía, un 600. Todavía recuerdo las inundaciones del Guadalmedina, cómo el río se desbordaba y no podíamos cruzar para ir a Los Maristas, que es donde estábamos.
Málaga era una ciudad con algunas señales de que el mundo estaba cambiando. Empezaba a haber un turismo naciente, un mundo inmobiliario que empezaba a florecer de manera potente, pero todavía con un déficit de infraestructuras importante y una desigualdad muy grande. Todavía había rebaños de cabras que pasaban por la puerta de mi casa y mi madre nos mandaba a recoger con la lechera a la cabra.
Cuando les cuento a mis hijos, les explico que yo jugaba al fútbol en la calle Cristo de la Epidemia de alcantarilla a alcantarilla. Hoy eso es imposible.
Y lo que ve ahora, ¿le gusta?
La Málaga de hoy ha mejorado sensiblemente. Es una Málaga que ha superado retos de mucha importancia. Todavía le quedan muchas cosas por hacer y en algunas cosas nos hemos equivocado. Digo nos hemos equivocado porque yo también he trabajado en eso.
El cambio es sustancialmente mayúsculo entre la Málaga de entonces y la de hoy. No tiene comparación. Sería ridículo decir que no ha mejorado. Ha mejorado y mucho. Hay cosas en las que no hemos acertado y en otras que estamos haciendo ahora tampoco estamos acertando.
¿Cuál diría que es el principal acierto de Málaga?
Hay un hito sustancial que marca un cambio de dirección potente. Antes de los ochenta Málaga no era una ciudad turística, más allá de Torremolinos, que era un barrio de la ciudad, y sí había triunfado. El mundo inmobiliario ya estaba muy disparado, iba un poco salvajemente, muy desbocado.
El cambio de dirección se produce cuando se empieza a entender los procesos que Málaga estaba llevando a cabo, cuando se trata de regular para que sean más útiles para la ciudadanía. El objetivo era atender el enorme crecimiento que tenía Málaga, que en diez años casi dobla su población.
Eso ocurre con el cambio democrático, cuando aparecen profesionales nuevos, políticos nuevos, que se enfrentan al reto de repensar lo que Málaga y su sociedad eran. Y, a mi juicio, aciertan con el famoso Plan General del 83.
Ese plan produjo un profundo reajuste en unas economías muy desbocadas, con una crisis muy potente. Ese plan buscaba lograr un reencuentro entre los grandes crecimientos que se estaban produciendo y la crisis. Para mi ese momento es muy importante, porque se empieza a repensar Málaga.
El problema es que ese plan del 83 no se supo continuar. En la década de los 90 y en la crisis financiera de 2000, Málaga se enfrentó a otros retos sin suficiente musculatura para repensarlos. Y luego vino la crisis inmobiliaria de 2008, que fue brutal. Después de la crisis tuvo la suerte de que el mundo turístico cambió profundamente, se multiplicó y encontró una nueva imagen de éxito. Pero es una imagen de éxito que no hemos sabido gestionar bien.
Seguí, posando junto al antiguo camping de los Baños del Carmen.
¿Por qué cree que no se ha sabido gestionar ese éxito?
Yo soy economista y los economistas sabemos que es más difícil gestionar el éxito que el fracaso. Muchas sociedades no saben gestionar el éxito, se les viene encima, no lo reconocen, y es cuando entran en crisis. Málaga no ha sabido hacerlo. Es como si fuese un río.
En vez de canalizar ese gran río de recursos económicos que llegan, de distribuirlo, de llevarlo a los sitios donde más lo necesitan, lo que ha ocurrido es que ese río se ha desbordado. Se nos ha llenado la boca de la palabra éxito, pero no hemos sabido hacer que ese dinero, ese mundo exitoso alcanzara a los barrios, a las necesidades de la ciudad.
Lo que ha ocurrido es que el capital, necesitado de rentabilidades, ha llegado con tal fortaleza, se ha lanzado sobre los cascos históricos, como en muchas ciudades, y lo que ha hecho es expulsar a las poblaciones que no podían pagar los precios. Hoy estamos desbordados por la situación de éxito y algunos economistas ya empiezan a decir que estamos tocando una cierta burbuja. Ojo con estas cosas.
El mundo inmobiliario siempre ha ido en zigzag, su crecimiento no es lineal. Siempre ha sido de llegar a las alturas y, boom, bajar de golpe. Recordemos lo que ocurrió en 2008. Nos costó remontar, pero lo hicimos por el gran impulso del movimiento tecnológico, del turismo.
Ahora que hemos vuelto a subir, ¿por qué no empezamos a regular? ¿Por qué no empezamos a aprovechar esto? Da pena porque otra vez podemos tener un cierto batacazo y diremos lo mismo que decíamos cuando éramos jóvenes: 'Si hubiéramos aprovechado aquellos recursos'.
Es cierto que las ciudades no son uniformes. Hay sitios que se han beneficiado más de este río del que hablamos. Otros que no lo han visto nunca, donde los cables siguen tirados. Hay una diversidad de situaciones muy grande, con lo que las desigualdades de la ciudad han crecido enormemente.
Hace unos días conocíamos el enésimo diagnóstico sobre Los Asperones… Y al mismo tiempo estamos hablando de la Torre del Puerto. Un contraste evidente.
Yo hablaba de la necesidad de refundar, de reinventar el urbanismo. El urbanismo ha perdido su razón de ser. Hay gente que entiende el urbanismo sólo como un proceso especulativo inmobiliario. Pero el urbanismo es una disciplina cuya función es hacer que la vida de los ciudadanos sea feliz y cómoda, no que se produzcan grandes procesos especulativos o inmobiliarios. El objetivo debe ser usarlo para buscar las relaciones entre los seres humanos que viven en una ciudad, que puedan tener sitios cómodos. Esto se nos ha escapado.
Hoy hablamos siempre de procesos especulativos. Estamos encima de un gran problema que es el de la vivienda, pero nos pasamos el día hablando de la Torre del Puerto, que llaman operación estratégica. Sin embargo, la operación estratégica que más nos interesa a los malagueños es cómo resolver el problema de la vivienda asequible.
¿No es compatible una cosa y la otra?
Sí y no. Sería compatible si fuéramos capaces de resolver una o las dos a la vez, pero no una y la otra no. Lo que hacemos así es generar una desigualdad y una superficialidad muy alta.
La Torre del Puerto, sin decir que es mala, porque no quiero entrar en problemas formales, si a uno le gusta y a otro no; si el arquitecto tal es mejor o peor, nace porque se decide poner un volumen de aprovechamiento en el puerto cuando está en crisis.
"¿Por qué no ponemos un auditorio más comedido? Más comedido, porque el auditorio que planteamos en su momento era de la época en la que éramos ricos"
Pero eso ha pasado. El Puerto no necesita esos ingresos porque ha encontrado otras vías de ingreso. El problema es que seguimos metidos como si estuviéramos en un problema portuario.
Ni la ciudad lo necesita, ni los ciudadanos lo han reclamado, ni nadie lo pide. Solamente lo pide una empresa que tiene un aprovechamiento, a la que le han dado una concesión. ¿Por qué no ponemos un auditorio más comedido? Más comedido, porque el auditorio que planteamos en su momento era de la época en la que éramos ricos. Eso era antes de 2008; hoy no somos tan ricos.
Ahora es más caro, incluso.
Claro, ahora vale mucho más y no sabemos qué hacer con tantos metros cuadrados y las administraciones públicas no disponen de los suficientes recursos para hacerlo. Y aunque tuviéramos dinero, no sabremos después cómo llenarlo. Habrá que dárselo a una empresa para que lo gestione porque no habrá nadie que pueda pagar los precios... Seguimos estelas de cosas que ya no tienen que ver con lo que está ocurriendo.
Vicente Seguí.
Mientras, las grandes necesidades de la ciudadanía, las desigualdades que hay que resolver, el problema brutal de la vivienda… Eso se nos va calentando y nos va a explotar porque la sociedad tiene salarios muy bajos, desigualdades muy fuertes y un déficit de vivienda asequible de una enorme gravedad. Pero nadie se para y dice: ‘vamos a ver si esto lo podemos reconducir’.
Lo que hacemos es polarizar la ciudad, rompemos los consensos sociales, nos peleamos todos. ¿Por qué no dedicamos nuestro esfuerzo a ver cómo solucionamos el problema que tiene cantidad de población joven con la vivienda?
También es cierto que echarle la culpa del problema de la vivienda a los turistas no deja de ser como matar pájaros a cañonazos.
Algunos creen que el tema del turismo se ha ido de las manos.
Nos vendría bien regular todo ese mundo turístico. Nos vendría bien a todos, incluso a los turistas, porque a ellos también les vendría bien tener bares más baratos.
Al final venimos escuchando desde hace años teorías sobre el problema de la vivienda y el modo en que afrontarlo, pero no parece existir una idea común.
Porque necesita de los consensos sociales que en los años 80 fueron muy potentes. El plan del 97 no fue continuación del del 83; y el del 2011 fue todavía más erróneo. Los consensos se han ido rompiendo profundamente y eso está impidiendo pararnos lo suficiente para saber qué necesita la sociedad, qué mercados son realmente los que necesitamos.
Mi duda, después de tantos años, es si existe una voluntad real de las instituciones para arreglar el tema de la vivienda.
Hay un poco de todo, pero me gustaría centrarme en la importancia del urbanismo, que debe servir para regular bien los servicios públicos, las relaciones humanas. Si perdemos esa esencia, la ciudad empieza a tener distorsiones de gravedad.
¿Qué ha pasado? Hay un elemento que hace veinte años se escuchaba poco y que hoy es como una gran piedra que nos está chocando. Antes la vivienda era el producto de un mercado inmobiliario. Si el mercado inmobiliario iba bien, te comprabas una casa; si iba mal, esperabas.
El asunto es que muchos opinan que la vivienda no es solo un producto inmobiliario, sino que también es un producto financiero. Y hemos tenido la mala suerte de que la crisis bancaria se llevó por delante a las cajas de ahorros y, en paralelo, a los bancos públicos.
"Echarle la culpa del problema de la vivienda a los turistas no deja de ser como matar pájaros a cañonazos"
Los que vivimos la época de los bancos públicos, podíamos disponer de fondos porque los bancos nos apoyaban. Hoy solo dependemos de bancos privados, con lo que un ciudadano normal, con una renta de 1.200 o 1.500 euros no consigue una hipoteca.
Una de las grandes reclamaciones de los promotores tiene que ver con el suelo…
Quieren más suelo, pero en realidad quieren más suelo urbanizado. Y quieren que yo o tú lo organicemos . Si quieren suelo urbanizado, lo que quieren es que yo, tú, urbanicemos el suelo y le paguemos, entonces yo dale. Nosotros no podemos.
España vive en urbanismo muy lastrado por la ley del suelo del año 56, con pensamientos y formas de pensar que provienen de antes de que el mercado libre existiera. Son leyes muy ancladas en las épocas donde la planificación era rígida. Seguimos siendo herederos de esas leyes.
Es decir, el urbanismo está muy distorsionado por legislaciones muy antiguas. Por eso digo que tenemos que refundarlo.
Hace algunas semanas hablaba con un ingeniero que lleva muchos años dedicado a la planificación urbanística. Y me confesaba que estaba cansado de que la burocracia se lo comiese todo. Usted que ha pasado años trabajando en la Gerencia de Urbanismo de Málaga, ¿entiende esa opinión?
Profundamente. Venimos de leyes de una época regulatoria, donde la centralidad era muy potente y la dictadura era muy fuerte. Eso se ha ido arrastrando y ahora se regulan hasta las ventanas. Esto hace que la gente se lleve casi tres años para conseguir una licencia, algo que no debía durar más de un mes.
Las frustraciones y desencantos del urbanismo están llevando a abandonar la disciplina del urbanismo. En lugar de eso deberíamos hacer el ejercicio de refundarlo y reencontrar los acuerdos adecuados. Abandonar el urbanismo es dejar a la ciudad al libre albedrío de los capitales.
¿Cree que eso está pasando en Málaga?
Esa es la sensación que tengo. No es buen consejo abandonar la ciudad, nuestro hogar, al buen albedrío de los capitales en un momento donde el dinero sobra. Es como dejar que otras personas con más dinero hagan lo que quieran con tu casa. Si eso ocurre, ya no será tu casa, será otra cosa. Y tendrás que irse porque ya no podrás pagar lo que esa otra gente quiere.
Con lo cual, las desigualdades aumentarán, la gente tendrá que irse lejos; si tiene que irse lejos necesitaremos más movilidad; más movilidad pública, claro, pero no tenemos planes de movilidad, con lo cual la gente tampoco puede moverse fácilmente.
Muchos empiezan casi a normalizar que alguien de Málaga pueda tener que irse a vivir a Cártama o Álora.
No es tan grave que yo me tenga que ir a vivir a Cártama y Álora si tuviese una red de cercanías como la que tiene Madrid. En ese caso, estaría encantado. Tenemos retos muy importantes que desarrollar y no creo que sea bueno dar el mensaje de que el urbanismo no vale para nada.
Eso es lo que hemos querido trasladar desde la asociación con el Día Mundial del Urbanismo. Necesitamos musculatura social para poner la ciudad en el sitio que merece la pena.
El asunto es si la gente es consciente de que el urbanismo es todo lo que le rodea.
Hoy día la rapidez de las formas, la digitalización, las redes de móviles, provocan en los seres humanos una confusión cada vez mayor. Y es justo es lo que tratamos de abordar en la asociación, planteando una reflexión amigable, no competitiva, sino colaborativa, entre todas las disciplinas. El grave problema es que la política también ha perdido su razón de ser…
"No es buen consejo abandonar la ciudad al albedrío de los capitales en un momento donde el dinero sobra. Es como dejar que otras personas con más dinero hagan lo que quieran con tu casa. Si eso ocurre, ya no será tu casa, será otra cosa"
Usted vivió un momento en el que los políticos eran capaces de sentarse, hablar y llegar a acuerdos.
Había vasos comunicantes. Podías levantar un teléfono y le decías al del partido de enfrente: ‘Tenemos un problema, échame una mano’. Hoy no se levanta un teléfono. La polarización es de tal nivel.
Hablábamos antes de la Torre del Puerto. Es un asunto en el que también existe una polarización extrema y nadie va a modificar su punto de vista.
Eso lo que demuestra es que una operación estratégica no lo puede ser nunca si no tiene consenso. ¿Podemos decir que hace falta vivienda asequible? Eso es estratégico. Pero lo del puerto no lo es. La Torre del Puerto es simplemente, para bien, para mal o para regular, una operación de carácter financiero.
Y si no tiene el consenso necesario, ¿por qué no se para un poquito y tratamos de encontrar otra manera”. ¿Por qué no ponemos ahí algo con lo que todos nos sintamos más reconocidos? ¿Un auditorio, con un buen concurso, al que todos podamos ir y no 200 suites? Igual ese hotel, en otro sitio, no genera el conflicto que genera ahí.
¿Echa en falta más movimiento social, reivindicativo, como el de la Torre del Puerto o los terrenos de Repsol?
Sí. La gente en Andalucía tiene cierta dependencia de las instituciones. Las personas que han viajado ven que en otros países hay musculatura social, gente que se reúne para miles de cosas. En ese sentido, Andalucía tiene una sociedad civil poco musculada. Mi amigo Diego Vera dice que la asociación viene a llenar de musculatura a la sociedad civil. Necesitamos mucha sociedad civil, porque es la que traslada lo que la gente quiere.
Buena parte de la Málaga de la que estamos hablando tiene que ver con Francisco de la Torre. Usted trabajó con él. ¿Qué puede decirme?
Lo digo con bastante naturalidad. Paco de la Torre es un buen profesional, ha sido un buen político, pero los políticos, cuando superan la segunda legislatura… La tercera es o para terminar algo que les falte por terminar o para irse.
Son muchos años. Es un poco lo que le pasó a Pedro Aparicio. La última legislatura le empezó sobrando porque ya no tenía proyecto. El proyecto ya lo había superado.
Si Paco de la Torre se hubiera ido a la tercera legislatura, hubiéramos pensado que lo ha hecho todo bien. Aparicio hizo muy bien las primeras partes de su legislatura. A Paco de la Torre le ha sobrado legislatura.
Y ha tenido la misma deficiencia que tuvo Pedro Aparicio: no dejar equipos formados. Llega un momento en que el poder te cierra tanto que no dejas herederos, equipos bien hechos, una buena estructura para cuando ya no estés. El problema es que detrás de De la Torre no va a quedar nada. Hay que tener la humildad suficiente para decir: 'Hasta aquí he llegado y que otros sigan mi estela'. Creo que eso le ha fallado.
"Paco de la Torre ha sido un buen político, pero los políticos, cuando superan la segunda legislatura… La tercera es o para terminar algo que les falte o para irse"
Cuando De la Torre acabe este mandato llevará 27 años como alcalde. Y no sabemos si se volverá a presentar.
Se va a volver a presentar, seguro.
Entiende usted que De la Torre está dejando ciertos borrones en estas últimas etapas.
Bastantes borrones. Lo digo con todo el cariño, porque es una persona con la cual he trabajado.
¿Hay algún otro proyecto que consideran indispensable en Málaga?
Tenemos un problema de movilidad importante y otro territorial muy grande. Málaga no puede seguir constreñida en la Málaga del siglo XIX. Hay que abordar la desigualdad de los barrios, que tienen que volver a ser el centro de nuestra vida. Y ya que los grandes capitales y los movimientos turísticos no se van a ir, vamos a usarlos en beneficio de todo el mundo.